La movilidad es un sector complejo tanto por el nivel de especialización técnica que implica la planeación, operación y regulación de los sistemas de transporte, como porque las necesidades de los distintos usuarios de las vías suelen percibirse contradictorias o mutuamente excluyentes –sin que necesariamente lo sean–. Es común, por ejemplo, que los automovilistas crean que la instalación de ciclovías o la ampliación de las banquetas afectará el tránsito vehicular, mientras ciclistas y peatones exigen un mayor espacio en las vialidades para desplazarse con seguridad. O bien, los automovilistas suelen oponerse a la introducción de carriles exclusivos para el transporte público asumiendo que ello aumentará el tráfico vehicular, mientras los usuarios del transporte demandan mejoras en la infraestructura para reducir sus tiempos de traslado.
En ese sentido, la movilidad toca intereses que con frecuencia compiten entre sí, lo que generalmente hace que las autoridades eviten decisiones complejas para evitar conflictos o posibles costos políticos y electorales. La inacción, sin embargo, conduce al deterioro de los sistemas de transporte y al incremento de problemáticas como la congestión vehicular, la contaminación y los accidentes, lo que, en última instancia, impide mejorar la calidad de vida y la competitividad de una ciudad. Incluso hay quienes suponen que la movilidad debe blindarse de la política y centrarse sólo en cuestiones técnicas, ignorando que la diversidad de intereses difícilmente permite alcanzar un consenso absoluto sobre qué debe hacerse y cómo, lo que precisamente sugiere que la movilidad y la política deben integrarse para lograr cambios más trascendentales.
Así lo han entendido ciudades que han logrado materializar transformaciones importantes en movilidad, como Nueva York, Los Ángeles, Viena, París o Seúl, las cuales lograron articular factores técnicos con estrategias políticas para impulsar distintas iniciativas. Un estudio reciente (Davis et al. 2018) elaborado por expertos internacionales explica algunos aprendizajes de esas ciudades. Veamos.
Primero, esas ciudades identificaron el momento adecuado para la implementación de reformas de movilidad conscientes de que difícilmente habría un momento “perfecto”. Encontrar el momento adecuado requiere medir el ambiente político, evaluar el interés de la población en las problemáticas que buscan resolverse e identificar oportunidades para introducir nuevas iniciativas. En ese último sentido, situaciones de conflicto o crisis pueden ser propicias para actuar, pues suelen demandar respuestas inmediatas a alguna problemática, como pueden ser los niveles excesivos de congestión vehicular o contaminación e incluso crisis operativas en el transporte público. El estudio también sugiere que el inicio de una administración, cuando el capital político suele ser mayor, puede ser más adecuado para impulsar políticas ambiciosas.
Segundo, las ciudades mencionadas comunicaron efectivamente los beneficios de sus políticas tanto para captar el interés de posibles aliados como para contrarrestar la inconformidad de otros que preferirían mantener el status quo. En la actualidad, sin embargo, generar entusiasmo sobre iniciativas de movilidad puede no ser una tarea sencilla considerando la saturación de información diaria, de manera que es indispensable enmarcar o relacionar iniciativas de movilidad con otras áreas o conceptos con los que las personas se identifiquen fácilmente, como la seguridad pública, sostenibilidad medioambiental o desarrollo económico. Por ejemplo, intervenciones para moderar la velocidad vehicular también pueden comunicarse como un reto de salud pública, no sólo de movilidad, pues pueden prevenir muertes y lesiones graves por hechos de tránsito –en 2018, en Aguascalientes murió una persona cada 36 horas por esta causa–.
Tercero, las ciudades del estudio movilizaron a grupos afines para que apoyaran públicamente sus iniciativas, lo que les generó mayor credibilidad y legitimidad. Los gobiernos pueden involucrar de manera activa a personas u organizaciones que ayuden, por ejemplo, a difundir los beneficios de un proyecto o la urgencia de atención de alguna problemática. En ese sentido, también es importante identificar, de manera anticipada, los motivos de rechazo o resistencia que una decisión pudiera generar y preparar respuestas, propuestas o compromisos sólidos y viables, y que apelen a las necesidades de distintos interesados, para gestionar su oposición.
Cuarto, esas ciudades utilizaron el conocimiento técnico de manera estratégica para facilitar la implementación de sus iniciativas. Por ejemplo, los datos y la información técnica pueden utilizarse de forma accesible para transmitir la relevancia de alguna acción: por ejemplo, datos en tiempo real del tráfico vehicular pueden demostrar cuánto tiempo pierde una persona en sus traslados y sensibilizar a la población sobre la necesidad de solucionar esa problemática mediante acciones como la mejora sustancial del transporte público o la construcción de infraestructura ciclista en vialidades congestionadas. Los equipos técnicos deben tener la capacidad –o el apoyo de expertos– para traducir información técnica compleja en mensajes accesibles para las personas.
Quinto, algunas ciudades del estudio optaron por implementar proyectos “piloto”, es decir, de menor escala y con menor presupuesto, para medir la respuesta de las personas a una determinada acción antes de implementar otras de mayor envergadura. Esos proyectos permiten a las personas experimentar directamente los beneficios de algún cambio en la movilidad y a los gobiernos corregir problemas imprevistos. Así, acciones que provean beneficios tangibles pueden movilizar un mayor apoyo a futuras intervenciones, mientras que aquellas que no alcancen los objetivos esperados pueden descontinuarse con relativa facilidad.
En conclusión, además de conocimientos técnicos se requieren estrategias creativas e inteligentes y, desde luego, capacidad y liderazgo político para transformar de manera exitosa la movilidad.
[email protected] / @fgranadosfranco
Referencia:
Davis, D. E., & Altschuler, A. (Eds.) (2018). Transforming urban transport. Oxford University Press.