Anne Marie Mergier
“Ofrezco hospedaje a joven ucraniana delgada a cambio de relaciones sexuales. Foto exigida”.
Este mensaje, publicado por un irlandés en las redes sociales a finales de febrero, mientras miles de mujeres y niños se precipitaban fuera de Ucrania huyendo de los bombardeos rusos, causó revuelo en internet y escándalo en Irlanda.
A mediados de marzo la policía sueca interrogó a una cuarentena de clientes de prostitutas contactadas a través de internet; 30 confesaron haber “comprado los servicios” de refugiadas ucranianas recién “traídas” a Estocolmo.
En las mismas fechas, la Unidad de Lucha contra el Tráfico, del Ministerio de Justicia de Israel, abrió una investigación sobre el caso de un centenar de refugiadas ucranianas que habían llegado a Tel Aviv en condiciones más que sospechosas.
Según explicaron algunas de ellas en un reportaje de televisión, un hombre las contactó al principio de la guerra, se encargó de hacerlas salir de Ucrania, asumió sus gastos de viaje por avión a Tel Aviv y les prometió ayuda para conseguir trabajo. Pero tan pronto arribaron a Israel fueron forzadas a prostituirse o a realizar trabajos domésticos en condiciones de extrema dureza. Todas las víctimas describieron al mismo individuo, que las autoridades policiales israelíes tenían fichado por sus antecedentes criminales.
Estas situaciones dramáticas confirman la alerta apremiante lanzada por António Guterres, secretario general de la ONU, al inicio del éxodo ucraniano, el peor de Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
“La guerra en Ucrania dista de ser una tragedia para traficantes de personas y depredadores”, advirtió Guterres. “Al contrario, es una gran oportunidad para ellos, ya que mujeres y niños son sus objetivos.”
Se calcula que durante los dos primeros meses del conflicto, cinco millones de personas salieron apresuradamente de Ucrania, creando situaciones caóticas en las fronteras de ese país con Polonia, Hungría, Moldavia, Eslovaquia y Rumania, que rebasaron en un primer tiempo las instancias nacionales concernidas, pero también al Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, la Organización Internacional para las Migraciones, la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Crimen, la Interpol y la Europol.
Al paso de los días se logró unir esfuerzos en estas fronteras para socorrer a los refugiados. También se movilizaron ONG de Europa así como miles de ciudadanos europeos que se ofrecieron para alojar a mujeres y niños ucranianos.
Tal como lo había advertido Guterres, redes criminales e individuos “malintencionados” aprovecharon el caos inicial y los problemas de coordinación entre las distintas iniciativas institucionales y ciudadanas para engañar y secuestrar a refugiadas. A estas alturas resulta imposible medir la amplitud de estos atentados contra mujeres y niños desamparados.