Charles Simic, una mancha de tinta / Maniobras de escapismo - LJA Aguascalientes
15/11/2024

Para Luis Cortés

 

1. Una mancha de tinta

Falleció Charles Simic, un gigante, un poeta entrañable. Nació en 1938 en Belgrado, su infancia la vivió bajo la ocupación nazi, emigró a los Estados Unidos donde adoptó el inglés como la lengua en que escribiría su poesía; pero estas líneas no dicen nada, mejor que el poeta sea la materia de su explicación:

 

Charles Simic by Charles Simic

 

Charles Simic is a sentence.

A sentence has a beginning and an end.

 

Is he a simple or compound sentence?


It depends on the weather,

It depends on the stars above.

 

What is the subject of the sentence?

The subject is your beloved Charles Simic.

 

How many verbs are there in the sentence?

Eating, sleeping, and fucking are some of its verbs.

 

What is the object of the sentence?

The object, my little ones,

Is not yet in sight.

 

And who is writing this awkward sentence?

A blackmailer, a girl in love,

And an applicant for a job.

 

Will they end with a period or a question mark?

They’ll end with an exclamation point and an ink spot

 

Falleció Charles Simic y mientras la noticia se divulgaba me mantuve ajeno al ruido de las redes sociales ocupado en caminar por el parque en busca de un objeto que me permitiera elaborar un montages como los que cuenta el poeta que hacía Joseph Cornell en Alquimia de tendajón. Camino todos los días por el mismo parque y en todas las ocasiones se me sube la idea de hacer una de esas famosas cajas, si lograra elaborar uno de esos collages bidimensionales se lo regalaría a mi mejor amigo, quien fue el mensajero que me informó del fallecimiento de Charles Simic.

El mensaje fue brevísimo, dos líneas y un agradecimiento por haber compartido mis lecturas de Simic. No lo recordaba, pero eso me ocurre con frecuencia, en mi cabeza el mundo ocurre de otra manera porque sé que toda memoria es ficción; unos meses atrás leí una publicación de Luis en Facebook en la que me recordaba como “un chilango mamador en Caxcán, Zacatecas me dijo con suficiencia: ‘ustedes los hidros a cualquier carne hervida le dicen barbacoa…’ y desde entonces no termino de aprenderle y admirarle”, después de reírme hasta que el café salió por la nariz, volví a caer en la misma sensación, la de haber forjado recuerdos distintos.

 

2. En mi cabeza el mundo ocurre de otra manera

En mi cabeza, siempre, el mundo ocurrió de otra manera. Ese fin de semana del chilango mamador en Caxcán para mí fue así:

Recuerdo a un joven con una playera de Emiliano Zapata con los ojos achinados, hablaba con suficiencia de Onelio Jorge Cardoso, tanta como para asegurar que su edición cubana de ese autor no se había replicado en ningún otro lugar del mundo; no presumía, era generoso, yo que la tengo, se las comparto. Yo creí entender y dije que había al menos una edición en México de esos cuentos, fue nuestro primer desencuentro.

Horas después el mismo joven maravillaba al grupo con un ejercicio que tenía como base la música de Astor Piazzolla. Una parte de la experiencia basaba su éxito en el desconocimiento de la pieza. Yo confundí la soberbia con la posibilidad de compartir María de los Buenos Aires, quizá que la versión de Contrabajisimo que prefiero es la de The Lausanne concert, en mi cabeza las cosas no siempre son tan claras, así que levanté la mano y rompí con el pacto de no reconocer la pieza. Ese joven me miró con desconfianza, sin centrar la atención en mi polo, con el nombre de la carpintería en que trabajaba, la misma que me hizo reír a rabiar en otro momento cuando uno de los gurús que impartía el curso dijo que “bueno, es como creer que un carpintero va entender a Borges”, y yo con ganas de joder levanté la mano para presumir que sí le había entendido a Borges y trabajaba en una carpintería, como demostraba mi vestimenta.

Recuerdo a ese mismo muchacho y el descubrimiento de su virtud cardinal: la prudencia, cómo se  mantuvo al margen de una discusión etílica, en la que el jefe de la expedición se llenaba la boca asegurando que el mejor poeta vivo del país era Efraín Bartolomé, sobre todo porque eran íntimos amigos, con el “genio de la chingada que a veces raspa, corta y hace sangrar” con que Luis me describe, yo me burlé toda la noche de los otros y su admiración nombrando a Eduardo Lizalde y David Huerta. Si dije algo sobre la facilidad con que los aguascalentenses llaman barbacoa a cualquier carne hervida, debió haber sido en ese momento, aunque no logro descifrar qué tiene que ver la birria tatemada con la poesía.

