Ciudad del Cabo, Sudáfrica. 21 de abril de 1947. Una joven aristócrata inglesa, Isabel Windsor, hace, con voz aniñada, un solemne e inquebrantable juramento ante la Mancomunidad Británica de Naciones: “Yo declaro ante todos ustedes que mi vida entera, sea esta extensa o breve, será dedicada a su servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la cual todos pertenecemos”.
Windsor, Inglaterra. 5 de abril de 2020. El virus SARS-CoV-2 azota con virulencia Europa. Ante el aumento de casos de esta “forma grave de neumonía” que “provoca una molestia respiratoria aguda”, la reina Isabel II trasmite un mensaje que, por su tono esperanzador, evoca los días de la Segunda Guerra Mundial cuando dice: “Días mejores regresarán: estaremos con nuestros amigos de nuevo; estaremos con nuestras familias de nuevo; nos volveremos a encontrar”.
Las escenas arribas descritas sirven como prólogo al presente artículo, el cual pretende explicar por qué el largo reinado de Isabel II de Inglaterra es sinónimo de deber y servicio.
Mucha saliva y tinta se ha derramado en estos días analizando, desde varias ópticas, la longeva regencia de Isabel II. Para algunos, ubicados en la lógica de los haters, era simplemente una representante de lo que Thomas Paine definió como “rufianes coronados” o “brutos reales”. Es decir, una horda de holgazanes y sanguijuelas que sangran a los contribuyentes. En esta esquina se ubican, sobre todo por razones históricas, comentaristas argentinos, africanos, chinos, españoles, irlandeses y algunos supuestos republicanos mexicanos, éstos últimos solamente evidencian su ignorancia supina.
En la antípoda ideológica se localiza una mezcolanza conformada por anglófilos, monárquicos y snobs, quienes reconocen que, a pesar de abusos y excesos, los británicos fueron –son- una fuerza benigna por haber difundido su idioma, el inglés, la lengua franca del mundo globalizado; su sistema legal, el Common Law; la invención y/o reglamentación de deportes como el boxeo, el fútbol, el golf, el rugby, y el tenis. Asimismo, los sándwiches, las tarjetas de Navidad y los Boy Scouts son productos Made in England.
Para este conglomerado, Isabel II fue el epítome del deber. ¿Por qué? La razón se encuentra en la Segunda Guerra Mundial. En septiembre de 1939, la Alemania nazi invadió Polonia. Por esta razón, el Reino Unido y la República Francesa declararon la guerra a los germanos. En junio de 1940, Adolf Hitler había conquistado Dinamarca, Noruega, Países Bajos, Bélgica y Francia. Por último, la Rusia soviética era aliada de los teutones.
Sin embargo, Inglaterra, “la roca rodeada de mar”, permanecía desafiante bajo el liderazgo del indomable Winston Churchill. En aquel verano axial, Londres se convirtió en la capital de los pueblos que se rehusaban a fenecer bajo la pesada bota nazi. Entonces, el rey Jorge VI tomó una decisión clave: la familia real permanecería en Inglaterra y no se refugiaría en el Canadá. De esta manera la monarquía inglesa contribuyó a levantar la moral del pueblo y las fuerzas armadas. Isabel y su hermana, Margarita, participaron en el esfuerzo bélico emitiendo proclamas por las ondas de la BBC. Posteriormente, Isabel se enlistó en el Ejército británico y se entrenó como mecánico.
La brutal y cruda experiencia de la Segunda Guerra Mundial dejó una huella indeleble en Isabel porque le hizo comprender que, a pesar de haber nacido en una cuna con sedas púrpuras, tenía una responsabilidad para con sus semejantes.
El otro rasgo distintivo de Isabel II era el servicio. ¿Cuál era la inspiración? Isabel era una persona profundamente religiosa. De hecho, era la jefa de la Iglesia anglicana y, además, compartía los ritos de los presbiterianos en Escocia. Su fe cristiana la impulsó a buscar la amistad y el consejo del predicador cristiano evangélico de origen estadounidense Billy Graham.
Los dos pilares, deber y servicio, le permitieron a Isabel II lograr la transición del Imperio a la Mancomunidad Británica de Naciones. Asimismo, durante siete décadas su conducta impecable le ayudó a cumplir su rol de monarca constitucional porque el gobierno británico en turno encontró en ella a la persona indicada para “ser consultada, con el derecho de animar, con el derecho de advertir”1 ante eventos internacionales como: la Rebelión del Mau-Mau (1952-1960), la crisis de Suez (1956); los Problemas en Irlanda del Norte (1969-2007), la Guerra de las Malvinas (1982); la invasión de Afganistán (2001-2021), el Brexit (2016-2020) y la pandemia del COVID-19 (2019-Actualidad).
En el plano personal, su sentido del deber y el servicio le sirvieron para salir avante ante vicisitudes personales como: el descaro de los Sex Pistols; los escándalos amorosos y los fracasos matrimoniales de su progenie; y el desastre que supuso, en 1997, el fallecimiento de su ex nuera, la princesa Diana de Gales.
Toda esta trayectoria personal y profesional fue reconocida por propios y extraños. Ejemplo de ello es que, en 2016, el secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, la definió como “el ancla de nuestra época”.
El escribano concluye: Isabel, con su profunda devoción por el deber y el servicio, cumplió con lo que el eminente constitucionalista Walter Bagehot, definió como la parte “dignificada” del Estado. Es decir, aquella que “provoca y preserva la reverencia del pueblo”. Ante ello, sólo resta citar las palabras pronunciadas por un personaje surgido de la literatura infantil, un plantígrado oriundo “del recóndito Perú”: el oso Paddington:
“Thank you Ma’am, for everything”
Aide-Mémoire. – Rusia sufrió su primer descalabro de importancia en Ucrania.
Recursos consultados
1.- Walter Bagehot https://www.oxfordreference.com/view/10.1093/acref/9780191826719.001.0001/q-oro-ed4-00000713