El presidencialismo es una forma de gobierno donde el titular del ejecutivo tiene una preponderancia política sobre el resto de los titulares de la división de poderes; a juicio de Max Weber esto deriva a su manga ancha para el nombramiento del personal del ejecutivo: “un presidente elegido plebiscitariamente que dispone de todos los cargos actuando casi con entera independencia frente al Parlamento, dada la división de poderes establecida. De ahí que la propia elección presidencial sea la que brinda un valioso botín de prebendas y cargos, en calidad de premio por el triunfo”, el jurista Armenta López da las características del presidencialismo en México: Presencia de un partido político oficial y hegemónico plegado a la voluntad del ejecutivo; Docilidad del Congreso que sólo acata órdenes del ejecutivo; Monopolio en el ejercicio de iniciativas de ley; así como intervención preponderante en las decisiones administrativas.
Todos estamos de acuerdo, en principio, en que queremos acotar o aminorar esta forma de gobierno, pero ¿Cómo destruir el presidencialismo? Diego Valdés en su enorme libro, literal y metafóricamente, El Control del Poder, dio algunas ideas: Consejo de ministros, Reelección de legisladores, Servicio civil de carrera, Intervención real en nombramientos por el legislativo. Yo añadiría: descentralización de recursos a través del fortalecimiento del federalismo fiscal. Pero asalta la pregunta ¿en verdad queremos destruirlo? El 3 de septiembre del 2019, José Woldenberg en El Universal publicó el excelente artículo Hiperpresidencialismo y señalaba: “¿Por qué no sólo en México, sino en muchas partes del mundo, los Presidentes se sienten, hablan y actúan como si estuvieran por encima de las instituciones republicanas y por supuesto muy por encima de sus respectivos partidos? ¿Por qué proceden como si hubieses sido ungidos no como titulares de un poder constitucional… sino como cuasi monarcas que se piensa absolutos? ¿Por qué tantas personas lo ven bien como algo no sólo normal sino incluso venturoso?”
Cuando operó el cambio de fuerzas políticas del PRI al PAN, la alternancia, algunos tuvieron esperanza de que terminaría este presidencialismo, la realidad fue que continuó con sus mismas características; ningún partido quiso hacer cambios radicales que permitieran ya no digamos eliminarlo sino al menos limitarlo: todos los partidos han permitido y querido este presidencialismo a ultranza. Tal vez los únicos cambios que permitieron darle otro matiz fueron el nacimiento como tribunal constitucional de la SCJN con Zedillo, y el nacimiento paulatino de diversos organismos constitucionales autónomos, desde Salinas hasta Peña Nieto. Todos estos presidentes crearon una OCA, salvo AMLO, cuya misión pareciera ser destruirlos.
Este hiperpresidencialismo de AMLO, trae diversas cuestiones en torno a la sucesión: Para nadie es un secreto que, al más viejo estilo del partido hegemónico, la verdadera elección será en la pre-elección. Entonces, tendremos presidente este mismo año; tradicionalmente una vez que había sucesor, el titular en funciones mermaba su fuerza, prácticamente las decisiones se tomaban en conjunto, si no es que totalmente por el electo ¿Pasará esto con un presidente con tanta fuerza como AMLO? ¿Se esperan choques evidentes en tanto que el nuevo querrá ya gobernar y el viejo buscará finalizar su sexenio con todo el poder?
Una vez que tomaba posesión el electo, el viejo presidente se guardaba, se exiliaba en diversos sentidos, apartándose de la vida pública, saliendo del país, etcétera. Amlo ha dicho que se va a la chingada; la pregunta es si su fuerza con el electorado, su protagonismo, su incesante espíritu de yo soy la cuarta transformación, de verdad se lo permitirán. En especial porque el nuevo presidente tendrá que hacer forzosamente cambios no totalmente al cien con los postulados actuales. Por ejemplo, hay uno evidente: los recursos transferidos a los estados que eliminó AMLO, en aquella época eran gobiernos de oposición, hoy que prácticamente todos los gobernadores son de Morena, van a querer más recursos, y el nuevo ejecutivo tendrá que ceder y recortar algo del gasto federal.
Hay muchas preguntas que nos asaltan ¿Habrá un heredero del liderazgo del mesías tropical? Si de verdad se aísla de la vida pública ¿Sobrevivirá el partido sin el líder moral? ¿La verdadera oposición surgirá dentro de Morena de las corcholatas no seleccionadas? Vienen nuevos tiempos y suena interesante seguir discutiendo en torno a un presidencialismo que pareciera estar en el ADN del sistema político mexicano.