Establezcamos las reglas de esta carrera. Bienvenidos sean los lugares comunes: la libertad y el viento, la velocidad y el paisaje, el sudor en los ojos, las ruedas como animales inquietos. Kraftwerk, la mítica banda alemana de música electrónica, exploró el cuerpo ciclista en su calidad de instrumento musical. El corazón, la respiración, el gruñido de esfuerzo. Nada es pequeño en el ciclismo porque, digámoslo de una vez, otorga tres derechos fundamentales:
1) El privilegio de la épica: milagros instantáneos, hazañas íntimas y una convivencia delirante con lo imposible.
2) La mirada atenta: las mañanas color salmón, los árboles, las personas calladas en las esquinas, las noches vacías, los perros mordiendo bolsas de basura. Algo de voyeurismo aquí.
3) La aventura autoinfligida: la posibilidad auténtica, honesta de desafiar al tiempo, pedalear como una afirmación existencial.
Bienvenidas las historias de todos los tamaños, pero con especial cariño a las pequeñas, las invisibles. El ciclismo pone a hablar a la gente, reúne, concentra. Es un espacio móvil, incandescente. Marc Augé, en su ya clásico libro Elogio de la bicicleta inicia con una reflexión que a partir de ahora tomaremos como máxima: “Nadie puede hacer un elogio de la bicicleta sin hablar sobre sí mismo”. La bici no solo genera movimiento, sino que es una poderosa máquina creadora de historias. Siéntanse bienvenidos y bienvenidas a esta carrera que es a la vez un desfile de villanos, aventuras, gallardía, una colección de almas inclasificables que corren entre árboles y semáforos.
Hay tantas y tantos ciclistas como maneras de pensar el ciclismo. La logia del piñón fijo, que le aúlla a la noche y a las ciudades en un ritual extraño, pero esplendoroso. Las y los cicloviajeros que transforman su bicicleta en un artefacto capaz de encoger el mundo. El ciclismo de montaña, la curiosa, pero indiscutible hibridación entre la altura y la naturaleza. Y, vaya, tampoco olvidemos que estamos hablando de un vehículo, que se descompone, que nos mancha los calcetines, un metal con ruedas capaz de lanzarnos contra un charco o de reducir el tiempo útil de nuestra ropa interior.
¿Qué son los metros positivos? El desnivel acumulado durante una ruta, la que sea. Cuesta a cuesta. La subida. Sea pequeña, sea corta, sea muy exigente o apenas perceptible. Los metros se recogen, ninguno se queda, ninguno se pierde. De mi casa al trabajo, una ruta de seis a siete kilómetros, con altos niveles de claxon, smog y ciclistas con menos prisa que yo, la aplicación recoge trece metros positivos. ¿Dónde están? No lo sabemos. Tengo sospechas: una rampa corta pero significativa de la que hablaré en otra ocasión, un micro falso llano que a veces huele a gasolina y a veces huele a basura. No descarto los topes, no descarto los baches. El asunto es que hagas lo que hagas, vayas a donde vayas, los metros positivos son un inviolable saldo a favor. ¿Para qué sirven? Para nada. Algo hermoso, ¿no creen?
Fernando Jiménez (Querétaro, 1990). Psicólogo clínico egresado de la Universidad Autónoma de Querétaro. Ganador del Premio Nacional de Cuento Fantástico Amparo Dávila 2015 y del Premio Nacional de Literatura Joven Salvador Gallardo Dávalos 2015. Ha participado en la antología Andan Sueltos como locos publicada por Libros Pimienta y es autor de Ensalada Western, libro publicado por el Instituto Cultural de Aguascalientes en 2016. Beneficiario del programa Jóvenes Creadores FONCA en los periodos 2017-2018 y 2019-2020 y del PECDA 2018 en la categoría de Creadores con trayectoria.