Aunque “faltan de datos de si realmente son perjudiciales o no”, el cultivo de alimentos transgénicos implica un alto riesgo económico y de productividad para los agricultores mexicanos, consideró Alfredo Josué Gámez Vázquez, director de Investigación del Centro de Investigación Regional Centro (CIRCE) del Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (INIFAP), que abarca la región de Guanajuato, Querétaro. Hidalgo, México y Oaxaca.
Gámez Vázquez explicó que, por un lado, la semilla que contiene el gen BT (que eliminaría la necesidad de utilizar pesticidas en los cultivos) es muy cara y, para que este gen se manifieste, requiere de ser plantada en ambientes con características muy específicas, por lo cual aunque sea en efecto un transgénico, no está garantizado que la ventaja se presente y la empresa se deslinda de cualquier responsabilidad.
Dijo que “lo más grave es que en México, que es un centro de origen de maíz (…) porque aquí es donde existe la mayor diversidad genética del cultivo (…) hay muchos ambientes y muy diferentes entre ellos” que la han originado, lo que eleva aún más este riesgo, aunado a que “para México está prohibida la evaluación de transgénicos” y es por ello se desconoce si realmente hay algún ambiente propicio para su reproducción.
Además, si bien este gen eliminaría parte de la población de insectos que dañan el cultivo sin utilizar pesticidas, generaría resistencia en algunos individuos y por ende, en todas las generaciones subsecuentes, resultando una inversión inútil después en el siguiente ciclo y los demás, además de tener que aplicar el insecticida.
Por otro lado, continuó, lo que las empresas comercializadores no dicen es que “estos materiales no te aseguran un kilo más de semilla” y por tanto es falso que el uso de transgénicos vaya a resolver el problema del hambre; no incrementan la cantidad de producto ni de semilla que se podrá cosechar.
El investigador detalló que en Estados Unidos han solucionado mediante la genética la parte de la resistencia de los insectos, tanto en el caso del maíz como en el del algodón, sembrando superficies similares de transgénicos y semilla natural, de modo que aquellos individuos de la plaga que se vuelvan resistentes al BT se crucen con otros que lo sean y se reduzca la población resistente en la siguiente generación el riesgo del ataque de una nueva plaga.
Indicó que “en general, se ha probado que ese gen, que es lo que más han comercializado no es específico para una plaga en especial” y este punto es el que ha generado protestas de parte de los grupos ambientalistas.
El funcionario de INIFAP manifestó también que “el avance de la ciencia ha sido tan rápido, que ha superado la parte legislativa”, pues la falta de regulación en materia de transgénicos ha dejado desprotegidos tanto a los investigadores como a los productores agrícolas e incluso a los consumidores.
Como ejemplo simple de lo que hace falta normar, citó el hecho de que en Europa, donde en general se está en contra del uso de transgénicos, se establece que las etiquetas de los alimentos digan de manera expresa si proceden o no de cultivos transgénicos; “el consumidor tiene derecho a saber qué se está comiendo”. También, dijo, sin legislación no se respetan los derechos de los agricultores, quienes han sido los generadores de toda la diversidad genética que existe en el país, ni los de los investigadores, caso en el que no se distingue entre lo que “se descubre” y “se inventa”.
El caso de los “terminator”, muestra de la visión mercantilista
Gámez Vázquez explicó que existe la diferencia entre “descubrir”, que implica detectar algo que ya “preexistía” y darle un uso para mejorar los materiales, e “inventar” o sea invertir conocimientos y recursos para generar algo nuevo.
Desde este punto de vista, “se ha abusado de las patentes y eso ha originado mucho malestar” hasta en México, donde un médico mexicano descubrió una propiedad del Tepezcohuite, “patentó una parte, alguna universidad de Estados Unidos patenta los ingredientes activos y otros patentan el proceso de obtenerlos y de depurarlos, entonces es una visión muy mercantilista de sacar provecho de algo que no inventaron, sino que descubrieron”.
Comentó el caso de los genes denominados terminator”, que definió como “un caso extremo”, pues las semilla que obtiene al manifestarse el gen en el cultivo son estériles, lo que garantiza que el productor adquirirá otra vez la semilla para el siguiente ciclo, pues le será imposible resembrar lo que coseche, hecho que va en contra de su derecho y de lo que se ha hecho desde hace 10 mil años que inició la agricultura.
“Ahí, el gran problema que ha generado eso es que nosotros somos un centro de origen del maíz. Si ese gen se pasa a los materiales que los productores siembran, que no son transgénicos, es posible que sea un peligro para que ese gen acabe con toda la diversidad genética que hay en México”, destacó el especialista que, si bien calificó de exagerada la afirmación, advirtió que tiene su lógica.