Ese mismo joven, nunca he sabido por qué, me invitó a su boda, y compartí su felicidad admirándolo cantarle a la mujer de su vida… Así, desde su aparición con una playera con el rostro de Emiliano hasta esta nueva normalidad en que ya no nos vemos y muy de vez en cuando intercambiamos mensajes, han transcurrido más de 18 años, Luis siempre ha estado ahí sin siquiera saberlo, quizá apreciarlo. Gracias a él hicimos el mejor suplemento literario de Aguascalientes, del que Luis propuso el nombre: Guardagujas. Por Luis, pude sentirme, al fin, incluido, él era todo lo que significaba ser aguascalentense.

Le debo a Luis demasiadas cosas, el acercamiento con Rocío Muñoz, Mariana Torres y Rodolfo Medina, personas admirables y queridas; los intensos encuentros con Edgar Alberto, muchas noches con Melody o Penélope… Nada de lo que un par de hombres casados se pueda arrepentir, éramos confidentes, con todo lo que eso implica.

A Luis le debo todas las advertencias que requieres al momento de enamorarte. No por nada lo mantengo presente cuando pienso en algunas personas que ocupan un lugar en mi corazón, tanto tiempo después sigo intentando aprender de su mayor virtud, pero la prudencia no se les da a los chilangos mamadores.

De esa forma ocurrió ese mundo en mi cabeza, sin registro de haber hablado sobre Charles Simic.

 

3. Todo lo que no entendiste te convirtió en lo que eres

La conversación con Luis sobre Charles Simic que no recuerdo quizá ocurrió, también es posible que lo haya leído en mi blog o en alguna de mis columnas, donde no me cansaba de asegurar, para nadie porque no creo que nadie me siga o lea, que Charles Simic es el autor que encabeza mi lista de candidatos a ganar el Nobel de Literatura, siempre evito mencionarlo porque por razones extraliterarias no es un escritor cómodo para que la Academia sueca lo considere y me detiene que en todo este asunto hay algo que evita la discusión a fondo sobre el indispensable comportamiento ético y la literatura, por eso me acordé de los versos finales de “Huesos” de Simic:

Lo que me alegra les duele a los otros.

Siento la pena alrededor de mi casa

Como si las bestias asediaran una hoguera

Antes del amanecer.

 

El texto más extenso que escribí sobre Charles Simic apareció en el suplemento Guardagujas, en febrero de 2013:

 

Todo lo que no entendiste te convirtió en lo que eres

Charles Simic sueña, sueña que se encuentra con Joseph Cornell en el centro de Manhattan. No dice el poeta qué platica con el artista plástico, así que cuando lo pienso, la reunión ocurre sin palabras: el levísimo arqueo de cejas en que se traduce la sorpresa, un breve pero intenso apretón de manos y enseguida descubrir qué es tan poco lo que pueden decirse que un instante antes de que los embargue por completo la incomodidad Cornell toma la bolsa de papel que lleva consigo y le muestra una de sus cajas (montages los llama), con cuidado lo extiende a las manos de Simic, quien la observa sin poder cerrar la boca, pasa la punta de los dedos por la superficie, cuidadoso, hace girar alguno de los objetos que conforman la caja. Antes que el poeta se atreva a abrir uno de los cajones minúsculos incrustados en la pieza, Cornell le da a entender que se la regala. No se tienen que decir más. Acaso otro apretón de manos, uno de esos que siempre están a punto de transformarse en abrazo, y cada uno sigue su camino.

Cornell seguirá con paso lento hacia la Biblioteca Pública de la Calle 42, deteniéndose en el camino a recoger los objetos con que más tarde elaborará otro de los collages bidimensionales por lo que tanto se le admiran, un botón, hilos, un mapa pequeño y ajado, quizá una instantánea resquebrajada que cayó de la cartera de alguien y en la parte posterior tiene escrita con letra apretada una fecha y una dedicatoria amorosa.

