Yo también me he quedado dormida en el piso mientras juego con mi hijo. A mí también me ha pagado por enojarse conmigo. Me he puesto colérica cuando rompió un juguete. También lo he perdido de vista en un lugar público, aunque sea por un instante. Pero sobre todo también he querido leer y escribir sin que me interrumpa. Ver mi celular sin que me lo quite o ponga su carita frente a mis ojos. Ir al cine a ver una película para adultos con mi pareja y tener más momentos exclusivamente para nosotros. Me he cansado, enojado, entristecido, preocupado y decepcionado.
Y yo tampoco podría dejar de jugar con mi hijo de 4 años para cambiar el pañal de un bebé. Yo no sabría cómo silenciar a un niño pequeño mientras duermo un bebé. No podría atender las demandas de un segundo hijo o hija. ¿Es eso estar al borde de la locura? ¿Es estar perdida? ¿Ser una mala madre? ¿Antinatural? ¿O eso es la vida? El natural y cotidiano día a día de una madre en la primera infancia. La más difícil. La más demandante. Para poner al límite tus emociones, debilidades y miedos.
La película The lost daugther (La hija Oscura), Maggie Gyllenhaal, 2021, plantea este escenario en un drama psicológico donde convergen el pasado y presente de una mujer, mientras se mira a sí misma en otra. En el presente, una independiente profesora de literatura está vacacionando sola. En el pasado una mujer sobrepasada por la maternidad. Pero a decir verdad la mayoría de las que somos madres hemos sobrellevado esta etapa o estamos en el proceso, de distintas formas.
Yo, por ejemplo, hui de un segundo embarazo, en la cesaría de mi primer hijo pedí la OTB o salpingoclasia. Aunque es una forma definitiva de anticoncepción, después de seis años, aún siento terror ante la idea de que algo haya salido mal y tenga un embarazo no deseado. Porque estoy segura de que no podría y esa decisión me ha permitido darle todo mi tiempo a mi hijo único. Llevé la mitad de la primera infancia de mi hijo en la pandemia. Encerrada, con clases en línea, con el único adulto que hablaba por semanas era mi pareja. Me la pasé jugando, atendiendo y viendo toda clase de programas, películas, libros y material para preescolares. Tengo un excelente análisis sobre las paternidades en la caricatura inglesa Peppa Pig y la australiana Bluey. Pero eso es materia de otra columna.
Como dije, cada mujer vive, sobrevive o evade la infancia de sus hijos de las formas más diversas, según su propia historia y personalidad. He podido observar que abandonar no es la única forma de evadir la carga, esta rara alternativa por la que muy pocas optan. Como en “La hija Oscura”.
Leda, el personaje principal, huye, pero no logra evadir del todo el mandato de la maternidad. Porque hay muchos factores que se unen en menor o mayor medida para cada mujer y en distinto orden. El amor, la responsabilidad, la presión familiar y social y la expectativa de una misma, el instinto y la intuición. Los dos últimos queremos negar por su carácter irracional. Pero están en un lugar muy profundo e incomprensible de nuestra parte animal. Y a mi forma de ver, las mujeres sin este instinto sólo confirman su existencia, porque si podemos decir que no lo tienen, es porque lo vemos en otras mujeres, incluso en aquellas que no son madres. El instinto materno existe, pero no en todas. Yo, cada vez que sigo mi intuición obtengo mejores resultados que cuando hago caso a lo que dicen los libros o consejos bien intencionados.
Otras mujeres asumen el control absoluto de la vida de sus hijos e hijas. Suena paradójico, pero es otra forma de evadirse. Lo opuesto a maternar es controlar. Otras que tampoco se van, pero ceden su papel a sus madres, suegras u otras cuidadoras o parejas. Nina, la otra madre de la película, sobrelleva la presión teniendo un joven amante. Y en el filme está otra forma de ser madre, la mujer cuarentona embarazada que se enfrenta a Leda y somete a Nina, vigila, ordena, juzga con una mirada, plantándose en un plano de superioridad ante las demás. La Super Mamá.
Pero la protagonista tiene una personalidad antisocial que se va configurando desde sus escenas de joven madre. Todos los momentos en los que interactúa con los demás son un tanto incómodos y no logra comunicarse de una manera fluida. Ese defecto en su interacción social no hace excepción con sus hijas, sobre todo con la mayor. Toda su comunicación es racional y acepta a los demás en la medida que sea ella el centro de atención y se adapten a sus gustos y deseos. Lo cual no hace la hija primogénita. Y es a mí entender su principal conflicto.
Así como piden no romantizar la maternidad, tampoco deberíamos satanizarla. No, no es la esclavitud. Es una etapa que espera de la madre lo que resume una frase que aparece en el filme, de la filósofa francesa Simone Weil: “La atención es la forma más rara y pura de la generosidad.” Porque hay mujeres que a pesar de todo logran conectarse con sus hijas e hijos. Logran el apego positivo y son plenas en ese rol sin perderse en el intento.