- Para qué ir al cine si el show está en cada tienda
Es el día antes de Nochebuena, para efectos de esta crónica me rehúso a pisar el centro comercial Altaria el 24 de diciembre, hasta un fanático de las compras como yo sabe que sería malgastar el tiempo entre pasillos llenos de histéricos padres que, víctimas de su desidia y flojera, esperan hasta el último momento para buscar el ansiado regalo de sus pequeños; aunque en descargo, como hijo que soy, sé que en varias ocasiones no es falta de dinero sino falta de comprensión ante lo importante que es para un niño ver lo que pidió bajo el árbol de navidad. Señores padres, si sus hijos les escupen en el rostro al ver que se equivocaron de regalo o de plano no lo encontraron, no se ofendan: son niños, ese es su mundo, nunca les pidan ser conscientes.
Dada la fecha, el centro comercial se encuentra no tan agitado como en la escena anteriormente descrita pero cada cierto tiempo, el estacionamiento vuelve a estar repleto y vemos un show en cada tienda. Junto con mi hermana, entramos por Sears y tomamos las escaleras para el segundo piso en una especie de camino análogo a cuando uno corta camino en Plaza San Marcos pasando del estacionamiento al pasillo principal atravesando por La Michoacana.
Tomamos el camino de la izquierda, comenzando por TODOMODA, que me llama la atención desde la tipografía de su logo, Helvética, que de hecho es común a lo largo de Altaria. Varios anuncios de Sears la usan, C&A también y no se diga de los numerosos productos que calzan la versátil tipografía (que además es la de los pies de foto de estos diarios).En TODOMODA también se encuentran chavas que suelo llamar “altas de tacones”, que lucen grotescas con su 1.70 y taconzotes abiertos o con textura que pareciera terciopelo. Mi hermana cataloga la tienda como competencia directa de Shasa, con precios moderados y esas cosas que sólo entre mujeres distinguen como bisutería y accesorios ornamentales.
¿Quién va a un centro comercial para comer? ¡Nosotros! No por gusto sino por tarados. Elegimos ser chinos por una tarde y nos acercamos a uno de los cuatro locales orientales de la zona de comida. Blossom. Atiende una señora china, o coreana, ni idea con la diferencia. “Ok ok, dos guisados, un rollo y arroz”, le respondo acerca de mi pedido, el cual sirve con celeridad y desesperación. Mi acompañante se adelanta con el paquete y un plato extra, a su vez que saco lo necesario para pagar, entrego el dinero y le pido otro plato, ya que el de la comida está retacadísimo y no pienso comer en él. Sucede una de esas cosas por las que el servicio de comida oriental rankea tan bajo en el servicio al cliente: fallas en el lenguaje.
Un amigo suele decir que estas señoras orientales se hacen las que no saben español para atenderte mal, servirte menos o transarte con el cambio. Lo compruebo cuando dice “tu hermana ya llevo otro plato, que te convide”, insisto en que me de otro plato y luego de quince segundo de palabrería sin sentido me entrega el pedazo de plástico. Le exijo servilletas a la dependienta, agarra un bonche, cuenta exactamente tres, deja el resto sobre el mostrador y pone en mi mano la miserable cantidad, me aparto al mismo tiempo que una señora toma el resto. Naturalmente demandé más servilletas y la oriental repite la escena. Sin comentarios. En contraste, en Burger King pareciera que están regalando, de esas cosas que hasta hace algunos años uno sólo veía en el Distrito Federal. Bien por ellos ¿no?
Pasamos a Bershka, cuya identidad como tienda identificaba hace dos años pero actualmente no me queda claro cual es mercado meta. De acuerdo, en chavas se presta un poco más para las gordibuenas y no roza la hipster de Pull and Bear pero en cuanto caballero ¿a qué le tiran? ¿Eunucos de sexualidad dudosa con gusto por Rihanna y Jay-Z? En la tienda suena electro, calidad David Guetta, o peor.
Un inteligente comentario en una visita anterior a Altaria fue cortesía de Betiana, intercambista argentina en nuestra ciudad, quien no dejaba de sorprenderse por la estrategia de Indytex, y en sí de la industria en general: para vender capa tras capa de ropa en prendas meramente ornamentales. En estos días no se compra un acogedor abrigo sino la camiseta, chaleco, el suéter, la afeminada bufanda y finalmente el mentado gran abrigo (pero ni tan grande, porque no se ve bien). La mención es por el momento espeluznante del día, los niños ZARA, maniquís vestidos con botas de invierno, pantalones estilosos, cinturones tiernos, camisetas coquetas, suéter de temporada, una bonita chamarra y un gorro con motivos peruanos. No hay que olvidar la bufanda y guantes. Ni les cuento de los modelitos para bebés hipster que hay en la tienda, sólo falta que vendan lentes (para que los rompan).
Dentro de ZARA hay una especie de boutique joven para dama llamada TRF, con modelos un poco más arriesgados que la aseñorada venta principal, me llama la atención una camiseta parecida a la de una amiga que vive en Medio Oriente, tomo una foto para mandársela luego y en unos cuantos segundos aparece un fornido gorila de seguridad que me toca el hombre amenazadoramente para decirme “no está permitido tomar fotos”. Desconozco si sea por la mermada situación en cuanto a seguridad o simplemente para evitar copias en los modelos (ver La Jornada Aguascalientes del 26 de diciembre ‘Es cuestión de moda’).
Damos un breve vistazo a ZARA MEN, lo dejaré en que una pashmina rosa es más masculina que lo que visto ahí. Llega el turno de entrar a Jala y Oso. Pull and Bear. Siento que es lugar adecuado, desde el soundtrack , Gorillaz, Los Dynamite y Hot Chip, la situación no es rara, siempre programan buena música en la tienda, situación coherente con sus productos. Tengo tentación pero mejor espero a las rebajas de enero, prometiéndome estar al pendiente ya que las tallas comunes, de las que soy parte, se acaban en días. Carajo, ya no están los tenis morados. Ni volverán, cuenta un vendedor.
La tienda Sfera, que deprimía de tan grande y sola que estaba, cedió la mitad de su espacio y ahora hay una tienda Nike y un negocio de zapatos formales. Ya estaba hablando de lo aburrido que es Nike cuando resaltó algo: tenis morados. Al tenerlos enfrente me doy cuenta que son de mujer y, obviamente, no hay del número nueve. Me muestran otros, en un liso blanco aburrido. Luego de eso, caminamos hasta Sfera, a la que el reacomodo de espacio le vino bien, de hecho hasta me llevo unos pantalones que venía buscando desde hace meses, semientubados, casi negros y sin adornos no deseados de pedrería o inscripciones salidas de una maquiladora de Villa Hidalgo.
No hay ganas de ver el otro lado del segundo piso, es tan de 1990: Levi’s, Guess, Benetton y Tommy Hilfiger. Rumbo a la salida, dando otra vuelta, pasamos por dulces a granel en Sanborn’s, mucho más baratos que en la dulcería del piso superior (la mitad, en algunos casos) y nos damos cuenta que la casa siempre gana; la estúpida máquina validadora de boletos del estacionamiento no da cambio. Lo peor es que no avisa.