A dos meses de que termine este año dudo que alguna de mis próximas lecturas desbanque a Los chicos de Toni Sala (Andorra la Vella: Trotalibros, 2022) del primer lugar de la lista de lo mejor que he leído este año. Me gustaría sólo dar algunos datos y recomendarles esta extraordinaria novela, porque de lo que quiero escribir esta semana no es en exclusiva de Los chicos, sino de la editorial que la publica en castellano. Así que lo que sigue no es una reseña, sino una recomendación de un libro y, sobre todo, de una casa editorial: una de la que me he enamorado por muy buenas razones y de la que ya soy un leal lector.
De Los chicos podría escribir unas cuantas páginas sobre su prosa frenética, sobre los temas que giran alrededor del hecho con el cual arranca, sobre la construcción de sus personajes principales, sobre el profundo e impecable uso del flujo de conciencia, sobre el lugar que ocupa en la trilogía que Toni Sala ha iniciado con ella. Y algo diré de ello, sin duda, pero de manera mucho más breve que lo que merecen todos estos aspectos de la novela.
Los chicos es la primera novela de una trilogía temática, aún inacabada, que Toni Sala dedicará a la muerte. Hasta hoy se han publicado Els nois (Barcelona: L’Altra Editorial, 2014), traducida del catalán al castellano por Carlos Mayor en Trotalibros como Los chicos, y Persecució (Barcelona: L’Altra Editorial, 2019). El epicentro del terremoto emocional y social sobre el que se construye Los chicos es la muerte de dos hermanos que apenas pasan los veinte años en un accidente automovilístico a las afueras de Vidreres, un pequeño pueblo catalán en el que parecen regir antiquísimas costumbres y en el que existe un grueso trazo entre los locales y los foráneos. Pero la muerte de los chicos brilla por su ausencia en la novela, pues parece sólo el punto de fuga que ubica la realidad y el espacio de sus cuatro personajes, quienes gravitan alrededor de los escombros que ha dejado este suceso. Pero la muerte de los chicos no es un suceso cualquiera, aunque al final la muerte debería ser algo común en nuestras vidas. Es una muerte que trastoca la lógica deseable por la edad de los fallecidos (los hijos son los que deberían enterrar a sus padres, no a la inversa) y es una muerte inefable: “¿Cómo se respeta una memoria? ¿Cómo puedes pensar en un muerto sin manosearlo? ¿Cómo puedes separarlo de los vivos? Mientras en la iglesia trataban de no maldecir a los hermanos por lo que representaban, la muerte antes de hora, la más absoluta, la muerte doble, porque una muerte inesperada es una muerte que se repliega sobre sí misma, que mata la esperanza y la pena, que no deja tiempo para hacer planes ni deja tiempo para renunciar a hacerlos, es una muerte que no deja vivir la muerte, que no deja hacer testamento ni proyectar nada para lo que quede de vida, que mata el futuro como cualquier muerte, pero que además mata las expectativas que habrían podido existir y, por lo tanto, mata el pasado, es una muerte retroactiva, es una muerte que se dispara a sí misma desde el futuro, que se avanza a la muerte, que le pasa por delante, es la muerte de la propia muerte, es una muerte que se suicida…”. También es una muerte que asola a un pueblo: “Han muerto tan jóvenes que se han llevado toda la vida del pueblo (…) No has aparcado en Vidreres, has aparcado en el cementerio de Vidreres, con nichos que son como casas, un cementerio con un estanco, una panadería y un banco, un cementerio con calles, con iglesia, un cementerio con cementerio, con un casino y un aparcamiento lleno de coches vacíos: así tiene que ser la otra vida, soledad y paredes”.
En Los chicos veremos a sus cuatro personajes recorrer los escombros que ha dejado la muerte, los veremos cruzarse entre ellos, los veremos charlar entre ellos, veremos al pueblo como un telón de fondo sepulcral y solitario; cuatro personajes con una relación distinta con el pueblo, algunos casuales y momentáneos espectadores, otros miembros de esa comunidad que se convierte en un cementerio con cementerio. Porque la muerte debería importarnos cuando no es nuestra -nuestra muerte, dado que estaremos muertos, nos debería resultar del todo irrelevante-, pues lo más importante lo que ocasiona a los vivos: el pasado que borra, las lealtades que rompe, las batallas que inicia. Así, resulta del todo necesario que un libro sobre la muerte no hable de la muerte, sino de aquello que conflagra y conjura. No digo más: les recomiendo sin matices esta extraordinaria novela de uno de los máximos exponentes de las letras catalanas.
Sobre Trotalibros empezaré por la conclusión: me parece, sin hipérbole, la editorial independiente con mayor futuro que conozca al día de hoy (lo digo como lector, pero también, y sobre todo, como editor). Este proyecto, en breve, inició como un canal de YouTube en el que su creador reseñaba libros y respondía a interesantes y simpáticos Book Tags. Acompañamos, los asiduos de su canal, a Jan Arimany como un estudiante de derecho que luego fue a Londres a estudiar un máster en Edición internacional y que finalmente regresó a Andorra a crear esta maravillosa editorial radicalmente independiente. Trotalibros, así, representa el refinado gusto y las aficiones de su editor, pero lo hace con un cuidado editorial pocas veces visto en la industria actual: libros en pasta dura, con cajas y tipografías elegantes, con guardas hermosas, así como con cubiertas con un diseño reconocible y consistente. Jan Arimany ha construido un pequeño pero sólido catálogo en un par de años de piezas que, sobre todo, buscan rescatar del olvido pequeñas y grandes obras maestras. Al día de hoy la editorial cuenta con una única colección, llamada Piteas, en la que ha publicado: La guardia de Nikos Kavadías, El palacio de hielo de Tarjei Vesaas, Canción del ocaso de Lewis Grassic Gibbon, Adiós, señor Chips de James Hilton (un clásico de la literatura escolar inglesa), Vera de Elizabeth von Arnim, Soledad de Víctor Català (un necesario rescate de un clásico de las letras catalanas), Hielo de Anna Kavan, Los chicos de Toni Sala, Rostros en el agua de Janet Frame, La mirada del ángel de Thomas Wolfe (uno de sus mayores y más representativos rescates a la fecha), Casas muertas y Oficina N.º1 de Miguel Otero Silva (un díptico imprescindible de la literatura venezolana), Mariana de Monica Dickens, La tercera boda de Kostas Taktsís, la Trilogía rural de Federico García Lorca, y su novedad actual: El tugurio de Émile Zola. También han publicado traducciones al catalán de Cares enmig de l’aigua de Janet Frame y El tercer casament de Kostas Taktsís. De manera adicional a sus innumerables virtudes, Trotalibros da un lugar especial a sus traductores y al editor, del cual todos sus libros tienen una nota al final. He leído ya varios de los libros que han publicado hasta la fecha y, sin miedo a equivocarme, Trotalibros es ya un sello editorial que merece la confianza de los lectores. Lo que publican tiene sin duda el sello de calidad de su casa editorial y de su editor.
Termino con cuestiones pragmáticas. ¿Dónde adquirir sus libros en México? Por lo que sé, por el momento están disponibles en físico tanto en las distintas sucursales de la Cafebrería El Péndulo, así como en la librería El Sótano. En línea, para envíos en físico a todo el interior de la república, por medio de las páginas de internet de las dos librerías mencionadas. Para la compra de ebooks, los títulos de Trotalibros están disponibles en todas las plataformas (yo mismo he comprado un par en Amazon).
Sin más dilación, ¡enhorabuena a Jan por esta magnífica propuesta editorial!