Cuando los desacuerdos se agravan/ El peso de las razones - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Es común que personas inteligentes e informadas no logren resolver sus desacuerdos por medio de la discusión. Lo que no deja de ser sorprendente es que la argumentación intensifique el desacuerdo. A todos nos ha ocurrido: al entablar una conversación, nos damos cuenta de que nuestro interlocutor sostiene un punto de vista distinto. Aunque tratamos de razonar, y vemos esfuerzos de su parte por ofrecernos razones, ninguno cede terreno. Al contrario, parecería que el hecho mismo de estar discutiendo abre aún más la brecha entre nuestras posiciones iniciales. Estamos ante una situación que nos ha polarizado. ¿Deberíamos dejar de discutir? Tal vez, pero no solo porque la situación se haya vuelto exasperante. Argumentar podría no ser la manera racional de resolver algunos desacuerdos.

La polarización es un fenómeno complejo que se mide a partir de diversas variables. Algunos desacuerdos pueden enfrentarse deliberando, en particular en aquellos en los que todavía existe un terreno común al que las partes puedan acudir para dirimir sus desavenencias. Cuando los desacuerdos se vuelven persistentes y profundos ya no hay terreno común y los polos se alejan de manera dramática a los extremos. Esto puede estar motivado por diversas fracturas sociales o puede ser promovido por algún o algunos grupos políticos a los que les puede otorgar victorias electorales.

La polarización se mide por la homogeneidad de las creencias y valores de los grupos en cuestión, por el distanciamiento que hay entre los grupos polarizados, así como por el grado de antagonismo e incivilidad que manifiestan entre ellos. En su peor versión, la polarización lleva al estancamiento en la discusión pública que resulta necesaria para hacer frente a los problemas públicos.

La polarización puede ser el resultado predecible de argumentar siguiendo patrones racionales, al menos en ciertas situaciones. En un artículo reciente, Kenny Easwaran, Luke Fenton-Glynn, Christopher Hitchcock y Joel Velasco se preguntaron cómo deberíamos cambiar nuestras convicciones sobre un asunto al descubrir qué tan convencido está alguien más al respecto. Al explorar un modelo formal (bayesiano), se percataron de que los agentes que razonan siguiendo patrones deseables en ciertas condiciones responden ‘sinergéticamente’ al descubrir lo que piensan los demás. Lo que piensan tras este descubrimiento, se ‘sale del rango’ inicial en el que estaban sus convicciones: pueden convencerse aún más de lo que lo estaban inicialmente o de lo que lo está su interlocutor. De este modo, aunque “en algunos casos de desacuerdo, las credibilidades de nuestros pares son evidencia en contra de nuestra opinión; aquí, son evidencia en su favor”. Vale la pena enfatizar que no se obtiene este resultado al analizar cómo se comportan seres humanos de carne y hueso. La ‘sinergia’ es algo que experimentan ‘agentes’ que razonan siguiendo patrones sistemáticos que en condiciones ideales los llevarían a formarse creencias verdaderas.

El matemático y filósofo Erik Olsson ha explorado la cuestión por medio de simulaciones computacionales de redes de agentes bayesianos. Considera que estas simulaciones ofrecen “argumento a favor de la racionalidad de la polarización. La polarización no sólo es compatible con actualización bayesiana; es […] omnipresente en redes sociales gobernadas por tal actualización”. Olsson diseñó un modelo de simulación llamado ‘Laputa’, que le permite ejecutar experimentos sobre una red de comunicación social. Al suministrarle algunos valores para diversos parámetros, como las convicciones iniciales de los agentes y la manera en que asignan y actualizan sus estimaciones de la confiabilidad de sus interlocutores, observó que los agentes se dividían en posiciones cada vez más extremas. Tratando de evaluar qué tan robusto era este resultado, en un estudio reciente Josefine Pallavicini, Bjørn Hallsson y Klemens Kappel investigaron minuciosamente lo que ocurría en 285 variaciones de tales parámetros. Concluyeron que “el muy sorprendente resultado de esta simulación es que todos los grupos polarizaron en cierto grado. De hecho, la mayoría de los grupos polarizaron en el máximo nivel. No hubo condiciones bajo las cuales ocurriera despolarización”.

Aunque el tema no está exento de controversia, Olsson sugiere que las causas de polarización en estos experimentos son “diferencias en las creencias de fondo y los efectos de que esas diferencias tienen…: la evidencia de fuentes que se consideran confiables se acepta directamente, mientras la evidencia que proviene de fuentes consideradas sesgadas se toma como ‘evidencia de lo contrario’”. A muchos de nosotros este diagnóstico nos resulta familiar. El hecho de que nunca ocurra ‘despolarización’ en el experimento computacional parece desalentador: quizá la resolución argumentativa de esta clase de desacuerdos no es posible –o es, en el mejor escenario, extremadamente improbable. Eso significa que seguir discutiendo en tales condiciones –incluso si lo hacemos de manera sosegada y paciente– predeciblemente no va resolver el desacuerdo: seguirá agravándolo.

No habría que desanimarse prematuramente por esta situación. El desacuerdo sostenido podría estar acompañado de otros beneficios para los grupos que lo cultivan. Además, que estos desacuerdos no puedan resolverse argumentativamente no significa que sea imposible resolverlos racionalmente. Quizá hay otras rutas para afrontarlos. Como ha sugerido el filósofo Thi Nguyen, “la ruta para deshacer su influencia no es a través de exposición directa a hechos e información supuestamente neutra… Es dirigirse a las estructuras de descrédito –trabajar para reparar la confianza rota”. Quizá debamos dirigir nuestra atención a otras cosas. Puede que valga la pena tomar un respiro, explorar otros temas, conversar con otras personas. Ojalá cuando volvamos a encontrarnos la discusión resulte más productiva.

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