En la entrega anterior ofrecí los elementos teóricos del trabajo realizado por R. Hersh, J. Reimer y D. Paolito (2002) acerca del crecimiento moral con el objetivo de aplicarlos a la conducta ambiental.
Comenzaré señalando que no resulta fácil hacer notar cuándo y cómo se puede hablar de una falta moral ambiental, dado que estamos muy acostumbrados a ver estos aciertos y fallas en términos exclusivamente sociales, es decir, a los niños se les enseñan una serie de normas cuyo sentido original es que no se provoquen daño, como no trepar cosas (muebles, cajas, bardas, rejas), no salirse de un área (cuarto, casa, salón), no acercarse a zonas en las que pueden caer (escaleras, balcones), lastimarse producto de una quemadura (a la cocina) e incluso ahogarse (un aljibe, cuarto de lavado, alberca). Por supuesto que estos aprendizajes no deslindan a los adultos de su responsabilidad del cuidado de los menores.
En un segundo momento, se les enseñan otro conjunto de normas de índole social como son: no pegarle ni quitarles sus cosas a otros niños, hacer caso a las indicaciones que les dan los adultos, buenos modales (saludar, agradecer, pedir permisos, cordura en la mesa), cumplir con sus tareas domésticas (tender la cama, recoger su cuarto) entre algunas otras posibles.
Estas normas comienzan a inculcárseles desde el hogar y se refuerzan en los primeros niveles de educación institucional (preescolar). Pero, ¿en qué momento se les enseña o inculcan normas ambientales? No se inculcan y creo que hasta se hace lo contrario y permítame dar algunos ejemplos.
Cuando las familias salían de día de campo, lo digo en pasado porque ahora ya no se acostumbra hacer, a los niños se les hacían columpios en los árboles, se les compraban resorteras para matar pájaros o lagartijas, se les permitía atrapar insectos y destruir hormigueros, en caso de que se fuera a ríos, presas o estanques se les permitía atrapar peces, ranas y hasta tortugas, es decir, no se inculcaba respeto por los árboles, las aves, los peces o cualquier ser vivo habitante del ecosistema que se visitaba, por el contrario, se permitían y alentaban esos comportamientos negativos juzgándolos de infantiles e inofensivos; sin embargo, son exactamente todo lo contrario, daños muy evidentes a seres vivos y sus hábitats (si algún lector no fomenta estas prácticas, le pido que no se sienta aludido).
Creo que esto no ha cambiado mucho, pues si de niños se nos permitió hacerlo y fue muy divertido, dirán los papás y mamás actualmente, ¿por qué no dejar que nuestros hijos se diviertan como nosotros lo hicimos? ¡PUES NO! porque hemos dado un paso adelante en nuestras conductas ambientales y hoy somos mucho más conscientes, que hace algunas décadas atrás, que DEBEMOS RESPETAR LA NATURALEZA Y LOS SERES QUE EN ELLA HABITAN, y ya no es por mero criterio personal, sino un asunto de índole ético; así es como se ha conseguido el progreso moral de la humanidad, reconociendo que algunas cosas que se hacían y se permitían (esclavitud, racismo, machismo, discriminación, especismo) deben dejar de practicarse con normalidad, digo «con normalidad» porque estoy consciente que no están erradicadas del todo, pero muchas de ellas están prohibidas legalmente y se sancionan penalmente.
No quiero decir con esto que se criminalice a los niños, más bien, alentar a que se aprovechen todas las oportunidades que se tengan de ir con los hijos al encuentro con la naturaleza y que los adultos asuman el rol de educadores ambientales, enseñar a los niños a cuidar integralmente el entorno que visiten, que respeten la vegetación, los insectos, pequeños mamíferos, reptiles, aves, anfibios, etc. Pueden ver sin tocar y mucho menos atrapar o matar.
De esta manera el aprendizaje del día de campo, o mejor aún en un campamento, no se limita solo a no dejar basura, está bien, pero ¡claro que se puede aprender mucho más!, principalmente cómo respetar y cuidar esos hábitats y sus habitantes no humanos.
Segundo ejemplo, en preescolar y en la primaria se dan actualmente materias relacionadas con el medio ambiente natural y ecología, con el objetivo de sensibilizar a niñas y niños en el cuidado de la naturaleza y los animales; sin embargo, lo que se enseña en la escuela no se atiende en la casa e incluso se hace lo contrario.
A las y los alumnos de estos niveles educativos se les pide que separen sus residuos al menos en tres categorías: plásticos, papel y orgánicos, incluso en la mayoría de los centros educativos, en los salones de clase, se cuenta con botes para su separación; pero en sus casas sólo se cuenta con un contenedor en el que se vacía y mezcla todo. Los niños y niñas piden, inocente e ingenuamente a sus padres que separen la basura porque eso es lo que les dicen y hacen en la escuela, pero la respuesta de éstos es «¡Naaa! eso de nada sirve porque todo se mezcla en el contenedor»… (game over).
En la escuela también se les explica a las y los infantes el daño que actualmente está causando el consumo excesivo de plásticos, por lo que debería de minimizarse y evitarse el uso de botellas y bolsas plásticas de un solo uso; una vez más, los niños y niñas piden, inocente e ingenuamente a sus padres que carguen con bolsas de tela para ir al mandado o a la tienda y éstos dicen que no es necesario porque las bolsas ya son biodegradables y las botellas se reciclan… (game over).
Así podría continuar extendiéndome dando ejemplos de cómo en casa no se respalda lo que a los alumnos se les enseña respecto al uso eficiente del agua y la energía eléctrica, de la alimentación, del cuidado de animales, de cómo no incrementar el CO2, pero el espacio en esta columna no lo permite, así que, para concluir esta entrega, analicemos en términos de crecimiento moral, siguiendo la metodología de Reimer y Paolito (2002), en qué nivel y estadio podemos colocar algunas de estas actitudes ambientales.
Comienzo por recordar que, de acuerdo con estos autores, la madurez moral y la consciencia ética no llega naturalmente con la edad, sino que se van construyendo y asumiendo producto de la educación y la reflexión.
De esta manera, la educación ambiental con tintes éticos y morales comienza su proceso en la infancia, cuando a las niñas y los niños se les enseña a no ensuciar, poner la basura en su lugar, apagar las luces, cuidar el agua, respetar a los animales (comenzando con las mascotas), no provocar daños a las plantas en casa (recordemos el anunció aquel de la abuelita que reclama «¡por qué rompen mis macetas!»). Este aprendizaje de normas domésticas de respeto a seres no humanos, marcan los patrones de conducta ambiental que guiarán a las personas durante su vida, así que no deben tomarse tan a la ligera hoy en día, pues como solicita una sentencia que se ha hecho bastante popular actualmente es dejar de interrogarnos «¿qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?», sino, más bien «¿qué hijos dejaremos en el mundo?».
Esto implica que se debe educar y formar a hijos con valores y una moral adecuada, de esa manera tendrán mayores posibilidades de crear y formar una sociedad que viva en un mundo mejor, no sólo en términos de relaciones sociales, sino también ambientales, ya que sin un medio ambiente sustentable es imposible la sostenibilidad de la vida. Este es el primer paso en la escala del crecimiento moral ambiental. En la siguiente entrega revisaremos cómo debe darse el paso a los siguientes niveles y estadios del crecimiento moral ambiental.