Cuando eres profesor, empiezas a vigilar los vicios que tienen los estudiantes, y descubres que también son tus propios vicios; el profesor, todo el tiempo, está tomando clases, cursos, talleres y diplomados más tiempo del que le gustaría, siempre está jugando los dos papeles, un pie en cada mundo. Ah, pero es que ahora amas enseñar. La Asociación de Docentes Multiversales está orgulloso de ti.
Al decir vicios me refiero, especialmente, a los que bostezan, a los respondones, a los que se duermen y a los que asienten cuando los miras fijamente a los ojos, como para darte un dulce: “su clase es muy interesante; lo que está diciendo, profesor, es mi nueva ley de vida. Mi existencia depende de ello. Molly Bloom dice que sí, sí, sí”.
Cometí el desatino, porque a veces me gusta el dinero, de aceptar un curso, o diplomado, o taller, o seminario; todavía no entiendo las variantes de estos dislates (a veces me gusta pretender que sí, que estoy muy interesado; cuando alguien me los explica, asiento como si mi vida dependiera de ello). Los últimos cuatro sábados estuve cautivo en un salón, mientras un par de profesores me enseñaron a redactar preguntas para un examen. Resulta que esto tiene su chiste, y que no cualquiera puede hacer exámenes realmente competentes.
Voy a confesar una de mis ñoñadas, ruego disculpas al lector porque voy a dar una imagen del niño enfadoso que fuí, y que consiguió ser muy odiado por sus pares (mayormente por hablador). Mi familia, un montón de tíos freaks y nerds, me enseñaron a leer en inglés desde muy chiquito. En la secundaria corrieron a mi profesora de inglés por motivos que no puedo recordar (aunque recuerdo la carita de la monja que nos avisó, estaba muy enojada cuando dijo que esa profesora ya no vendría) y nos quedamos sin examen final. Me acerqué a la monja, directora sor Juana, y le dije que yo le podía elaborar un examencillo, siempre y cuando me exentara del mismo. No confirmó, porque cómo la directora va a comprometerse durísimo con un chamaco mamón de 14 años, pero hice el examen de todas maneras y se lo cedí. Era una cosilla de 3 páginas, 25 preguntas. Cuando contrataron a una profesora de inglés para sacar el período adelante, y nos aplicó el examen, eran casi los mismos ejercicios que yo había diseñado. La profesora nueva de inglés cambió una o dos preguntas, fingí un poco de sorpresa. Mi examen final fue una cosa muy fácil. Me quedé unos minutos más, igual, por cortesía.
Usé principalmente nuestro libro de inglés e hice algunos cambios. No fue tan complicado.
Aquella profesora que nos daba inglés, antes de que la corrieran por motivos extraños, la recuerdo como una muchacha de bonitas piernas, vestidos verdes y entallados, cabello pelirrojo y ojos claros. Cerebro de 14 años. Quién sabe de dónde la sacaron (véase el siguiente párrafo), pero parecía la muñequita de Brave (Pixar, véala en cines). Creo que tampoco estaba muy de acuerdo con los modos católicos de secundaria, y entonces prefirió irse haciendo escándalo como una buena muchacha punk.
Una vez que firmé como docente, sus agentes me dieron un paseo por los refrigeradores como si se tratara de un sueño. La Asociación Nacional de Docentes Multiversales me hizo firmar un contrato: cuando se termine mi utilidad, aplicarán uno de sus novedosos métodos criogénicos, y si alguna vez se necesitan mis habilidades, quizás, me sacarán de los congeladores para dar un semestre o dos. Mientras esté durmiendo, así me lo prometieron, soñaré con el salón de clases ideal.
No me preocupa compartir el párrafo pasado, o el general de todo este vals, porque es muy disparatado. ¿Quién me va a creer?
El viernes pasado di un pequeño taller de creación de historias. Se presentaron nueve alumnos de preparatoria. Les platiqué de los monjes, encerrados en sus abadías, aburridos a perpetuidad, mirando siempre los mismos paisajes sobre la ventana. Entonces llegaron los viajeros, escucharon las historias de animales lejanos, como los elefantes y los bahamuts, y eso los obligó, porque estaban drogados de imaginación, a ponerles un nombre y escribir su historia. Los monjes creían que le estaban dando un propósito a los animales cuando, al final, quizás nunca lo descubrieron, pero fueron estos animales quienes les dieron un propósito. Pikachu is a life goal. Canté el tema de pokémon, puse a estos muchachos a inventar criaturas y ellos solitos, al final, añadieron héroes, aventuras, misiones. Se pueden enseñar muchas cosas, se pueden contar historias, pero la imaginación, y me parto la madre con quien se atreva a discutir esto, es el primer templo, el lugar más bendito. No se los dije así, pero espero que lo hayan entendido.