Reescribiendo la espiral de prometer hacerlo bien, de cometer un nuevo error;
de no saber pedir perdón, o pedirlo demasiadas veces
Ocho y medio – Nacho Vegas
En el Sistema Político Mexicano de la post revolución se pasó por cuatro estadios importantes en la titularidad del poder ejecutivo y su relación con las fuerzas armadas nacionales, que marcaron hitos históricos con los que se definió la forma de entender y hacer la política del país.
Estos tres estadios pueden clasificarse como: el primero, de los caudillos, fue un periodo de inestabilidad y conflicto, en el que las fuerzas armadas y sus facciones tuvieron participación determinante en la política nacional. este periodo va desde el Golpe de Estado perpetrado por Victoriano Huerta, hasta el asesinato de Álvaro Obregón cuando fue reelecto presidente.
El segundo, el Maximato, de 1928 a 1934, agrupa tres periodos presidenciales en los que el poder de facto residía en Plutarco Elías Calles. En este periodo se asentó un progreso en la paz social, pero la política continuó preponderantemente en manos de las facciones castrenses.
El tercer estadio puede entenderse como la etapa tardía de los militares en la presidencia, con los dos últimos titulares del ejecutivo que tuvieron cargo militar: los generales Lázaro Cárdenas y Manuel Ávila Camacho.
El cuarto fue el del gobierno de los civiles. A partir de la presidencia de Miguel Alemán Valdés, y hasta la administración federal de Vicente Fox, las fuerzas armadas cumplieron la regla no escrita de mantenerse al margen de los asuntos de seguridad pública y de la gobernabilidad civil. Con la penosa excepción de los sucesos de Tlatelolco en 1968, del jueves de corpus en 1971.
Ahora, desde las administraciones de Felipe Calderón, Enrique Peña Nieto, y la actual con Andrés Manuel López Obrador, vemos la emergencia de un quinto estadio que nos regresa a la militarización de la política. Con la llamada Guerra contra el narco, desde 2006, se puso a las fuerzas armadas a operar asuntos de seguridad pública civil; y desde entonces este proceso, lejos de disminuir, ha aumentado.
Actualmente, el gobierno federal ha empoderado a fuerzas armadas en lo político, administrativo, y económico, como no se había visto en el México posterior al Maximato. Peor aún, sumado al ejercicio castrense en tareas de seguridad pública civil, ahora también participan en acciones de gobernabilidad. El tema es delicado, porque el caso Ayotzinapa tiene participación probable del ejército en la serie de delitos cometidos.
Así, a quien se elija en la sucesión presidencial de 2024, encontrará un país debilitado en sus instituciones civiles, con un ejército empoderado y activo en la política, y con la mancha histórica de haber participado en la más dolorosa desaparición forzada de estudiantes, desde 1968 y 1971.
Peor aún. Es previsible que, al término de la actual administración federal, el titular del ejecutivo incumpla la regla no escrita en la política mexicana sobre que el presidente saliente se aleja de los reflectores de la política para dejar operar a la administración sucesora.
Aunque López Obrador afirme que terminando la presidencia se va a ir a su finca a desentenderse de la política, no hay nada que lo garantice; sobre todo, teniendo en cuenta dos factores: el primero, el culto a la personalidad sobre AMLO hace que su figura sea la piedra angular de su partido; dicho de otro modo, AMLO es MORENA; sin AMLO, el partido entraría en una carnicería de tribus que le propiciaría el canibalismo y la derrota.
El segundo factor es la credibilidad sobre la palabra de AMLO. En 2006 pidió que lo dieran “por muerto” para la contienda presidencial, y terminó tomando Reforma; en 2012 afirmó que, si no ganaba, se iba a su rancho, y no lo cumplió; en campaña de 2018 basó buena parte de su propuesta electora en la desmilitarización, y terminó creando a la Guardia Nacional y empoderando al ejército. Es decir, tenemos elementos para esperar justo lo contrario de lo que afirma.
En ese sentido, la historia puede ser cíclica, y estaríamos en condiciones de esperar que al término de la actual administración federal volvamos a vivir otro Maximato, ahora no con Plutarco Elías Calles como depositario factual del poder, sino con AMLO –el caudillo- delineando las acciones de una hipotética presidencia de MORENA, tal como Félix Salgado Macedonio opera en Guerrero con la administración que encabeza su hija. Nada de esto es deseable para la democracia.
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