Estimado lector de LJA.MX con el gusto de saludarle como cada semana, quiero aprovechar esta ocasión para plasmar una hipotética conversación entre Dostoyevski y Lev Tolstoi, en semanas anteriores me he permitido recurrir a este tipo de imaginaciones ya que resultan fascinantes, espero que el texto sea de su agrado.
“Mientras que los gargajos rojos de la metralla
silban surcando el cielo azul, día tras día,
y que, escarlata o verdes, cerca del rey que ríe
se hunden batallones que el fuego incendia en masa” Arthur Rimbaud
Caminando en el frío invierno de Siberia, Fiódor Dostoyevski recurría a la fe para no volverse loco con la memoria de la muerte de su padre y con el frío despojo que le dejaba esa montaña llena de nieve, sin horizonte y sin latitud. n medio de la nada logró visualizar a un hombre de barba tupida, mirada recalcitrante camisa a cuadros rojos y una herramienta oxidada por el congelamiento que acechaba, segundos después Dostoyevski se dio cuenta de que había una cabaña abandonada en donde el caballero de barba y camisa a cuadros se había introducido, seguramente en busca de un lugar con fuego, Fiódor llegó a la puerta y dio Ocho golpes, luego dos y luego seis.
Tolstoi: ¡Quién va!
Dostoyevski: Soy Dostoyevski.
De pronto se abrió la puerta y en un saludo muto de miradas perdidas y agotadas, Fiodor se percató que la otra persona era León Tolstoi.
Tolstoi: por un momento pensé que por tu descripción física eras la viva encarnación de Alexei Ivanovich, ahora me doy cuenta de que eres real y eres su creador.
Dostoyevski: es necesario bajar la mirada y contemplar el pasado, ya que ese jugador ya estaba muerto en la memoria de los mortales, y que su condición de espíritu moribundo únicamente clamaba no por la literatura atemporal, sino por la redención social, tratar de encontrar a ese personaje desde ese infernal invierno era evidentemente la reseña de que estaban en ultratumba, que no tenía sentido no solo Ivanovich, incluso todos sus personajes, incluyendo a los hermanos Karamazov, aunque eso insultase la memoria de Albert Einstein.
Tolstoi comenzó a llorar desenfrenadamente, no había consuelo para ese llanto, pues le recordaba su obra “Tres muertes” pero la relacionaba con ellos dos y con una tercera muerte, como la de una columna rota, el mundo, el mundo que se caía a pedazos, y no era porque se desmoronaba como la mirada Ivan Ilich frente a su esposa, es porque de nada, de absolutamente nada había servido haber plasmado sangre, cicatrices, memorias rotas en sus obras, el mundo lo había olvidado, en ninguna latitud existía la igualdad civil.
Los dos se miraron fijamente a los ojos después de prender medianamente fuego en una chimenea, y concordaron en que pasaron su vida escribiendo y soñando, pero tal vez si hubiesen salido de su templo sagrado, su biblioteca y hubiesen ido al mundo profano, a conquistar los ejemplos, tal vez la historia hubiese sido otra, y la sombra del padre Gregory no los persiguiera cada 66 días.
Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos…
mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel!
¡Cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado! Arthur Rimbaud
Dostoyevski: los tiempos alegóricos al siglo XXI, tienen la misma esencia del feudalismo, es decir, la gente vivía en la ceguera materialista, y los hombres de letras, los hombres de honor acuden a cinceladas y no a estatuas que revivieran la figura de la verdad.
Tolstoi: ¿Pero a cuál verdad te refieres, Fiodor?, aquella que puede percibir la conciencia a simple vista, sin mayéutica y sin dialéctica tal cual lo mencionaba Nabokov, en tanto que redención social clamaba a gritos desesperados por una nueva oportunidad, una nueva restauración del orden y de la igualdad.
Tolstoi: la igualdad civil implica sangre, gritos, pero sobre todo fe en los ideales. Cuan equivocado me encontraba pensando que mis palabras podrían hacer un cambio, lo único bueno que hice en mi vida fue al final, en mis últimos días en mi granja, le enseñé a leer y escribir a mis trabajadores, ellos eran analfabetas, solo sabían utilizar las herramientas de la tierra y su fuerza, pero con esos pequeños estilobatos de la eternidad, les pude dar un brío de esperanza más allá de las loas académicas.
Tolstoi: La vida se va en un abrir y cerrar de ojos, entre la sombra de los Romanov y entre los discursos de Trotsky, ¿qué somos? Si no trascendemos, somos simples espíritus en invierno creciente de la historia del infierno.
Dostoyevski: Mirad, León, que, si tuviera la oportunidad de vivir nuevamente, escribiría menos y viviría más, le ayudaría a los ignorantes, y combatiría con las armas de las ideas a los ambiciosos, pero mi espíritu se desvanece, pierde su esencia con cada llama de esta triste y funesta fogata, matar es fácil pues se ocupan testigos mudos de conciencia, mientras el sistema cometa crímenes sobre la mesa en los secretos de los adversarios siempre habrá crimen y no habrá castigo.
Los dos se abrazaron tres veces tres con sus rostros inundados en un silencio creciente y con un llanto famélico. Vieron que, en la parte superior derecha de la cabaña cerca de un espejo viejo y roto, había una inscripción en color rojo sobre un pedazo de madera que firmaba un poeta simbolista de nombre Arthur Rimbaud que decía:
“Señor, cuando los prados están fríos
y cuando en las aldeas abatidas
el ángelus lentísimo acallado,
sobre el campo desnudo de sus flores
haz que caigan del cielo, tan queridos,
los cuervos deliciosos. Algún día debimos ser príncipes de la merced.”
In silentio mei verba, la palabra es poder