Los términos preservación y conservación hacen referencia a dos actividades, en principio semejantes, pero con objetivos distintos. De acuerdo con Bailey Shoemaker Richards (2014) en el artículo Preservación de un ecosistema vs. Conservación, «La preservación es el acto de hacer la tierra y cualquier ecosistema legalmente no disponible para el desarrollo y la explotación de constructores y otros individuos. Cuando se preserva un ecosistema, la acción que se toma es simplemente protegerlo de las influencias externas». La conservación, por el contrario, implica el involucramiento humano en el sostenimiento, mantenimiento y mejoramiento del sistema. La conservación generalmente incluye reemplazar o remover las especies de plantas y animales para crear un ecosistema saludable. Para Richards «Generalmente se llega a la conservación a través de la ayuda de los biólogos y otros especialistas que son los que pueden determinar las medidas necesarias para proteger un ecosistema. La preservación, por otro lado, se apoya en un acercamiento no intervencionista». Aunque los métodos difieren, en ambos casos la meta final es esencialmente la misma: la protección de los recursos naturales y de la vida salvaje; en el primer caso, sin ningún tipo de interferencia humana, de manera que ciertos espacios naturales conserven su estado prístino; en el segundo caso, hacer un uso responsable de ellos cuidando mantenerlos saludables.
Estas actividades han sido ampliamente desarrolladas desde los inicios del siglo pasado por el Servicio de Parques Nacionales de los Estados Unidos, muestra de ello son los 58 Parques Nacionales con los que cuenta actualmente. Cabe señalar que en su cuidado y protección hay una clara inclinación hacia la preservación, ya que el objetivo básico es dejar esos espacios silvestres (wilderness) tal cual están para las generaciones futuras.
Este trabajo fue impulsado por personajes como Thoureau, John Muir, Gifford Pinchot y Aldo Leopold, quienes fueron los primeros pensadores estadounidenses importantes en insistir, hace más de un siglo y medio, en que la naturaleza silvestre puede servir tanto para elevar los valores espirituales humanos más elevados, como para proporcionar materias primas con las cuales hacer frente a nuestras necesidades físicas más elementales.
Henry David Thoureau (1817-1862) es reconocido como precursor de los derechos civiles, la no violencia, la desobediencia civil y uno de los primeros promotores de la protección de la naturaleza, la cual, desde su punto de vista, debe valorarse no sólo como un mero medio de explotación de recursos para la satisfacción de las necesidades humanas, sino también como un espacio que ofrece importantes experiencias estéticas y espirituales, por lo cual debe buscarse la preservación de espacios en los que los seres humanos puedan vivir esta experiencia.
Thoureau es reconocido por ser un importante crítico social y en Walden no deja pasar la oportunidad para elaborar una crítica a la nueva economía que estaba desarrollándose en su país (y particularmente en Concord, su ciudad natal), cuya esencia era el lujo acompañado de un bienestar aparente, pero éste, en el fondo, no era sino más que un vacío merodeado por una gran injusticia social y una carga de pesadas deudas, más que un acrecentamiento moral y espiritual. Lo mejor sería, desde su punto de vista, una vida más sencilla, como la que él descubre en su estadía en Walden, vivir con lo estrictamente necesario y dejar de estar aspirando/envidiando poseer cada vez más que el otro.
Thoureau fue un pensador que se opuso a los nuevos criterios ético económicos que estaban gestándose, pues, contrario a éstos, él consideró a los animales, plantas e incluso a las estrellas como sus vecinos y miembros de su comunidad, y como tales pensó que deberíamos extender nuestra consideración ética hacia ellos, pero principalmente otorgarles derechos legales. Estas ideas, como bien sabemos hoy en día, tardarán en adquirir atención, y más aún, en ser tratadas con seriedad.
Thoureau, señala Roderick Frazier Nash (1989) en su libro The Rights of Nature. A History of Environmental Ethics, «fue uno de los primeros Americanos en percibir la inagotabilidad (de la naturaleza) como un mito» lo cual era una idea bastante contrastante con la realidad vivida por los primeros colonizadores estadounidenses en el siglo XIX, pues lo que predominaba y abundaba en ese momento era naturaleza en estado salvaje (wilderness) y, por lo tanto, era imposible percibir, aunque fuera de manera remota, algún indicio de que pudiera agotarse, antes bien, por el contrario, había demasiado espacio que requería ser humanizado, es decir, conquistado.
Por cuestiones de espacio, dejamos esta entrega hasta aquí y en la siguiente comentaremos lo realizado por los personajes faltantes, así como de la gestión hecha en México por Miguel Ángel de Quevedo.