Judith Amador
La investigadora Martha Lilia Tenorio rememora cómo llegó a las clases del filólogo jalisciense con la intención de cursar la maestría, a los 25 años. A partir de ese momento luchó porque, ya en El Colegio de México, le dirigiera la tesis de doctorado sobre Sor Juana Inés de la Cruz. Se convirtió en su discípula, y luego en la depositaria de su legado, pues Antonio Alatorre le dejó materiales para publicar su obra completa, primicia que entrega a Proceso, como las cartas que registran el pleito con Octavio Paz sobre La décima musa. Tenorio realiza aquí el perfil de quien fuera su maestro por un cuarto de siglo.
Discípula y heredera del legado intelectual del filólogo Antonio Alatorre, la investigadora Martha Lilia Tenorio acaricia el sueño de publicar su obra completa y dar a conocer los poemas que durante algunos años atesoró en un fólder anaranjado, junto con la correspondencia que mantuvo con personajes como Octavio Paz –en el marco de sus encendidas polémicas–, Marcel Bataillon, Raimundo Lida o Tomás Segovia.
Profesora del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México (Colmex), especialista en la poesía de los Siglos de Oro y miembro del Consejo Asesor de la Cátedra “Luis de Góngora” de la Universidad de Córdoba, España, participó el pasado lunes 25 de julio en una mesa académica para conmemorar el centenario del nacimiento de Alatorre, organizada por el lingüista Luis Fernando Lara en El Colegio Nacional (Colnal).
Previamente, la estudiosa de la poesía novohispana y de la obra de Sor Juana Inés de la Cruz, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), habla con Proceso de su relación académica y de vida de más de 25 años con el escritor, traductor e investigador literario; de su disciplina y rigor; y su carácter férreo que le hizo enfrentarse sin dobleces con intelectuales como el propio Paz.
De hecho, para ella, el legado más importante de Alatorre (nacido en Autlán de Navarro, Jalisco, el 25 de julio de 1922, y fallecido el 21 de octubre de 2010 en la Ciudad de México), además de su obra escrita, es el rigor, la honestidad y la pasión con que trabajaba, sin concesiones a modas teóricas o literarias o relaciones públicas. Mantuvo su autonomía absoluta, dice, y lo único que le interesaba era la búsqueda del conocimiento.
Explica que le gustaba ser definido simplemente como filólogo, no como crítico literario o académico o escritor. Al no tener grado académico, pedía ser llamado profesor, nada más. Y llegó a decir que la filología era inútil. Se le pregunta a Tenorio cómo lo vería en la época actual donde el lenguaje parece empeorar día con día:
“En la época actual es inexistente, desgraciadamente el estudio filológico como que ha pasado de moda, se le ve como algo que no importa, que es anticuado, que no dice cosas insólitas o novedosas o que no va con los tiempos. Porque la filología –como lo dice la etimología de la palabra– es el amor por la palabra. Lo que Alatorre hacía al trabajar o dar clase era leer, leer en voz alta, ir explicando verso por verso, por qué estaba construido así un poema, por qué el poeta decía lo que decía, qué contexto histórico implicaba un verso… entonces el estudio filológico parece no decir nada nuevo, como digo yo, no es ‘sexy’, no dice: ‘Ay, pues Sor Juana era la primera feminista o Góngora era de tal manera’. La filología no lo va a decir, en primera porque no es cierto, y luego estaríamos falseando los versos”.
Mientras aquí se ha ninguneado ese tipo de estudios, refiere la investigadora, en Estados Unidos se está regresando al rigor filológico, al llamado close reading (lectura detallada), por lo menos en los departamentos de Literatura Inglesa y Literatura Comparada, y se están dejando las modas que aquí siguen utilizándose:
“Ese amor por la lectura y por entender lo que se lee no es trascendente, parece que lo importante es decir algo que nadie haya dicho aunque sea una mentira y no se pueda comprobar o no haya testimonio filológico que respalde lo que se está diciendo”.
Entonces evoca que por ello a Alatorre le gustaba ser llamado filólogo, y era incapaz de inventar que un texto dijera lo que no estaba escrito.
