El show business
El negocio del espectáculo, el show business, ha cambiado radicalmente en los últimos veinte años. Los espectáculos se han vuelto más dinámicos. Algunos, los de mayor calidad, incluso han llegado al grado de superar las expectativas de los asistentes. Anteriormente los espectáculos de mayor producción eran las óperas. Allí el Fausto de las producciones con los vistosos vestuarios, la iluminación, la orquesta en vivo y los cantantes actuando las obras, eran la máxima expresión del entretenimiento. Seguramente la superioridad de las producciones en la ópera obedeció al respaldo económico de las cortes europeas quienes invertían grandes recursos en estos espectáculos, en una especie de competencia entre ducados, principados y reinos. Aunque estos espectáculos estaban restringidos a la élite de las sociedades. Al pueblo en general, le tocaba ver representaciones de menor calidad en cuanto a producción como las operetas y las obras de teatro. Pero eso ha cambiado. Ahora la mayoría de las funciones están orientadas al negocio de las masas, haciendo más accesible a nosotros, los mortales, espectáculos de grande calidad otrora reservados para los ricos. Porque el show business es eso, un negocio, y ahora el negocio está apostando al mayor número de individuos posibles. Los eventos masivos encarnan hoy en día una de las mayores fuentes de ingresos. Conciertos de rock y de artistas pop hoy son algo cotidiano en todas las principales ciudades del orbe. El deporte está orientado a esta misma máxima de mercado, orientando las exhibiciones al mayor público posible. Incluso el mundo de la política, en busca del voto ciudadano, también se ha encaminado a las masas, buscando en el número la moneda de la victoria. Y es que la radio y la televisión pusieron el punto en la “i” dando énfasis de lo masivo como un negocio redituable, el más provechoso.
Hace unas semanas estaba viendo un canal de televisión de paga donde transmiten series de los años setenta y los ochenta. Descubrí, con cierto dejo de nostalgia, que incluso esos programas que esperaba con entusiasmo cuando era yo niño o adolescente, ahora parecen lentos, largos y comparativamente inactivos, casi letárgicos. Ahora cualquier serie de televisión maneja en cada capítulo un par de historias que se van entrecruzando, lo que aporta a los programas un ritmo más ameno e interesante para el televidente. Volver a ver el Hombre nuclear fue terminar el programa entre bostezos hijos del tedio debido a un compás lento y un accionar pausado. Todo es evolución, y el mundo del espectáculo ha cambiado positivamente influenciando muchos de los ámbitos de nuestras vidas. Pocas obras y espectáculos han sobrevivido casi intactas en su formato y han podido mantener al espectador cautivo a través de los tiempos. La misma ópera Aida de Guiseppe Verdi es un ejemplo de un verdadero festín para los sentidos que durante más de un siglo nos sigue sorprendiendo. El deporte más popular del mundo, el futbol también se ha mantenido prácticamente sin cambios a través de la historia moderna, en cuanto a la función del partido, no de la maquinaria publicitaria que lo rodea. La lucha libre, en cambio, se ha vuelto en la nueva sensación deportiva, aprovechando al máximo la difusión masiva y revolucionando su ejecución al grado de convertirse en el segundo deporte más popular sólo detrás del futbol. Desplazando de sus lugares privilegiados en la preferencia de los estadounidenses a otros deportes de abolengo como el básquetbol y al beisbol. Y es que ahora los luchadores, al menos los estadounidenses, han logrado aprovechar al máximo el sentido de entretenimiento de un deporte. La lucha libre que produce la compañía WWE. Inc (Word Wresting Entreteinment) y su subproducto denominado RAW, ha formulado con éxito una mezcla de lucha libre y teatro, explotando al máximo el concepto de “los buenos contra los malos”. Ahora los luchadores de estas marcas combinan el deporte -atlético y exigente- de la lucha libre con una representación teatral de una batalla, perfectamente coreografiada y actuada, imprimiendo al deporte el matiz teatral que hace que el público infantil y juvenil sea cautivo de este entretenimiento. Atletas de 130 kilogramos de peso que vuelan por los aires ejecutando las más llamativas llaves de lucha, verdaderas piruetas acrobáticas, al tiempo que arengan a la multitud a tomar partido por tal o cual competidor, llevan al límite el espectáculo con su “hacer creer” (make believe). Una compañía cuya organización impecable que ha hecho del deporte un espectáculo, con guión y argumento, y lo más emblemático de esta compañía, es que ha logrado hacer una suerte de telenovela deportiva de entrega semanal. Un negocio de nuestros tiempos que explota perfectamente la noción de la sempiterna batalla entre los malos y los buenos, el eterno conflicto entre el bien y el mal. No sé si en un futuro, dado que la fórmula ha sido tan exitosa para la lucha libre estadounidense, el mundo del entretenimiento y la teatralidad logren permearse a otros deportes masivos. Lo cierto es que ahora, acudir a un concierto de una banda de rock o de un artista pop, se ha vuelto una experiencia colosal que impresiona nuestros sentidos, con luces laser, juegos pirotécnicos, producciones fantásticas y actuaciones espectaculares. Incluso los espectáculos de los magos famosos, como David Copperfield, Cris Angel, Penn and Teller, por citar algunos, son verdaderos tiempos de ensueño y un entretenimiento que supera, a menudo, nuestras expectativas.