Para que un acto de magia funcione quien monte el espectáculo escénico debe ser un maestro capaz de generar efectos maravillosos que el público no pueda explicar, el presidente Andrés Manuel López Obrador es ese ilusionista, el montaje es su conferencia matutina y el acto es la desaparición de los tapados que da paso a la revelación de las corcholatas.
Los actos de ilusionismo los explica mejor John Cutter, un personaje interpretado por Michael Caine en la película de Christopher Nolan, The Prestige: “Todo efecto mágico consta de tres partes o actos. La primera parte, es la presentación: el mago muestra algo ordinario, una baraja de cartas, un pájaro o una persona. El mago lo exhibe, te invita a que lo examines, para que veas que no hay nada raro. Todo es normal. Pero, probablemente no sea así. El segundo acto es la actuación: el mago, con eso que era ordinario, consigue hacer algo extraordinario. Entonces intentarás descubrir el truco, pero no lo conseguirás, porque en el fondo, no quieres saber cuál es. Lo que quieres es que te engañen. Pero todavía no aplaudirá. Que hagan desaparecer algo no es suficiente, tienen que hacerlo reaparecer. Por eso, todo efecto mágico consta de un tercer acto, la parte más complicada de este acto, es el gran truco.”
En el primer acto, López Obrador se presentó como un personaje comprometido con la democracia y la transparencia, exhibe las prácticas opacas de los regímenes anteriores en donde el presidente de la República elegía por dedazo al candidato del partido en el poder digno de sucederlo, el montaje fue espléndido porque corresponde a la realidad, todo presidente priista eligió al que le siguió, sin importar la opinión de la militancia o las preferencias electorales de ese momento. Es cierto que tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio esa práctica quedó sin efecto, que Ernesto Zedillo no era el preferido de Carlos Salinas de Gortari, también hay que considerar que Vicente Fox no fue el tapado de ningún presidente, y que, en las elecciones subsecuentes, el tapadismo se fue transformando y no fue más esa práctica perfectamente descrita por Abel Quezada; pero eso hace mella en el discurso de López Obrador, porque durante décadas el partido en el gobierno actuó así.
En el segundo acto, López Obrador hace desaparecer a los tapados. La ilusión es que el partido en el poder ya no encubrirá la identidad de los aspirantes a la presidencia, el proceso de sucesión se realizará con máxima transparencia, y para asegurarlo, el líder de la Cuarta Transformación dicta los nombres de quienes, ante sus ojos, son dignos de seguir con su proyecto, las corcholatas.
Lo que ha conseguido López Obrador con sus corcholatas es que el proceso sucesorio siga los tiempos que él quiere y que sea más relevante que cualquier otro tema, no importa cuánto afecte a la población, cuando es necesario, se dirige la atención a las corcholatas, y la Oposición sin Imaginación le sigue el juego, aplaude a rabiar y participa activamente en el engaño adelantando sus corcholatas, sin importar que en el fondo sepan que lo relevante es el proyecto y no el nombre, como López Obrador sí supo.
El tercer acto de las corcholatas, ya lo sabemos, será que una encuesta elija al candidato o candidata, que será, oh sorpresa, quien señale el dedito de López Obrador, exactamente como se hacía antes, sólo que ahora no hay tapados.
Coda. Entonces, el público lo intentará todo para descubrir el truco, sin conseguirlo -se indica en The Prestige– pero no lo hará, porque en el fondo, lo que quieres es que le engañen. Sí, ese es el gran truco de López Obrador, la ilusión de que el pueblo bueno decide asuntos sobre los que no quiere ninguna responsabilidad.
@aldan