Quiero escribir sobre cosas nuevas, pero no me lo permiten los discursos viejos que se manejan como cosas nuevas. Así que, siendo ecológico, voy a reciclar artículos que escribí en julio y agosto de 2017 en Newsweek, y otros escritos en octubre de 2019, junio de 2020 y agosto de 2021 en esta misma columna, ya que olvidar implica repetir.
¿Qué pensarían si les dijera que el sistema acusatorio en México no funciona? Si esperan leer que la inseguridad, la delincuencia y la impunidad son producto de este sistema, no es lo que encontrarán aquí. El sistema penal tiene una función reactiva, comienza a trabajar una vez que se da el hecho delictivo. Entonces, si el delito se comete, lo que no funciona es la prevención, que va más allá de la simple represión y vigilancia. Si el conflicto del delito no se resuelve adecuadamente, la falla será de los operadores del sistema penal acusatorio.
Cada que se evidencia la inseguridad a través de continuos hechos delictivos, y cuando apenas comenzará la investigación, muchos actores políticos comienzan a trabajar el fino arte de “patear el bote” o aventar la pelota, atribuyendo responsabilidades a los principales operadores del sistema penal (Fiscalías y Poderes Judiciales), afirmando que la delincuencia y la impunidad existen por culpa del modelo acusatorio.
¿Sabían que, a partir de la Revolución Francesa en 1789 se reimplementó el proceso penal acusatorio, y no tardó mucho para que los defensores del modelo inquisitivo gritaran que la impunidad y delincuencia era producto del cambio? ¿Conocían que antes de tener el actual sistema acusatorio en México, la culpa la tenían las leyes del anterior sistema, por lo que se dieron reformas legales en los años 30, 70, 80, 90 y 2000 en adelante? Y, hoy resulta que eso mismo es culpa del nuevo sistema acusatorio… La primera es mala suerte; la segunda es coincidencia; la tercera es acción del enemigo, según James Bond.
Si se comete un hecho delictivo, lo que falla es el sistema preventivo, no el sistema penal; el sistema penal acusatorio y sus autoridades no tienen la función de prevenir delitos, sino de investigarlos una vez cometidos, y en su caso procesarlos. Si una vez realizado el hecho delictivo, no se resuelve el caso adecuadamente a favor de los involucrados, ahí si lo que no funcionaría es el sistema penal. En síntesis, la existencia de delitos no es culpa de la Fiscalía o del Poder Judicial, pues su función es reactiva, es decir, después de ejecutado el hecho.
Quienes aseguran que el sistema de penal acusatorio no funciona, son quienes quieren seguir haciendo las cosas como siempre se habían hecho; quieren seguir con el paradigma de que el sistema penal es efectivo si neutraliza o elimina a todo lo tachado como diferente, sin saber por qué se tiene esa idea a estas alturas de la “evolución humana”.
Siempre se ha dado el mensaje de que el sistema penal es para castigar; que los inocentes son culpables y deben ser encerrados en la cárcel; que el juicio popular social provocado por la autoridad y los medios de comunicación justifique las detenciones de las personas e intimide a los Poderes Judiciales para que se la piensen dos veces antes de decidir sobre la libertad de un inocente, pues para la conciencia colectiva ya es un culpable que debe ejecutarse; se dice que la prisión preventiva es la panacea para la solución de los problemas sociales, aunque después de años la sociedad ya no recuerde el caso ni la suerte de los involucrados; siempre se ha utilizado el sistema penal para dar la impresión de funcionalidad y dar respuesta y tranquilidad inmediata a través de una percepción de eficacia; siempre se ha culpado al sistema penal y a las leyes de las actitudes y prácticas inoperantes e ineficaces de las personas que las aplican; pero la prevención del delito y la disminución de la inseguridad no se lograrán al meter a la cárcel al considerado “presunto culpable”, pues el sistema penal no es quien provoca las injusticias sociales.
El sistema de justicia penal funciona cuando su finalidad es resolver el conflicto que se genera a partir de la comisión de un delito, y su forma de solución principal es apoyar a la víctima en su reparación del daño integral, y que indirectamente el imputado tome conciencia de lo que dañó para que lo repare. Si creemos que el sistema penal sólo funcionará cuando se ahorre tiempo, dinero y esfuerzo, para que no existan delitos cuando todos los “autores” de delitos de altas estadísticas sean encerrados de inmediato, sin juicio, sin valoración y con condena, le estamos atribuyendo funciones de sastre remendador a un ingeniero constructor. Resolver la falta de empleo, de educación, de alimentación, los salarios bajos, falta de viviendas, falta de acceso a las tecnologías y comunicaciones, ausencia de vigilancia, de agua accesible, de luz, pocos parques o abandonados, falta de espacios culturales, discriminación, ignorancia, división, rechazo, olvido y abandono; y un largo etcétera, es lo que ayudará a disminuir la inseguridad y la impunidad.
Emplear los mecanismos de información para generar una conciencia colectiva de falta de funcionalidad del sistema de justicia penal, de que las leyes protegen a delincuentes, de que personas aún investigadas son culpables de delitos, de que todos son culpables hasta que no se declare lo mismo; además de no abonar a la tranquilidad social, solo provocará impunidad y engaño: impunidad tanto para el contenido de los procesos de investigación y juzgamiento, al contaminar las pruebas por violación de derechos, como impunidad al provocar que las autoridades tomen decisiones con base al temor de la reacción social, y no con razón jurídica, y seguir sin prevenir de forma eficaz. Ese no es el Estado de Derecho que merecemos ni queremos, pues si fuera cierta la aparente solución de que los problemas de la delincuencia disminuirán al mantener recluidas a las personas, hace siglos que no existirían los delitos, pues estarían eliminados gracias a la detención. Entonces, más que discursos extensos para evadir las responsabilidades y atribuirlas a alguien más, requerimos reformas culturales, estructurales y acciones concretas de prevención.
Por eso nos enfrentamos a que ahora no se quiere cambiar ese “siempre”, por el “nuevo”; por eso no se quiere invertir en la satisfacción de necesidades y que los mismos ciudadanos sigamos pagando el exagerado gasto de las cárceles; por eso se quiere que los de afuera seamos responsables del daño causado por los otros; por eso se quiere cambiar para seguir igual y poner un parche nuevo en un pantalón viejo. Así que, cada quien decide si cree todo lo que se dice, o si analiza la realidad en que se vive para tomar una decisión. El problema es que, en lugar de modificar estructuras, siempre nos da por remendar armazones…
Parafraseando a García Márquez, la vida no es lo que se vive, sino lo que se platica; pero tal vez esos discursos viejos que se presentan como nuevos tienen algo de razón, incluso la contaminación ambiental, el coronavirus y el cambio climático son culpa del sistema penal acusatorio: “Cuando yo uso una palabra –insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso–, quiere decir lo que quiero que diga, ni más ni menos. La cuestión –insistió Alicia- es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes. La cuestión –dijo Humpty Dumpty-, es saber quién es el que manda… eso es todo” (Lewis Carroll. A través del espejo y lo que Alicia encontró ahí).