Charles Simic se detendrá después de cinco o siete pasos para quedarse en medio de la acera, admirado por el misterio de la caja que le acaba de ser entregada, vencido por la curiosidad abrirá los cajoncitos del montage para descubrir que dentro de cada uno hay algo, un objeto recogido durante las caminatas de Cornell por la ciudad y que en la suma, por la disposición, por el cuidado con que fue colocado para formar parte de algo, adquiere un significado distinto, deja de ser un simple botón o hilo o mapa o foto, se torna alguien a quien le ocurrió algo.

El botón es el gesto brusco con que se despiden dos amigos que no se volverán a ver, el hilo el principio del fin del suéter con que a ella le gustaba verlo, el mapa un trasbordo equivocado del turista distraído, la instantánea un recordatorio insistente de los rasgos del hijo… o quién sabe, cuando lo pienso, no alcanzo a ver qué toma el poeta de cada uno de los cajoncitos, reconozco su asombro observándolo de espaldas, mientras en un segundo plano Cornell se agacha sorprendido; lo demás lo supongo cuando leo a Simic.

Por eso me sorprendió leer en La dicha de comer donde Simic propone: “Uno podría componer una autobiografía con cada una de las comidas memorables de su existencia y acaso resultaría más interesante que las autobiografías habituales. Con toda honestidad, ¿qué preferiría usted leer: la descripción de un primer beso o la de una col rellena hecha a la perfección?”.

No estoy seguro de entender las razones de Simic para apostar al gusto como la vía para transitar hacia el recuerdo y recuperarlo, no después de los textos de Alquimia de tendajón o El sueño del alquimista, sobre todo porque cuando recreo su encuentro con Cornell, tiene como principio que se da a partir de una caminata, eso creo.

Lo creo así, también, porque lo he leído en un poema de Simic:

 

Conversación nocturna

Todo lo que no entendiste

te convirtió en lo que eres. A veces

en la calle advertías la mirada de extraños

que te estudiaban. ¿Acaso eran iluminados

omniscientes? Sabían lo que no sabes

y te dejaron turbado como un sueño extraño.

 

Ni siquiera la luz siguió siendo la misma.

¿De dónde venía ese intenso resplandor?

Y ese perfume, como si estuvieran alimentando

seres míticos con atados de heno

sobre tejados flotantes entre las nubes nocturnas.

 

¡Y no entendiste nada!

Te encantaban las multitudes al final del día

que te traían tantos misterios.

Había siempre alguien a quien tenías que conocer

y por alguna razón no te esperaba.

¿O tal vez sí? Pero no aquí, amigo mío.

 

Deberías haber cruzado la calle

y seguido a aquella mujer evidentemente loca

con el largo mechón de pelo ensangrentado

que los cielos recogieron como un grito distante.

(*Traducción de Rafael Vargas)

 

Creo entonces, que si el propósito fuera componer una autobiografía lo haría a partir de las horas andadas y no del tiempo que se ve pasar desde la silla. Sí, es alrededor de la mesa o en el café, en esas conversaciones donde se inventa el mundo, ahí donde se generan las historias, en la cercanía de las manos, en la facilidad con que se cruzan las miradas para asentir o para obtener confirmar. En la mesa, sentados, se acaricia el lomo de las anécdotas para obtener los mejores cuentos.

Como se trata de una autobiografía, ese espacio de cercanía no es el mejor, nada como la caminata para el pensamiento en voz alta, para alcanzar el recuerdo, para aprehender con el rabillo del ojo una imagen borrosa que al ser capturada se transforme en memoria; incluso acompañado, las conversaciones en movimiento las asocio a cierta prisa por contar que impide cualquier adorno, no hay espacio para vestir las palabras, así surge con mayor prontitud la confesión.

Uno podría componer una autobiografía con cada una de las caminatas memorables de su existencia, por supuesto que resultaría más interesante, siempre se está al borde de la confidencia, y a esa revelación se une la posibilidad de hallarse un objeto para atarla al mundo (un botón o hilo o mapa o instantánea) y darle consistencia.

Caminar entonces como acto autobiográfico. Y si no, y si se teme dar testimonio, bueno, andando, siempre queda la posibilidad de cruzar la calle y componer la historia: atreverse a seguir a esa mujer evidentemente loca.

 

(*)Evening talk

Everything you didn’t understand

Made you what you are. Strangers

Whose eye you caught on the street

Studying you. Perhaps they were the all-seeing

Illuminati? They knew what you didn’t,

And left you troubled like a strange dream.