“Puedes pensar lo que quieras de Sor Juana, pero a ver, ¿dónde está escrito, dónde lo dice? Eso tristemente está perdiéndose porque la literatura o el estudio de la literatura se convierte en un pretexto para hablar de estudios postcoloniales, de posmodernidad, de estudios queer (de orientación sexual), feministas, de qué se yo, cualquier cosa menos literatura. Tal pareciera que hablar de literatura no es serio, entonces hay que hacerlo de otras cosas y el pretexto es la literatura. Y lamentablemente ya no hay profesores con ese rigor, sobre todo que enseñen a leer con gusto la poesía, especialmente la antigua, la del Renacimiento y la barroca. Siento que los alumnos piensan que leer la poesía barroca es como ir al museo y verla expuesta como detrás de un escaparate y ‘qué bonita, adiós’, y me sigo, como si no nos dijera ya nada”.
Lo que enseñaba Alatorre fundamentalmente, enfatiza, era a sentir que la poesía antigua está viva y tan vigente como la de cualquier poeta moderno, y así lo podían percibir con la lectura de su libro Los 1001 de la lengua española o en la antología El sueño erótico en la poesía española de los Siglos de Oro.
Políticamente incorrecto
Tenorio recuerda cómo llegó a las clases de Alatorre cuando estudiaba la maestría, a los 25 años. Trabajaba y estudiaba y era una de las materias que se acomodaban a su horario, ni siquiera fue porque se tratara del ya reconocido profesor, “a ese grado la ignorancia con la que salí de la licenciatura, así nos forman”. Cuando llegó al salón él explicaba un soneto de Luis de Góngora:
“Pensé: ‘esto es una vacilada, nada más platica de qué se trata’, pero a los cuatro versos ya había sido seducida completamente por Alatorre, siempre he dicho que fue amor a primera clase. A partir de ahí me dije: ‘yo quiero ser como él y de ahí pa’l real lo seguí. Entré a El Colegio de México porque sabía que él estaba ahí e hice mi tesis sobre Sor Juana, cuando él ya no dirigía tesis de doctorado, porque él estaba trabajando el tema en ese momento y pensé: ‘quizá, si no lo distraigo tanto de lo que está haciendo, acepta ser mi director’. Y le rogué muchísimo, fui muy molona pero lo logré, me dirigió la tesis”.
Confiesa que no tenía ojos ni oídos para nadie más que para Alatorre y se considera privilegiada, porque él no dejó más discípulos porque ya no los aceptaba, pero “yo fui muy rogona, no tenía ninguna dignidad y mi ego estaba en su lugar, porque era de los que sin empacho alguno te decía –no sé si pueda decir malas palabras–, pero me decía: ‘eres una pendeja ignorante, no sabes ni por dónde cantó el gallo”.
Pudo darse la vuelta diciéndole “viejo loco”, pero cuenta que prefirió seguir aunque llegara a su casa llorando a corregir lo que él le indicaba. Pronto vio que él era tan exigente con ella como consigo mismo:
“Heredé todas sus cosas porque tengo la misión de hacer sus obras completas. Y todas sus publicaciones, incluso sus separatas de artículos, están rayadas, completadas, corregidas y corregidas, o sea él no terminaba su trabajo con la publicación como hacemos todos los académicos: ‘ya publiqué, ya me cuenta un puntito para el SNI’. No, él seguía y seguía. Hay una separata que tacha con una nota, pero con una furia, y pone: ‘¡qué pendejo, perdí una buena oportunidad de quedarme callado!’”.
Era su forma de ejercer la crítica, prosigue, no tenía piedad del prójimo pero tampoco de él, no hacía concesiones y era muy temido y odiado, seguramente muchos no lo decían abiertamente porque era una gran figura, pero el primero en rectificar era él. Y de él aprendió que también se vale equivocarse, siempre que se reconozca con honestidad y convicción.
