Para aquellos, mis amigos de farra, a quienes el destino alcanzó.
Para mí, hoy en mi cumple
El destino nos alcanzó, fue la frase de un viejo amigo cuando le conté que había ido a uno de esos lugares donde bajábamos avión, como se decía en nuestras épocas: primero la precopa, que lo mismo hacíamos en el San Pancho de la Puri (ah ¡qué maravilla de botana, a diferencia de ahora!) o deambulando en el auto por calles hidrocálidas, con la copa o cheve en mano, íbamos a recoger a fulanito aquí, a sutanito allá. Ya entrados en calorcito, al antro que tocara, y los pongo en orden no cronológico, sino como medio me acuerdo: el Ioz (¿O era Ios) la República (quesque para adultos, pero apenas teníamos unos 24) el Zen, el Alquimia (me encantaban sus tres pisos). Estaban los más alternativos, a mí todavía me tocó la mítica Querencia o el Hijo del Ahuizote, donde viví un concierto super nice del Armando Palomas cuando aún no era una estrella del firmamento rockero nacional. El Yambak cuando era rockero y no un lugar de hípsters.
En fin, que después de terminar, aún cerraban en aquellas épocas tipo dos de la madrugada y estaban prohibidas las extensiones de horarios, nos íbamos a bajar avión a los tacos, poderosísimos y deliciosos tacos grasosos. No los menciono por importancia ni sabor, sino de los que me acuerdo: lechón el güero, en Héroe de Nacozari, frente a Plaza Krystal, sigue vendiendo y su sabor es una delicia, aunque ahora está sobredimensionado y hay que hacer largas filas para que te atiendan. Los burritos de la Puri, donde me llegué a comer dos gigantes, de esos que al día siguiente te volvían más creyente. Los tacos de San Cayetano eran un punto de reunión de trasnochados y antreros, aunque por la hora ya nunca nos tocaba guacamole, los de buche o pastor sí ayudaban a que Baco se apaciguara un poco. En fin, que había muchos lugares: los jochos del Mike, las tripas Héctor, el Potro Loco. Más recientemente iba al Chapetes después de una buena trasnochada en la feria.
Pero ya no más. Ya no para bajar avión. Sigo frecuentando muchos tacos por mi adicción a la famosa vitamina T, pero tengo algunos años que abandoné los antros y la trasnochada; algunos de mis amigos cuarentones siguen yendo y no solo a los, digámosles, de adultos mayores (Décadas, Última Luma, etc) sino que algunos caen a los de chavos. ¡Qué vergüenza andar a esta edad en esos lugares de pubertos! Cuando me cuentan que van a esos menesteres, les recuerdo mi anécdota a los veintidós: estaba con el Marvin en un antro que no recuerdo, y pues éramos estudiambres, total que nos alcanzaba para una o dos cheves que traíamos en la mano y no soltábamos porque ya sabíamos que, a la menor provocación, el mesero se la llevaba. Total, que en las mesas VIP puros de treinta años tomando coñac (¡algo inalcanzable para nosotros!) y decíamos: ¡ches viejillos, que se vayan a sus casas, que andan haciendo aquí! Derivado de lo anterior, fue mi corte de la coleta de los antros, un día en uno de Guadalajara con mi excelente amigo Astraín, tomé mi vaso de coñac, miré a todo alrededor y me dije a mi mismo ¿Dónde quedarían los viejitos, que puro mocoso veo?
Creaturas ¿A poco andan de parrandas a los cuarentas? Se les van a romper sus rodillitas (parafraseando a ese TikTok famoso). Yo, solo a algunas cantinas, y hasta antes de las 10 pm que a esa hora hay que lavarse los dientes y meterse a la cama. Excepcionalmente cuando Astraín me invita, vuelvo a Guadalajara, pero una sola vez al año. En fin, que recordar es volver a vivir, hoy que justo cumplo los cuarenta y tantos, y que recuerdo cuando me amanecía entre alcoholes y tacos, no puedo sino decirme a mí mismo: felicidades por lo bien vividas tus hermosas primeras décadas.