Como cada año, el Día Mundial del Medio Ambiente es considerado el principal vehículo de las Naciones Unidas para fomentar la conciencia mundial y la acción local por el medio ambiente. Como cada año, se selecciona un tema de reflexión global para analizar una problemática socioambiental compleja, así como la ponderación de los esquemas de soluciones que puedan abordarla en distintos horizontes y escenarios. Por desgracia, los esfuerzos se han quedado cortos, empezando por el reconocimiento del tipo de problema: nuestra civilización tiene una adicción al plástico.
¿Por qué el Día Mundial del Medio Ambiente?
El 5 de junio es el día internacional más importante en materia de medio ambiente: desde 1973, este se organiza con la coordinación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) que convoca la participación de gobiernos, empresas, organizaciones, asociaciones y la ciudadanía en general en torno a esfuerzos conjuntos por abordar los más apremiantes problemas socioambientales.
Lamentablemente, se han dejado ir dos oportunidades extraordinarias: por un lado, la conmemoración del 50° aniversario del Día Mundial del Medio ambiente para lanzar una alerta tan singular como sólida sobre la Emergencia Climática y las distintas crisis socioambientales que estamos encarando como civilización y como especie; por otro, y en combinación con lo anterior, apuntar a la adicción plástica como un problema sistémico de cara a las negociaciones que ya han iniciado para convenir un instrumento internacional jurídicamente vinculante sobre la contaminación por plásticos.
¿Por qué hablamos de una adicción al plástico?
Toda adicción tiene tres características: una conducta nociva tanto para quien la presenta; una dependencia que resulta muy difícil o de plano imposible de cortar; y debe haber un reconocimiento de ella para abordarla. Eso nos pasa con el plástico: su mal uso y abuso nos daña, tanto como especie como a los ecosistemas de los que dependemos; tenemos industrias, regiones y hasta países que dependen de todo o alguna parte de su proceso de producción-transformación-disposición y; no hemos dado el paso de reconocer que es un problema que nos afecta y se va acentuando.
¿Qué hacer al respecto?
Como toda adicción, esta puede ser abierta o disfrazada, y se deben buscar maneras de tratarla a pesar de la resistencia que presente el adicto. Como en toda adicción, hay riesgo de que, tras supuestas intenciones y acciones para terminarla, haya en realidad estratagemas para continuarla de manera encubierta y clandestina. Es por ello que no basta con llamados a las conciencias de gobiernos, empresas y personas, ni la ilusión de que un mercado global autorregulado conducirá progresivamente a cambios sustanciales.
Para llegar a metas reales y efectivas, el tratamiento requiere tres procesos paralelos y mutuamente sinérgicos: cambios profundos en las políticas públicas, eficientes mecanismos regulatorios de mercado e inversión en tecnologías clave. Y no, no se trata de ahorcar empresas, industrias ni economías: el tratamiento, como todo buen procedimiento debe incluir sustitutos, sucedáneos y correcciones que, por un lado, revelan deseos que fueron camuflados como necesidades y, por otro, plantean respuestas positivas en oposición a la falsa salida que promete la adicción.
¿Cuál es el riesgo de no atender la adicción?
La respuesta es simple, clara y universal, tanto para la analogía como para el tema: una degradación progresiva de la calidad de vida que incluye una merma en la relación con su entorno hasta poder llegar al aislamiento total y la ruptura de todo vínculo positivo. Los efectos ya los estamos viendo: microplásticos en nuestros platos, miles de animales (muchos de ellos de especies en peligro de extinción) que mueren en redes de pesca descartadas, islas de botellas de envases, basuraleza, basureros y rellenos sanitarios tan costosos como insuficientes, entre muchos otros. En pocas palabras, nuestra adicción al plástico contribuye al cambio climático, a la pérdida de biodiversidad y a la contaminación de los ecosistemas. A cambio, recibimos comida de peor calidad, aire y agua contaminados, más calor en verano y más frío en invierno.
Todavía estamos muy a tiempo de atender esta situación y de revertir prácticamente la mayoría de sus efectos. Pero lo primero que tenemos que hacer es un ejercicio individual (que de inmediato salte a lo colectivo) de reconocimiento del problema. Reconocer que no basta con rechazar los popotes en la cafetería o las bolsas en el supermercado. Los plásticos son materiales maravillosos. Ellos no son el problema. Sepámoslos usar, pero primero reconozcamos, cómo lo hace un adicto al alcohol o a las drogas que quiere curarse y con él su medio ambiente social, que tenemos una adicción al plástico y que nos daña individual y globalmente a todos (personas, animales y ecosistemas).