En el templo de San Antonio se festejó a San Agustín y estruendosos cohetes, una y otra vez, irrumpían el sonido cotidiano del centro de la ciudad.
A un costado del templo, donde se realizaba la celebración religiosa, estaba Melissa, una mujer que con un pedazo encendido de espiral para ahuyentar mosquitos encendía uno a uno los proyectiles que vertiginosos levantaban vuelo para explotar segundos después entre el cielo nublado del mediodía. 288 cohetes son su tarea, toda la misa debe estar sonando, en el templo encargaron dos “gruesas”, de 144 cada una, y el ritmo casi constante, casi mecánico, la hace terminar la primera “gruesa” sin mayor contratiempo.
20 años de oficio la hacen actuar con soltura, inició desde que tenía 16, colocando los cohetes en el soporte, acercando la pequeña brasa para encender la mecha y alejándose rumbo a la bolsa para traer el siguiente cohete. No detuvo su ritmo hasta que desde el templo le pidieron una pausa, era la parte importante de la misa. Le dio tiempo suficiente para acomodar 25 cohetes y sentarse bajo la sombra de un frondoso árbol.
Algunos de los niños de la primaria Melquiades Moreno terminan su primer día de clases y pasan con sus padres junto a Melissa; otros padres esperan la salida de sus hijos a pocos metros de distancia al tiempo que, desde el ritual del templo, hacen que Melissa encienda casi de un jalón los 25 cohetes que suenan a metralla en todo lo alto, con rapidez y ayuda de otra mujer que la acompaña acomodan otra ronda y la enciende, repitiendo el fuerte sonido.
La lluvia de varas de madera hizo que un hombre se acercara a Melissa, vestido de civil, se identificó como miembro de Protección Civil y le pidió que vigilara su tarea pues los niños estaban cerca de donde caían los trozos de madera y papel quemado.
Melissa sabe que es un oficio de riesgo, aunque a ella nunca le pasó, les tocaba lidiar con los reclamos de la gente pues las varas que sostienen la carga con pólvora eran de un material que caía en picada a gran velocidad y llegaba a descalabrar a las personas, ya después con las varas de madera dejó de darse ese problema, son más livianas y se parten en el cielo o caen mucho más lento.
Sabe que es un oficio de riesgo, hacer los cohetes requiere de un tremendo cuidado, la sola mezcla de los ingredientes, aún sin la intervención del fuego, puede hacer que se enciendan. Melissa no usa un cigarro para encender las mechas como lo hacen muchos y usa su soporte para prender sus cohetes y no la mano como lo hacen muchos, algunos llegaron a perder los dedos.
Los estruendosos cohetes siguieron irrumpiendo el sonido del centro, cada vez menos, cada vez más lejanos.