Mauro Alejandro nació con un nombre de mujer. La familia y la sociedad en la que vive esperaron siempre de él que fuera una buena niña. Sin embargo, él nunca fue una niña más que por su sexo. Él ha sido un hombre desde siempre, atrapado en un cuerpo de mujer. El tema de la transexualidad no tiene mucho tratamiento en México y menos en un estado conservador como Aguascalientes.
En los días que corren, medios de comunicación, políticos y hasta la Iglesia andan opinando, con más o menos fortuna, acerca de la homosexualidad en México. Pero parecen olvidar que una opción sexual distinta de la heterosexualidad no es sólo ser hombre gay o mujer lesbiana. La bisexualidad o la transexualidad son un hecho en cualquier sociedad al que no se le puede dar la espalda.
“Lo que nosotros vivimos no es un capricho”, asegura Mauro. “Nacemos así y es como somos”. Un estudio de la Comisión de Atención a Grupos Vulnerables en 2007, resaltó que el 10% de la población mexicana tiene una orientación sexual diferente de la heterosexual. Pese a esto, la sociedad en México es homófoba y muy poco tolerante con cualquier opción que no cumpla la fórmula hombre más mujer.
Cuando Mauro Alejandro era un niño, asegura se sentía libre. Jugaba en el colegio con todos sus compañeritos y no tenía la noción del rol que “debía” cumplir un niño o una niña. Fue en la secundaria cuando comenzó a tener conflictos con su identidad. No le interesaba tener novios, como a todas sus amigas. Incluso decidió arreglarse como una adolescente de su edad y tener un novio para corresponder con la sociedad.
Sin embargo, su vida así no tenía ninguna coherencia. Posteriormente comprendió que se sentía atraído por las mujeres e inició una relación. Cuando decidió que no podía esconder en su casa la realidad y contó a su familia que le gustaban las mujeres sufrió “violencia económica, psicológica y física”. Recibió golpes y no sólo en sentido literal. No lo apoyaban ni afectivamente ni en lo económico.
Según estudios, en México el 16 por ciento de las personas que tienen opciones sexuales distintas a la heterosexualidad sufren rechazos por parte de sus familias.
Aquí no termina la sarta de tropiezos con los que se ha tenido que enfrentar Mauro Alejandro. Faltando el apoyo familiar, tuvo que comenzar a trabajar a la vez que intentaba sacar su carrera adelante. Muchos de los que creía amigos le dieron la espalda y la presión era tal, que incluso terminó la relación sentimental en la que se apoyaba.
Todos los obstáculos de esta historia personal se reflejan en estadísticas tales como que el 94 por ciento de gays, lesbianas y transexuales mexicanos se sienten excluidos de la sociedad.
La Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal afirmó en un estudio de 2007 que la mitad de los mexicanos no querría tener como vecino a una persona con identidad sexual distinta a la heterosexual. Estas cifras denotan una homofobia muy arraigada aún.
La historia de Mauro Alejandro, es difícil de asimilar cuando, según sus palabras, su vida tenía tan poco sentido que intentó suicidarse. Con enormes problemas para conjugar la universidad con el trabajo, sin el menor apoyo de su familia ni de su pareja, que no pudo aguantar más y con 13 kilos menos de peso, un día decidió terminar con su vida. Por alguna razón, la bala de la pistola que empuñó no salió y ese momento se convirtió en una señal, en el detonante de una gran voluntad y enorme coraje para luchar por sus derechos, por salir adelante y plantar cara a quien no quisiera entender su identidad.
Mauro llegó al colectivo Ser Gay con el objetivo de hacer sus prácticas profesionales para la carrera. Su idea no era involucrarse demasiado en la organización, puesto que como “ya me habían sacado del clóset” creía que no tenía ningún conflicto. Sin embargo fue en este lugar donde aprendió a aceptarse como una persona de género masculino que nació en un cuerpo de mujer.
Los estudios sobre identidad sexual en México no gozan de mucha difusión. Sin embargo los datos que arrojan son abrumadores: el 50 por ciento de los transexuales ha sufrido agresiones físicas; el 11 por ciento ha sido objeto de amenazas, extorsión y detención por parte de policías; el 13 por ciento no fue contratado en un trabajo y el 76 por ciento fue objeto de hostigamientos en el ámbito laboral.
En el ámbito escolar, el 40 por ciento de estas personas tuvo que ocultar sus preferencias sexuales para no ser discriminado y el 26 por ciento fue agredido. Mauro, quien personifica esta historia, constata que algunos de sus profesores lo han reprobado por ser quien es. Sin embargo, al día de hoy es uno de los alumnos que más desempeño tiene en clase y está a punto de terminar su carrera.
Mauro está convencido de que “en el sistema educativo deberían impartir cursos de capacitación en sexualidad para maestros. Los niños son muy sensibles y pueden entender si se les explica con sensatez. Pero primero hace falta dar talleres de sensibilización a los maestros”. Y no van muy desencaminados sus deseos con la orientación de la educación que estípula la Constitución mexicana: la “educación se basará en los resultados del progreso científico, luchará contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios”. Además, la máxima ley resalta que la enseñanza debe ser impartida bajo “los ideales de fraternidad e igualdad de derechos de todos los hombres, evitando los privilegios de razas, de religión, de grupos, de sexos o de individuos”.