En el marco del XXI Encuentro de Poetas del Mundo Latino dedicado a Óscar Oliva, se llevó a cabo un homenaje al poeta David Huerta en el patio de presentaciones de la Infoteca de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, participaron Eduardo Vázquez Martín, Fernando Fernández, José María Espinasa y Edilberto Aldán; Adriana Álvarez estuvo a cargo de moderar la mesa.
Con todo, tengo para mí que es esencialmente un poeta del amor. Era el suyo un amor con una multiplicidad de expresiones: amaba a su país, amaba la literatura, amaba la femineidad, amaba a su familia, amaba las causas justas de la libertad y el respeto. Pero, desde luego, la palabra y la experiencia del amor tenían que ver con la Mujer, con las mujeres. Toda la obra está sostenida por estas presencias. Y en la relación amorosa con la amante se vive todos los registros: el despecho, el abandono, el regocijo, el desconsuelo, la compasión, la conversación, el coito, la broma, el insulto, el desdén, la envidia, la nostalgia y el desenfreno.
- Razones viudas por las que
“sucede que me canso de ser hombre”,
líquido desflecado y fértil
de la mujer que no soy; líquido
terso, cristalino, que sale
de los senos que no tengo.
- Enigmas, siempre, del coito
conmigo mismo: uróboro,
Anillo de Moebius. Evidencias
de una manada, de una multitud
que se difunde dentro de mí
-circula, quiere algo: ama, se ama.
- Hay mujeres, mal sueño mío,
muertas en mí -arrojadas como cabelleras
La caracterización del autor como un poeta del amor no es mía, es de David Huerta, así describió a Efraín Huerta, su padre, en el prólogo a su Poesía completa, las tres estrofas pertenecen a “Trece intenciones contra el amor trivial”, poema con que abre Historia (Ediciones Toledo, 1990), mi primer acercamiento a la obra de David Huerta.
En la solapa de Historia se presenta escuetamente al autor así: David Huerta nació en la Ciudad de México, en 1949. Es autor de ensayos, artículos periodísticos, antologías y traducciones. Ha publicado seis libros de poesía; entre ellos Incurable (1987), Versión (1978) y Cuaderno de noviembre (1976).
Historia lo adquirí en la Escuela de Escritores de la Sogem, lo recuerdo porque sé que tras leer el volumen y quedar maravillado por los poemas pedí referencias sobre David Huerta, sin mucha suerte, en ese entonces la discusión literaria estaba en otra parte, al menos en mi círculo cercano, el inmerecido Premio Nobel de Literatura a Octavio Paz, quien era descrito como el jefe de la mafia literaria, símbolo del poder cultural, al que necesariamente había que oponerse con una saña que impulsa al daño físico, como la de los personajes de Roberto Bolaño en Los detectives salvajes:
“Por un momento, no lo niego, se me pasó por la cabeza la idea de una acción terrorista, vi a los real visceralistas preparando el secuestro de Octavio Paz, los vi asaltando su casa (pobre Marie-José, qué desastre de porcelanas rotas), los vi saliendo con Octavio Paz amordazado, atado de pies y manos y llevado a volandas o como una alfombra”.
La discusión, al menos en ese círculo, sobre el poeta del amor mexicano no incluía a Eduardo Lizalde o al propio Efraín Huerta, jóvenes de edad y lecturas,invariablemente se caía en la referencia simplista a Jaime Sabines y a que “Los amorosos andan como locos / porque están solos, solos, solos, / entregándose, dándose a cada rato, / llorando porque no salvan al amor” y la cofradía de esos lectores subían a la azotea de alguna casa con el ejemplar del Nuevo recuento de poemas en Lecturas Mexicanas, alguien rolaba un churro al que yo no le daba el toque por preferir el alcohol y, a veces, sólo a veces, intentaba repetir los electrizantes versos largos de los poemas incluidos en Historia, como los de “Noviazgo”:
¿Cómo te nombro, amor? Te llamo blanca piel, senos ardientes,
muslos dolientes para mi cabeza de guerrero, entero mar
donde se cumple esta caliente profecía, esta promesa…
Mi amor, esta cintura. Este vientre donde tu cabeza reposó,
estos músculos que supieron entregarte los salmos, los himnos
y la dicha de estar desnudos, juntos, abierto, fatigados.
