Harol Bloom en su Canon Occidental nos advierte de una vuelta a una era teocrática en la literatura. Volver al pensamiento mágico, donde los conflictos van más allá del individuo e incluso de esta realidad. La lucha vuelve a ser contra fuerzas sobrenaturales. Como en los cuentos de hadas que tanto reclama el feminismo, ahora vuelven en una forma aún más cercana. Pasando de La bruja de los dulces que devora niños como Hansel y Gretel, La Bruja del Mar que engaña a la Sirenita para apoderarse de su alma. La venganza de Maléfica que condena a Aurora, la envidia de las madrastras que quiebra a Blanca Nieves, Rapunzel y Cenicienta.
Esas villanas egocéntricas en busca de poder y dominación; siglos después adquiere una relación más íntima. Ahora Disney nos presenta unas enemigas más difíciles de derrotar, si no es que imposibles de vencer: la madre y la abuela.
Todo comenzó, según recuerdo, con la escocesa Mérida en Valiente que queriendo deshacerse de la dominación materna que no le permite desarrollar su personalidad, despoja a su madre de su humanidad convirtiéndola en osa por una suerte de magia. Lo interesante de la historia es que mientras la joven lucha por su libertad debe, al mismo tiempo, proteger a su bestializada madre quien es la que a su vez la obliga a un matrimonio y cumplir con su rol femenino.
Esta premisa ha adquirido aún más fuerza con las más recientes producciones, los personajes de Min Min de Red y Mirabel de Encanto tienen el mismo destino. Cumplir las expectativas impuestas por las propias mujeres de su familia.
Red nos presenta a Min Min, una niña canadiense de origen chino y fanática de un grupo de K-Pop, quien en los clásicos cambios de la adolescencia: despertar sexual, menstruación, rebeldía y preferir a sus pares más que a la relación con su madre; se transforma en una panda roja. Este es un tótem heredado por una ancestra a todas las mujeres de la familia, pero todas han logrado reprimir el animal dentro de ellas gracias a un ritual. Sin embargo para Min Min está parte animal no le disgusta e incluso le saca provecho. Así que tiene que luchar contra su madre, abuela y tías para conservar esta parte de ella.
Mirabel de Encanto es una chica colombiana que lleva la maldición de destruir a su familia por no ser diferente, es decir, por no tener poderes mágicos. La familia Madrigal es una familia encantada con una matriarca que es capaz de exiliar a su propio hijo y acusar a su nieta de querer destruir su propio hogar, con tal de conservar los poderes.
Y para continuar con este matriarcado represor y manipulador, no olvidemos a Miguel en Coco. El niño mexicano al que su abuela le prohíbe la música, que es lo que más le gusta. Sí, Disney nos ha dado toda la diversidad cultural, pero ésta tiene un enemigo en común: el matriarcado. Abuelas y madres jefas de familia que aplastan los sueños y la identidad. Con magia, tradiciones y costumbres, pero sobre todo con amor, tienen sometida a la familia entera y conforme. Son los protagonistas que buscan liberarse para expresar su identidad. Porque justamente lo que más tienen prohibido es ser quienes son.
Incluso las nuevas versiones de villanas clásicas como Cruella de Vil y Maléfica, van por el mismo camino, pero con una dosis de sofisticación y empoderamiento femenino. La maternidad rechazada de la madre narcisista de Cruella y la maternidad adoptada de Maléfica son igual de tóxicas.
Y ni hablar de los personajes masculinos que son simples adornos pasivos que no intervienen en los conflictos de las mujeres.
Parece que la búsqueda de Disney en sus historias originales es advertir a las niñas de sus propias familias, sus madres y abuelas como lastres para encontrar el camino y el desarrollo de su yo verdadero sin los roles y estereotipos impuestos. Y mostrar que la peor enemiga de una mujer es otra mujer y es más cercana que nunca.