Los pioneros de la preservación y la conservación ecológica (Parte 2) - LJA Aguascalientes
23/11/2024

En esta entrega retomamos la exposición de los principales gestores de los movimientos de conservación natural o de lo que hoy llamamos sustentabilidad. Siguiendo la línea de pensamiento propuesta por Thoreau, John Muir (1838-1914), señala Baird Callicott (1993) en el artículo Teoría del valor no antropocéntrica y ética ambiental, «encabezó una campaña nacional con un sesgo moral en favor de que el público apreciara y preservara el ámbito silvestre». Este punto de vista estuvo acompañado además por una visión religiosa, pues para Muir, indica Roderick Frazier Nash (1967) en su libro Wilderness and the American Mind, «la naturaleza debe existir primero y principalmente por sí misma y para su creador». Para Muir todo poseía valor, tanto los animales como las plantas, las rocas e incluso el agua, eran «chispas del alma divina». Sin embargo, a pesar de la visión religiosa que Muir tiene del mundo, culpa a la concepción cristiana dualista de la falta de respeto hacia la naturaleza, la cual generó una actitud antropocéntrica engreída, por  lo que señaló que «un hombre no puede valer por sí mismo más que alguna porción de la creación», es decir, el hombre es una creatura más de la creación, no la más importante como se ha creído, por tal motivo, todas las personas tienes la obligación de cuidar y respetar todo lo creado, no solo a los miembros de nuestra especie. A pesar del peso que estas ideas tuvieron en su pensamiento y no las que le otorgaron fama y reconocimiento a John Muir, sino la defensa, promoción y establecimiento que hizo de los parques naturales, particularmente la gestión hecha ante el presidente Roosevelt para que The Gran Canyon y el Yosemite National Park fueran considerados monumentos nacionales; así mismo promovió la fundación de grupos que se encargaran de la conservación, como el Sierra Club fundado en 1892 y que sigue vigente hasta la actualidad.

Para conseguir sus objetivos, Muir adoptó una postura pragmática, es decir, creyó que la única vía para salvar la naturaleza americana era persuadir al pueblo estadounidense y sus gobiernos del valor de ésta desde el ámbito político; debido a ello, no da un énfasis especial en sus trabajos, ni al valor intrínseco, ni a los derechos de la naturaleza; lo que hace, más bien, es confeccionar en sus escritos una elaborada descripción de la belleza y espiritualidad de los paisajes naturales, los cuales nos llevan a un encuentro estético y místico que sirven de liberación a nuestro cuerpo y alma; experiencias que son invaluables y no se compran ni se adquieren a cambio de una determinada cantidad de dinero. Nash (1989) señala al respecto en su libro The Rights of Nature. A History of Environmental Ethics, que «Muir contrapone a este énfasis su crítica al uso comercial y utilitario que pretende hacerse de los espacios naturales».

Muir estaba consciente de que la gente aún no estaba preparada para entender y aceptar la urgencia de cuidar y valorar la naturaleza en sí misma, pues en realidad no había nada que motivara una percepción de esa índole, o algo qué temer, por decirlo de algún modo, en comparación con nuestra situación actual, pues los bienes ecológicos abundaban y el uso de ellos era lo que les redituaba beneficios inmediatos. Sin embargo, el uso indiscriminado de éstos se encuentra hoy en día en una inexorable situación de agotamiento y pérdida, lo cual, podría suponerse, nos conduciría a entender el valor intrínseco de los bienes ecológicos en consonancia con Muir y Thoreau, pero, los hechos muestran lo contrario, seguimos sin reconocer este valor en las entidades naturales, en gran medida por la promoción de otras propuestas que enfatizan la importancia de su uso comercial en bien de la humanidad.

Las propuestas de Muir no fueron bien recibidas por todo mundo, especialmente por aquellos que las vieron como una amenaza para el progreso de la humanidad y particularmente de la creciente nación norteamericana en pleno auge económico en el ocaso del siglo XIX.

No obstante, Muir no estaba solo, recibió el acompañamiento de otro de los fundadores del ambientalismo estadounidense: Gifford Pinchot (1865-1946). Pinchot nace en Simbusry, Connecticut en el seno de una familia bien acomodada, lo que le permitió estudiar en colegios de prestigio, pero principalmente, que al terminar sus estudios en la Universidad de Yale (1885) pudiera ir a estudiar a Nancy, Francia, durante un año, en un área de conocimiento inexistente en aquellos momentos en Estados Unidos: silvicultura. A su regresó trabajó como ingeniero forestal en Biltmore Forest Estate de Vanderbilt, posteriormente trabajó en la Comisión Nacional Forestal creada por la Academia Nacional de Ciencias y en 1898 fue nombrado jefe de la División de Ciencias Forestales. Durante su período en el cargo, el Servicio Forestal y los bosques nacionales crecieron abundantemente. En 1905 las reservas forestales eran aproximadamente de 56 millones de hectáreas; en 1910 había 150 bosques nacionales que cubrían 172 millones de hectáreas. Pinchot creó y estableció durante su gestión un modelo de organización y de gestión efectiva que debía enfocarse a la «conservación de los recursos naturales», con lo cual enfatizaba que se tenía que hacer un uso más racional de ellos. Esta nueva filosofía de la conservación, apunta Baird Callicott (1993) en su artículo En busca de una ética ambiental «cristalizó una ética de la conservación democrática y populista en un credo: ‘el mayor bien del mayor número por el mayor tiempo’ [‘the greatest good of the greatest number for the longest time’] que hacía eco de la famosa máxima utilitarista de John Stuart Mill».

         Gifford Pinchot, fue así uno de los principales promotores del uso conservacionista de la naturaleza, el cual, podría decirse, es el concepto análogo de lo que hoy se denomina desarrollo sostenible. En ambos casos lo que se persigue no es frenar o detener el progreso y el crecimiento económico, aunque sí poner un especial cuidado y atención en la forma en que se explotan los recursos naturales, de manera que su uso pueda ser sustentable durante la mayor cantidad de tiempo posible.

         Muir y Pinchot trabajaron juntos durante algún tiempo; no obstante, sus diferentes puntos de vista, provocaron que se distanciaran, y cada quien siguió un camino aparte. Pinchot se apropió el término «conservación» para su filosofía utilitarista del desarrollo científico de los recursos, y Muir y sus exponentes llegaron a ser conocidos como los «preservacionistas».


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