Al no encontrar quién me diera pistas sobre la obra de David Huerta, no tuve más remedio que buscar los libros enlistados en la solapa Historia. Así llegué a Incurable:
El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelvan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.
Ahí está, con la cita de los primeros versos de Incurable cumplo con el cliché en el que la mayoría de los comentaristas intentamos explicar este libro mayor de la poesía mexicana, teorías que reducen “El mundo es una macha en el espejo” a brújula que permite iluminar las intenciones que recorren toda la poesía de David Huerta, y sí, es posible que haya algo de verdad en eso, no por nada la reunión de obra poética de 1972 al 2011 lleva por nombre La mancha en el espejo, pero no quiero agregar un tabique más al muro que suele alejar a los lectores de su poesía, repetir las teorías acerca de la preferencia de David Huerta por ese tipo de verso como una forma de oponerse, desligarse a las estructuras que empleó Efraín Huerta en sus textos, haciendo referencia, sobre todo a los poemínimos y deja a un lado formas empleadas en los incluidos en Responsos:
Claro está que murió -como deben morir los poetas, maldiciendo, blasfemando, mentando madres,
viendo apariciones, cobijado por las pesadillas.
Claro que así murió y su muerte resuena en las malditas habitaciones
donde perros, orgías, vino griego, prostitutas francesas, donceles y príncipes se rinden
y le besan los benditos pies;
porque todo en él era bendito como el mármol de La Piedad
y el agua de los lagos, el agua de los ríos y los ríos de alcohol bebidos a pleno pulmón,
así deben beber los poetas: Hasta lo infinito, hasta la negra noche y las agrias albas
y las ceremonias civiles y las plumas heridas del artículo al que te obligan,
y los poemas rubíes, los poemas diamantes, los poemas huesolabrado, los poemas
floridos, los poemas toros, los poemas posesión, los poemas rubenes, los poemas daríos, los poemas madres, los poemas padres, tus poemas…
Todos los poemas que enlista Efraín Huerta en “Responso por un poeta descuartizado”, y más, están en la obra de David Huerta, de El jardín de la luz a Filo de sombra (los libros agrupados en la edición del Fondo de Cultura Económica antes mencionada) es evidente la voluntad de experimentar con la estructura del verso, no con intenciones vanguardistas o establecer una corriente, el poeta les da azúcar a las palabras para alinearlas de maneras diversas y así cantar.
En David Huerta hay una plena disposición al asombro, juega con la variedad rítmica y estructural de los versos, los desarrollaba en forma versicular o los ceñía al rigor de una décima o endecasílabos, abandona todo intento por clasificar qué es lo que estamos leyendo y ceder a la libertad de escuchar el canto.
Alguna vez escuché a David Huerta decir que para acercar a los niños a la lectura, a la poesía, no era necesario buscar un título adecuado para cierta edad o una historia que los sorprendiera y tocara, había que mostrarles lo que las palabras podían hacer al reunirlas. Cultivar el asombro, eso entendí, cómo con el mismo conjunto de palabras se pueden contar cosas completamente distintas, la forma en que se disponen logran cantar todas las historias.
Como este es un homenaje a David Huerta no puedo dejar de describirlo como un hombre de luz en el que se conjugaban virtudes que en pocas ocasiones se pueden reunir en una sola persona: sabio, humilde, generoso y con sentido del humor. Soy David Huerta, profesor universitario, periodista y poeta, así de sencillo se presentaba, y aquí podría presumir que fui su alumno, que tuve el inmenso placer de perseguirlo en los talleres que daba en la Casa Refugio Citlaltépetl, en el Fondo de Cultura Económica o la Fundación Octavio Paz, que como maestro logró sembrar en mí el amor por la relectura, abandonar el intento por la comprensión inmediata, convertir la curiosidad en la herramienta que permite trazar un mapa de las constelaciones de un solo verso… Escuchar el canto; pero no voy a desperdiciar su tiempo con anécdotas personales; por una razón similar, aunque de otra índole, no me detendré en otra de las facetas de la poesía de David Huerta, su compromiso social, su solidaridad hacia las causa que provoca el México infame y criminal, desde el movimiento estudiantil de 1968 en el que participó, hasta el doloroso retrato con que nombra el horror de Ayotzinapa, basten estas llaves para acercarse:
Y en la calle era posible ver cómo una mano se cerraba,
cómo sobrevenía un parpadeo, cómo se deslizaban los pies, con un silencio espeso,
buscando una salida,
pero salidas no había: solamente había
una puerta enorme y abierta sobre los reinos del miedo.
