He luchado por recuperar el control muchas veces en mi vida —corregí la frase anterior, pues no lo he “perdido” para siempre, como diría algún señor melodramático del cine de oro mexicano, siempre he logrado recuperarlo. Quizás esto sirve como una lección, la moraleja fácil: es posible recuperar el control cuando uno está dispuesto a arrostrar sus propios infiernos–. Pienso, especialmente, todo lo que perdí sistemáticamente durante el cáncer; pero no solo eso, sino las 12 mudanzas en la Ciudad de México cuando fui niño; nómada del espacio y de la biología.
Así que alguna tarde, un miércoles de la semana pasada, abrí una cuenta gratuita en Notion y descubrí lo reconfortante que es llenar una base de datos. Con unos clicks empecé a darle un orden al mundo. Notion es una de esas páginas que convierte las bases de datos en algo ridículamente accesible, un Excel con esteroides para quienes gustan de una vida simplificada. En unas horas ya había armado toda clase de catálogos, taxonomías y relaciones para un puñado de trivialidades: mis videojuegos, mis playeras, mis libros, las lecturas, las caminatas, las recomendaciones que me arrojan mis alumnos o mis lectores y que suelo olvidar porque soy muy descuidado.
A todo le he puesto números y fórmulas para tratar de darle un sentido numérico y cuantitativo al mundo. Soy el pequeño chiste de un ingeniero, o de un nerd, de algún contador versado en las computadoras (porque los odio, los odio tanto, tanto, pero aprovecho para decir una mentira: quizás los envidio) o el performance de un funambulista de números.
Para acabar el día, también hice una tabla para registrar las tiradas de dados aleatorias que luego aviento para entretenerme, como si el azar (ojo: no es lo mismo que la fortuna) fuera un lenguaje que se puede aprender. Esos números no le servirán a nadie, pero como la NASA nos acaba de descubrir el espacio donde viven las galaxias (me dio vértigo descubrir su acomodo sobrenatural), mis números no le hacen daño a nadie y quizás, si tengo suerte, podrán convertirse en la explicación de uno de los enigmas cósmicos.
En las tardes, cuando tengo ganas de leer, abro mi libro del Homo Ludens y continuo absorbiendo los cuentos de mil culturas. La poesía y las leyes como espacio de juegos. Antes, cuando éramos civilizaciones más bárbaras, no solamente jugábamos el dinero o el prestigio, también nos apostábamos la vida. La poesía en el aspecto puro, lúdico, es la creación de preguntas, de enigmas, de rompecabezas. Es el juego más sencillo que pueden jugar dos personas, frente a frente, cuando se recitan palabras, respuestas y versos el uno frente al otro. Alguna cultura, antes, por ejemplo, escribía sus leyes en versos rimados, muy lejano al lenguaje estéril que ahora componen las constituciones y los legajos.
El juego es emoción, el juego es sentimiento y el juego, finalmente, mejor que mis numeritos triviales (la gamificación de la rutina), es el verdadero significado de la vida. Repito aquella frase como un tatuaje cerebral, un ritmo inexorable: no es cierto que hemos venido a vivir sobre la tierra, hemos venido a soñar. Estamos aquí para soñar. Creo que ese es mi nuevo manifiesto de vida. Aunque me siento lejos de él, y eso inevitablemente me pone un poco trágico y melancólico, alzaré una copa para el dios del juego, de la risa y de la libertad. Ojalá algún día me acepte de nuevo.