Confiesa que le molestan comentarios en el sentido de que al filólogo le gustaba dar de palos a quienes se equivocaban, desde una “posición de privilegio”. Entonces dice que si acaso la tuvo no fue usurpada, sino que le costó muchísimo trabajo llegar a ella. Él provenía de una familia de escasos recursos porque su padre se arruinó. Entonces metieron a sus hermanos a un orfelinato, y a él, que era bueno para el estudio, lo ingresaron a un seminario, para que ahí viviera, comiera y estudiara:
“Como su adorada Sor Juana, se hizo solo, él y su talento. Primero se formó, aprendió latín, griego (también inglés y francés) en el seminario, luego Juan José Arreola fue su mentor literario, y finalmente entró al Colegio, cuando existía el Centro de Estudios Filológicos que ahora es el centro al cual pertenezco, donde Raimundo Lida (filólogo argentino), le puso sistema a sus lecturas y a todo aquel gozo que había aprendido con Arreola”.
Trabajaba incansablemente, no 24 horas diarias, pero dice que llegó a llamarle en domingo a las 11 de la noche para comentarle que acababa de encontrar algún dato o información y que fuera a su casa con urgencia.
–Dice usted que se ha querido encajonar a Sor Juana como feminista. ¿En las convenciones actuales quizá se diría también que Alatorre era un profesor muy machista?
–¡No, bueno! Le voy a contar una anécdota.
Refiere que en 1991 el entonces Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer del Colmex, organizó un congreso feminista al cual invitaron “no sé si ingenuamente” a Alatorre, quien tenía pensado leer una crítica “muy fuerte” a la lectura de Octavio Paz del Primero Sueño de Sor Juana, pues no estaba de acuerdo con él. Pero por esos días apareció el libro Feminist Perspectives on Sor Juana Ines de la Cruz (Perspectivas feministas en Sor Juana Inés de la Cruz, editado por Stephanie Merrim). Su mentor le llamó para preguntarle si ella lo conocía y Tenorio se lo prestó.
Su conferencia “acabó siendo en efecto una crítica a la lectura de Octavio Paz, pero también a las lecturas feministas que encontró en ese libro sobre el Primero Sueño”.
Se la leyó previamente a su discípula, y ella confiesa que le pareció moderada, no era despiadada ni nada parecido, y Alatorre, que “era un hombre tímido”, la leyó en forma ponderada. Pero la indignación no se hizo esperar e inmediatamente hubo académicas que lo acusaron de ser “sor filólogo del falo”. Ella estuvo a punto de abandonar las sesiones, pero antes hablaron por teléfono y él le pidió permanecer para conocer más de las reacciones.
“Hubo argumentos tan estúpidos como decir que el poema tenía más sustantivos femeninos que masculinos y por tanto era feminista. Alatorre dijo: ‘no es posible porque en la lengua española hay más sustantivos masculinos que femeninos, no porque sea machista, sino porque los neutros del latín pasaron a ser masculinos, por esa simple y sencilla razón, y siento tan femenina a sor Juana cuando dice el desasosiego que cuando dice la zozobra, no pasa nada’”.
Lo que es cierto, destaca la investigadora, es que sor Juana hizo una defensa del derecho de las mujeres a saber, “pero eso no la hace feminista, porque el feminismo es un movimiento del siglo XX, sería anacrónico”. Y describe que la monja le pedía a su madre que la vistiera de hombre para poder ir a la universidad, “porque no concebía que una mujer fuera a la universidad y tuviera tanta cercanía con hombres, no estaba en su mente, era una mujer de su tiempo, por genial que haya sido”.
Agrega que “ahora que está de moda lo políticamente correcto”, no tardarán en criticar a sor Juana y hacerla “caer en desgracia porque tenía dos esclavas… ‘¡qué barbaridad, era esclavista!’”. Y sin embargo, Tenorio distingue: una, la mujer de su tiempo condicionada históricamente por sus circunstancias –“y no hay manera de que la liberemos de eso”–, y la poeta que era empática con su esclava.
Sin lugar para el debate
Se le pregunta por los debates que Alatorre tuvo en aquella ocasión o los que lo enfrentaron acremente con Paz, tanto por el final del texto llamado la “Segunda Celestina” –atribuido a la monja–, como por el libro del Nobel Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (recogidos en estas páginas entre el 6 de noviembre de 1990 y el 12 de febrero de 1992, resumidos en el libro de Proceso México: Su apuesta por la cultura, publicado en coedición Grijalbo-UNAM, en 2003).
