I
Cuando trato de explicarle a la gente cómo me sentí, termino imaginando cómo te sentiste tú. Sí, me indigna un poco porque pienso en otro que no soy yo, y ya no solo se trata de mi dolor, pero también del tuyo. Y como sigo con vida, es tu dolor el que importa, no el mío. Casi puedo verlo, con claridad y con imaginación, como volteas ligeramente el rostro porque tienes algo de vergüenza (quizás porque me humillo, o porque me veo derrotado), y decidiste invocar el rito de tenerme paciencia.
Digo, como he dicho otros días y otras noches, que esto tendrá un fin, una última consecuencia, muy valiente yo, como si no me aterrorizara el prospecto, lo repito como el loquito que pone otra vez la misma canción.
II
Yo tengo el control de este videojuego, si esto me aburre, daré el salto de Mario, entre las escaleras y la tubería, directo a un abismo donde súbitamente se corta el mundo, y luego de la fanfarria de la muerte, aventaré el control por ahí, y cerraré los ojos, y dormiré como aquellas primeras noches, cuando recién andábamos, envuelto en tus cobijas y tus humores, remembranza de Palinuro, el libro que amas, medio soñando que no había alguna urgencia y así, irónicamente, hago otro salto al pasado, una regresión a la ingenuidad de cuando era niño y reinterpreto la vida como esa posibilidad de dormir cada vez mejor, como cuando era un bebé.
Así el loquito quita el bucle de una canción para poner alguna otra.
III
La otra vez, algunos de mis acompañantes habituales, durante mi streaming de Mario (lo juego treinta años después), me preguntaron si alguna vez había pensado en darme cuello con excusa de que era el día de la prevención del suicidio. Fui cándido con ellos, y se me hizo fácil hablarlo mientras moría en el mundo ocho, una y otra vez.
Quizás no debí hacerlo; compartí demasiado y terminé abandonando algo que era mío pero, también, con los años, he aprendido que la única manera de recuperarse es compartir experiencias, soltar un pedazo de uno mismo para ver si el otro aprende algo, o si le dan ganas de aprender. No puedo asegurarlo, pero estoy en la etapa de beta testing.
En otras ocasiones he escrito de mis ganas de morirme. Cada vez, supongo, la mentira es que lo hago mejor para mí. La escritura como un reemplazo del suicidio, la lectura como una muerte lenta, los juegos como una simulación del conflicto, ese momento donde uno mira su vida y ocupa las últimas explosiones neuronales para verse como un rey, el único rey de su propia vida.
IV
Viajé para visitar una de mis viejas escuelas; Centro Universitario México. Yo amo el CUM. Sí, el chistín nos lo sabemos todos. Pero son valientes y no han cambiado el nombre. No tienen por qué hacerle caso al internet y su bullying perpetuo. El nombre ya se lo cambiaron alguna vez, antes se llamaba el colegio Francés Morelos.
Por otro chistín de algún wikipedista, en el pasado me anotaron como alumno destacado de los egresados. Con mi horrible promedio, el horror, qué mentira. Me pusieron al nivel de Octavio Paz, Carlos Fuentes, el ahora infame Plácido Domingo o grandes políticos (acotación: ningún político es grande) como Ruiz Masseu. No se crean, entre maristas no nos reconocemos. Alguna vez me senté a presentar algo junto al BEF (otro egresado célebre) y él hizo como que no me conocía. Hasta se disculpó conmigo por no haberme dejado hablar. Me dio gracia, y ternura. Eso es el espíritu marista.
Suelo recordar el CUM con cariño por las amistades, la complicidad, el fútbol americano. Pero ahora que pasé por ahí, rememoré los malos momentos: la excelencia académica, el bullying, el perpetuo estrés de si voy a poder llegar al siguiente año, cuándo me van a correr y ahora cómo le hago, y no sé cómo le sigo haciendo para codearme entre puro cabroncito que un día, cuando estén en ese puesto de poder, terminarán arruinando vidas. Ya sé, #notallcum. Pero yo también me veía ahí, ambicioso, con ganas de tener algo, lo que fuera.
El instituto no era para corazones débiles: aunque su aspecto social era una simulación de los problemas estructurales que ya existían, también querían construir su propia solución a través de la moral. Hacernos humanos antes de volvernos unos monstruos. Yo creo que por eso algunos muchachos desaparecían. Toda esa presión, esa identidad confundida forjada a través de compromisos, de rumores, de contratos, de buenos y severos deseos.
Me pregunto cómo será estudiar en el CUM hoy en día.
V
Antes de cerrar la puerta, supongo, haré algo responsable porque se lo debo al tema, y a la vida en general. Si alguien dice que quiere matarse, primero tómalo en serio, siéntate a escucharlo y pregúntale cómo puedes ayudarlo. Busca entre tus amistades algún psicólogo que esté especializado en intervenciones de crisis porque vas a necesitar dar la referencia o busca algún número 800 para donde esta persona pueda comunicarse. No podemos arreglar la tormenta que sienten los otros, ni de cerca (y no debes intentarlo porque puedes empeorar una situación que está ocurriendo), pero podemos ofrecer una mano. Reitero: no intentes arreglarlo tú, pero dirige la situación a alguien que sí tenga esta capacidad. Guglea los números. Deben estar por ahí. Uno nunca sabe cuándo escuchará esas palabras.