 

Not even the light stayed the same.

Where did all that hard glare come from?

And the scent, as if mythical beings

Were being groomed and fed stalks of hay

On these roofs drifting among the evening clouds.

 

You didn’t understand a thing!

You loved the crowds at the end of the day

That brought you so many mysteries.

There was always someone you were meant to meet.

Who for some reason wasn’t waiting.

Or perhaps they were? But not here, friend.

 

You should have crossed the street

And followed that obviously demented woman

With the long streak of blood-red hair

Which the sky took up like a distant cry.

 

4. Condolencias

La correspondencia es un género anacrónico, una herencia tardía del siglo XVIII, de cuando se confiaba en la verdad de la palabra escrita, señala Ricardo Piglia en Respiración artificial y propone: “Los tiempos han cambiado, las palabras se pierden cada vez con mayor facilidad, uno puede verlas flotar en el agua de la historia, hundirse, volver a aparecer, entreveradas en los camalotes de la corriente. Ya habremos de encontrar el modo de encontrarnos”.

Detengo la escritura y pienso en esa propuesta de Piglia al ver que más que de Charles Simic terminé escribiéndole a Luis, quizá ese sea el modo de encontrarnos, qué más da que Platón argumente que la escritura no ayuda a desarrollar la memoria, la escritura ayuda a recuperarnos, a esas palabras nos debemos.

Al momento de leer el mensaje de Luis sobre el fallecimiento de Charles Simic, antes de responderle pensé con profunda empatía en Rafael Vargas y que no encontraba las palabras para transmitir mis condolencias. No conozco en persona a Rafael Vargas, la historia de cómo tuve el honor y placer de ayudarle con su trabajo merece otro espacio, baste señalar que involucra la foto de José Emilio Pacheco recibiendo el Premio de Poesía Aguascalientes en 1968 y hace un arco hasta la consulta de un periódico de 1966 que como ocho columnas tiene la nota titulada “Inolvidable Velada de los Juegos Florales”, a la que acompaña una foto de José Carlos Becerra recibiendo la Flor Natural de manos de la reina de la Feria Nacional de San Marcos; en medio de ese arco está Charles Simic, el nombre de Rafael Vargas titilaba en mi cabeza mientras manteníamos nuestra primer conversación telefónica, hasta que sin planearlo, le pregunté si era el mismo Rafael Vargas que tradujo Alquimia de tendajón, el primer libro de Simic que leí, cuando me confirmó que era el traductor me sentí honrado del contacto.

En un ensayo, Charles Simic comentó: “Hace poco un ‘crítico’ enlistó lo que él llama el ‘vocabulario’ de la poesía reciente. Menciona que las palabras que se utilizan constantemente son: alas, piedras, silencio, aliento, nieve, sangre, agua, luz, huesos, raíces, joyas, vidrio, ausencia, sueño, oscuridad. La acusación es que las palabras son utilizadas como meros ornamentos. No se le ocurrió al crítico que para una mente con una inclinación imaginativa e incluso filosófica tal vez esas palabras tengan una vida muy intensa”. Esa vida intensa la pueden adquirir las palabras, creo, a través de la emoción con que se escriban o la emoción que provocan, son las que necesitaba para dirigir mis condolencias a Rafael Vargas y compartir mi duelo con Luis.

En una carta incluida en el libro Cómo estar solo, de Jonathan Franzen, el autor de Las correcciones comparte una carta que le escribió Don DeLillo, pienso mucho en el siguiente fragmento: “Escribir es una forma de libertad personal. Nos libera de la identidad colectiva que vemos forjarse nuestro alrededor. Al final, los escritores escribirán no para ser héroes proscritos de alguna subcultura, sino para salvarse a sí mismos, para sobrevivir como individuos”.

Charles Simic, ese signo de admiración y mancha de tinta, escribió la poesía que me permite sobrevivir como individuo leyéndolo salvarse.


Coda. No creo haber encontrado las palabras necesarias para compartir mis condolencias con Luis y Rafael, escribo a tientas, recuperando fragmentos para enfrentar el duelo… Quizá lo que conseguí fue armar un íntimo montage como los que Simic cuenta que elaboraba Joseph Cornell, sí así fue, que sea mi ofrenda para otros lectores como yo.

 

@aldan


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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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