Comunicación inclusiva: la inminente castración de la lengua/ Caleidoscopio  - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Se conoce como castración al retiro o destrucción de los órganos sexuales, ya sea por cirugía, radiación o mediante medicamentos; procedimiento que -especialmente en varones- ha tenido una connotación variante a lo largo de la historia. Bajo la misma creencia por la que se practicó en animales para facilitar los procesos de domesticación, se llevó a cabo en hombres, los llamados eunucos comenzaron a dedicarse a la servidumbre desde la edad de bronce en civilizaciones euroasiáticas. También se mutilaba a esclavos y presos con fines de esterilización. Desde la antigua Mesopotamia se imponía como sanción por delitos sexuales y actos considerados adúlteros. Durante el medioevo, el Papa Julio II autorizó que se realizara a niños para que conservaran sus voces agudas y pudieran cantar en coros eclesiásticos que no permitían la participación de mujeres, se les conoció en Europa como castrati. En los pueblos faraónicos de lo que hoy es Egipto, se castraba a soldados enemigos como símbolo de victoria.

En la actualidad y con la inclusión como estandarte, se ha emprendido una cruzada que amaga con castrar a la lengua castellana. Me permito utilizar la analogía ya que, si los sistemas lingüísticos fueran entes con sexo y género, no lo son, pero si así fuera, no sería difícil adivinar a cuál pertenecería el nuestro. Para las personas hispanohablantes el masculino, como género gramatical, es universal, se usa para nombrar a hombres, pero también a mujeres y hombres en su conjunto sin importar su distribución en número, según la Real Academia Española (RAE) es correcto generalizar incluso si los varones son minoría.

Aunque la norma gramatical arrope a ambos géneros, como las instituciones encargadas de velar por el uso correcto de la lengua han repetido hasta el cansancio, el artículo 34 de la Constitución de 1857, que definió “como ciudadanos de la República a todos los que teniendo la calidad de mexicanos, tuvieran 18 años si eran casados y 21 si no lo eran, y que tuvieran un modo honesto de vivir”, fue entendido de manera literal, dejando fuera a las mujeres del derecho a la ciudadanía aunque no existiera una disposición expresa que les negara tal calidad. Para que el reconocimiento del voto de la mujer y sus prerrogativas como ciudadanas fueran posibles, tuvo que volverse a redactar el texto constitucional, especificando que “son ciudadanos de la República los varones y mujeres”. Dicha reforma entró en vigor casi un siglo después, el 17 de octubre de 1953. Si este fuera un problema netamente lingüístico y no social, político o ideológico, no hubiera existido ambigüedad desde un principio; no obstante, hubo un contexto sociocultural en el que se avaló esa interpretación jurídica, porque las lenguas reflejan la realidad de quienes las hablan.

Como parte de su lucha por la igualdad, movimientos feministas y LGTBIQ+ han impulsado la adopción de un lenguaje inclusivo que les provea de una nomenclatura y un lugar en el discurso por considerar que, si las lenguas reflejan la realidad, deberían ajustarse a los cambios que la tradición no es capaz de nombrar. Por este motivo, proponen alternativas al uso del masculino genérico que permitan el reconocimiento de mujeres y personas no binarias y de género fluido, entre las que se encuentran el desdoblamiento del sujeto en sus formas femenina y masculina (amigas y amigos); la incorporación de recursos morfológicos como “x”, “@” y “e”, para designar a grupos de género indistinto (doctorxs, maestr@s, licenciades); así como el uso de estos neologismos para denominar únicamente a las diversidades sexogenéricas en combinación con el desdoblamiento (todas, todos, todes). El uso de sustantivos colectivos, abstractos, genéricos, o epicenos (funcionariado, magistratura, ciudadanía, persona) ha sido la opción más institucionalizada para evitar sesgos machistas sin transgredir las leyes de la gramática.

Hay una confrontación entre las corrientes que reclaman la desmasculinización del idioma español y aquellas que luchan por la preservación del lenguaje con el respaldo de las academias y su férrea oposición contra lo que califican como una moda en turno. La parte conservadora se resiste a estos cambios por uso, costumbre, pereza o quizá, por desacuerdo con las causas sociales que los impulsan. Se argumenta que el lenguaje inclusivo es aberrante, confuso, que atenta contra el principio de economía lingüística, a pesar de que, como la sociedad, una lengua sea un cuerpo en ebullición (Lorenzo, 1971). Pero nuevamente, si el problema fuera netamente lingüístico, polarizaría con la misma intensidad la importación de extranjerismos como crush, influencer, stalkear, ghosting, que pueden resultar igual de aberrantes y confusos.

Lo cierto es que el idioma no cambia ni deja de hacerlo por la fuerza. Es poco probable decretar, dictaminar o sentenciar la instalación o prohibición del lenguaje inclusivo sin el consenso de las personas usuarias. Tampoco se puede dejar de lado que ninguno de los países de habla hispana parece haber logrado un acuerdo respecto a los recursos inclusivos que se deberían emplear en la comunicación oral y escrita. Aunque son cada vez más las instituciones privadas y públicas, así como las organizaciones de la sociedad civil que cuentan con sus propios manuales de lenguaje incluyente, a la fecha de redacción de este Caleidoscopio no existen criterios que estandaricen su uso. Las diferencias hacen complicada la pedagogía de las nuevas formas de comunicación, dificultan su uso y las alejan de su normalización en la coloquialidad de nuestro vocabulario.

En el imaginario popular, la castración continúa asociándose a la pérdida de la virilidad y del poder, conceptos que se trenzan en un estereotipo ancestral, pues para múltiples culturas los símbolos fálicos representaron autoridad. Me disculpo por hacer apología de lo que es también un método de tortura para referirme a la exigencia de despojar a nuestra lengua de sus atributos masculinizantes. Puede que la RAE tenga razón en que las palabras no sean intrínsecamente sexistas o discriminatorias, pero sí puede serlo la forma en que estas son utilizadas, porque es un problema lingüístico, sí, pero también uno social, político, ideológico. Ya que estamos dentro de un proceso transformacional, cuyo desenlace seguramente se conocerá en próximas generaciones, necesitamos debatir sin imposiciones desde ningún extremo la funcionalidad de los cambios que se proponen en términos de comunicación, pero también de la igualdad de derechos de mujeres, hombres y diversidades. Estudiar las implicaciones de extirpar al masculino genérico de la gramática, castrar la lengua, sobre advertencia de que podría doler. Otra vez me disculpo por apologizar.

@HildaHermosillo

Bibliografía


Lorenzo, E. (1994) El español, una lengua en ebullición. Editorial Gredos. 


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Hilda Hermosillo

Periodista en ciernes. Contestataria y suspicaz por naturaleza, un tanto caprichosa, algo distraída, siempre aprendo de todo, vivo a pleno cada centésima de segundo y no podría vivir sin música. Equidad de género. Medio Ambiente. Derechos humanos. Justicia. Política y elecciones.

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