El miércoles pasado iniciaron las fiestas patronales de Rincón de Romos, las más importantes del norte del estado, y quizá de toda la entidad… Fuera de la capital. Como en toda feria mexicana que se precie de serlo, hay en esta una zona comercial, otra de volantines, la infaltable de alcohol, una de comercio y finalmente la imprescindible de los alimentos. Pero a diferencia de la mayoría de las fiestas populares de la región, lo que hace la diferencia es el conjunto de manifestaciones en torno a la figura central; el que origina la fiesta, el Señor de las Angustias, un Cristo del siglo XVIII, que rige la vida de los rinconenses (creyentes) desde su pequeño santuario frente al mercado, en la avenida que, durante décadas, si no es que siglos, sirvió como paso urbano del camino a México y hacia el norte.
Las singularidades están dadas por una serie de actos, que inician con el cambio del cendal, la prenda que cubre las partes íntimas de la imagen, y que tiene lugar una vez al año, previo al inicio de las festividades; la exposición a la pública adoración, la procesión por las principales calles de la ciudad, para llevar a esta imagen barroca “de visita” al recinto de la parroquia, que se encuentra en el mismo edificio del santuario, pero en el lado contrario, una procesión en la que la población enseña el músculo, adornando las calles, las casas, volcándose a las arterias para mostrar su pleitesía a la imagen, admirarla y aplaudirla.
El cambio del cendal tuvo lugar el miércoles anterior. Una especie de cortinilla es corrida para evitar las miradas indiscretas, y entonces los custodios de la imagen realizan el cambio de la vestimenta. Al terminar, el cortinaje fue corrido para dejar ver el crucifijo con su nuevo cendal. Este último hecho ocurrió en medio de humo teatral, luces giratorias y parpadeantes de colores, aplausos, música, fuegos artificiales colocados en el piso, al pie del altar, y fuera del templo, cohetes y repique de campanas.
La fotografía muestra el momento final de la procesión, cuando la imagen es subida al presbiterio, para ser colocada en el ciprés del edificio parroquial, en donde permanecerá hasta el próximo domingo, en que se efectuará la procesión en sentido contrario, para regresarla hasta su pequeña casa, y hasta el próximo año.
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