El mural social del Palacio de Gobierno (4) Oswaldo Barra Cunningham en el 101 aniversario de su natalicio/ Imágenes de Aguascalientes  - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Lugar central en el mural que el artista chileno Oswaldo Barra pintó en el Palacio de Gobierno de Aguascalientes, ocupa el fuego de la libertad, que Hidalgo ha hecho arder, y con el que incendia los campos y las conciencias. El sacerdote rebelde tiende la antorcha sobre el siglo XIX para encender otra tea, la que se prendió en 1910, para, nuevamente, luchar por la libertad.

Entre los huelguistas de Río Blanco y Cananea y los próceres de la revolución encabezados por Madero, un campesino extiende un leño para inflamarlo y renovar el fuego libertario.

Don Francisco Ignacio Madero ocupa el centro de esta parte del mural, uno de varios como se extienden por la gran pintura. En la mano sostiene un papel en el que se lee: “Plan de San Luis”. Con la derecha estrecha la mano de… ¡Un cadáver! O al menos eso parece. Es una garra de color enfermizo, de una delgadez patológica, como si la carne y la piel amable que acaricia se hubiera convertido en huesos, y las uñas largas, como de animal de rapiña. ¿Pero de quien es mano terrible qué estrecha don Pancho? Imposible saber, aunque ciertamente a su alrededor hay varios militares, y entre ellos el borracho Huerta, el traidor entre los traidores, quien apunta una pistola a la sien del apóstol de la democracia, aconsejado por el perverso embajador estadounidense en México, Henry Lane Wilson. Detrás del monstruo, otros uniformados, sobras del siglo XIX porfirista, encaminan sus puñales sobre las humanidades de Pino Suárez, Ricardo Flores Magón y otros, en tanto al lado de los contrarrevolucionarios se observan las mitras de los obispos y los sombreros de los científicos, aliados y beneficiarios del antiguo régimen. 

Frente a Madero, además del campesino del fuego nuevo, están otros dos. Uno de ellos le muestra al coahuilense el Plan de Ayala, y el otro esgrime en su mano izquierda una carabina, y con la derecha señala a los desposeídos, que inútilmente claman por la justicia, y al lado de estos destacan las víctimas de la explotación porfiriana, el ranchero despiadado que manda azotar al campesino trabajador y la infaltable tienda de raya, en la que un empleado entrega míseros granos de maíz mientras acaricia su revólver, por si las dudas, y al que pida tierra, que le den su costal, pero en la horca, para que cuelgue bien y bonito, y entre esta barbarie, la enseñanza de las primeras letras, que a uno le cuesta la mutilación de la oreja, como ocurrió en la revolución cristera.

En el final de esta parte del mural está la revolución triunfante, el México moderno, con su Torre Latinoamericana, el edificio de la Lotería Nacional, el monumento a la Revolución, y en primer plano, obreros y campesinos cobijados por la nueva legislación, surgida del Constituyente de 1917, de cuyo volumen, brotan en cintas que son cascada, los principales artículos del documento de Querétaro; los más trascendentes, el 27, el 123, el 130…

Esta cascada cae sobre la cornisa del Teatro Morelos, donde la Revolución dialogó por primera vez. Ahí están algunos de los principales jefes, los generales Villa, Obregón, José Isabel Robles, Eulalio Gutiérrez, y otra vez Villa, firmando la histórica bandera, cuyo color verde se convierte en milpa y mazorca, vida para todos los mexicanos. Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a [email protected].


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