–¿Por qué ahora los académicos e intelectuales no se enfrentan así, no critican?
Y pone sobre la mesa un aspecto que se ha tratado igualmente en este semanario: El temor de los investigadores a la evaluación que cada cinco años les hace el Sistema Nacional de Investigadores. No pueden comprometerse a proyectos de largo aliento porque si llegan al quinto año sin publicar, no les renuevan el apoyo, y si critican a alguien que pueda ser parte del comité evaluador… pues mejor no.
“Alatorre no tenía miedo, claro, ya tenía un lugar ganado y no podía pasar nada, pero en la academia ya no hay ese rigor y ese gusto por hacer bien las cosas… Él me decía que tuvo la suerte de formarse cuando los papeles no eran importantes, o sea los títulos. No tenía certificado de preparatoria porque él fue al seminario, y como no tenía vocación religiosa, el director, que lo estimaba porque era un chavo muy listo y estudioso, le consiguió un certificado de secundaria, piratón… Fue autodidacta, como Arreola”.
En su presentación en el Colnal, Tenorio abordó cuatro facetas del escritor, una de ellas su vida familiar, donde cuenta cómo llegó a la Ciudad de México (vivía en un cuarto de azotea con su hermano Moisés, quien estudiaba música en el Conservatorio Nacional de Música), y de noche era policía), y en medio de la precariedad estudió hasta llegar a ser el reconocido académico.
En la entrevista menciona que daría la primicia de los documentos que le dejó en el folder anaranjado con la leyenda en manuscrito “para obras completas”. Ahí están las cartas privadas que sostuvo con Paz durante aquellos debates sobre sor Juana y otros temas.
Vale recordar una discusión que tuvieron en diciembre de 1978 a raíz de la publicación de unos comentarios de Alatorre en el suplemento Sábado del periódico unomásuno, por un libro del historiador Jorge Aguilar Mora, La divina pareja, sobre la obra de Paz. Este le reclamó:
“Me comparas con Reyes. La comparación podría haberme alegrado: lo quise y lo admiré. (A mí su conversación no me quitó el tiempo: me hizo ganarlo.) Pero nos comparas sólo para injuriarnos: somos un par de momias. ¡Y tú lo dices!… Antonio: déjate de chismes y vuelve a tus trabajos literarios. La erudición es respetable e incluso admirable; no lo es el erudito défroqué” (sacerdocio).
La investigadora explica que mientras vivió la viuda de Paz, Marie-Jose Tramini, prefirió no sacar los documentos (ella tenía los derechos de autor). Pero quedan “las viudas de Paz, Krauze y los que están en Letras Libres”, que podrían sentirse molestos. En varias de esas cartas se ve a un Paz caprichoso.
Las misivas que conserva son tanto aquellas que el poeta le envió al filólogo como de éste al primero, porque Alatorre tenía la costumbre de escribirlas en máquina, con papel carbón, conservaba la copia y entregaba el original. Es con Paz la “correspondencia más sabrosa”. Se registra ahí cuando Paz le pide presentar su libro Las trampas de la fe:
“Alatorre encontró muchos errores, no erratas, errores: fechas, latines, nombres, porque él era un erudito. Entonces se lo mandó a Paz y le dijo: ‘Mira, si yo presento tu libro voy a decir esto. Paz se molestó y le contestó que en los latines se había equivocado porque claro, Alatorre sabía latín porque era exseminarista, pero se lo dice con desprecio, no acepta muchas cosas. Le reclama y le dice que se hace eco de la gente que es su enemiga, se ve como un niño berrinchudo, muy poco receptivo a la crítica”.
En la siguiente edición Paz corrigió ciertas cosas y “le agradece a Alatorre haberle corregido algunas erratas, pero no eran erratas, eran errores, no es lo mismo. Luego vino lo de la ‘Segunda Celestina’ que se decía que el final fue escrito por sor Juana y Paz lo publicó, Alatorre pensaba que ese no era el final y ahí se enojaron también mucho”.
Alatorre le contó que un día coincidieron en El Colegio Nacional esperando el elevador, y Paz le preguntó: “¿Qué elevador vas a tomar?”. “El próximo”, dijo Alatorre. “Ah bueno, entonces me espero al otro”.