De “Nueve años después. Un poema fechado”, incluido en Versión, y el poema que escribió a petición de Francisco Toledo, “Ayotzinapa”:
Entreguemos a los muertos
A nuestros muertos jóvenes
El pan del cielo
La espiga de las aguas
El esplendor de toda tristeza
La blancura de nuestra condena
El olvido del mundo
Y la memoria quebrantada
De todos los vivos
Ahora mejor callarse
Hermanos
Y abrir las manos y la mente
Para poder recoger del suelo maldito
Los corazones despedazados
De todos los que son
Y de todos
Los que han sido
Como él mismo escribió en el prólogo a la obra de su padre: “Lo mejor que podemos hacer con un escritor que admiramos -un poeta, un narrador, un ensayista, un periodista- es leerlo”, vuelvo a lo personal: solía buscar con avidez los textos que David Huerta escribía en revistas o en periódicos, sin importar que después los reuniera en libros como Correo del otro mundo o Las hojas, siempre los releía, lo sigo haciendo, una de las pestañas del navegador que uso en mi computadora es uno de sus artículos en El Universal, en el que escribió sobre el pensamiento y el fragor:
“La vida del pensamiento está bajo asedio, dicho muy suavemente; quizá sería mejor decir, para mayor claridad: está amenazada. Es una amenaza constante, sorda -es decir: cerrada a cualquier posible diálogo o negociación-, difundida por todos los rumbos con el ruido atronador que produce un gigantesco megáfono. En medio de ese ruido apenas se distinguen palabras atropelladas. No hay en ese fragor cotidiano pensamiento alguno que valga la pena ni el menor planteamiento que realmente sirva; es pura contaminación auditiva. Uno de sus peores rasgos es que impone los temas de la conversación: es muy difícil, casi imposible, sustraerse a ese escándalo”.
Mucho tiempo después, esa pestaña sigue abierta, cada vez que inició sesión en la computadora restauro las páginas en las que estoy trabajando y, junto a ellas, aparece el artículo de David Huerta, me niego a asumir la orfandad intelectual y poética en que me dejó su muerte.
Lo mejor que podemos hacer con un escritor que admiramos es leerlo, por eso cierro compartiendo con ustedes, estos versos que, hace más de 30 años, me asombraron y hoy lo siguen haciendo, espero provocar lo mismo:
3
Veré cómo el fuego inunda la tiniebla
y el modo angélico en que tu cuerpo nace de mi cuerpo.
Nada seré en la sombra para ti sino
el hambre celestial de mis miembros y el furor dulce
de mi ansia, brillando en la pradera de la alcoba.
Apenas un dibujo de sangre sobre tus piernas, una sed,
un cuchillo, un lobo metafísico. Un sueño
sobre las doradas pantallas del amor, vibrante.
Tú te convertirás en una sílaba de mi pecho,
tus delgadas facciones recorrerán el cielo de mi boca.
Seremos semejantes hasta el dolor, mujer y hombre
saciados y contritos, inclinados
hacia el reflejo de la tierra fecunda
que los sostiene. Verás cómo el fuego me cubre, cóm
la oscuridad se esconde en los pliegues de la luz…
La enormidad de la noche es una anécdota sucia,
una esencia que va convirtiéndose en apariencia.
Te digo que somos más grandes que la noche, que ahora
sólo basta nuestro murmullo para que el fuego
entre aquí, llene todo esto, nos inunde.
De “Maquinarias”, en Historia, el libro con que descubrí a David Huerta.
@aldan