Estas Canciones en voz baja, escritas por Alicia García Bergua gracias al apoyo del Sistema Nacional de Creadores, brotan del interior de nuestra poeta para conectarse con las memorias de su infancia y vincular al lector con la historia personal que ha vivido y, probablemente, olvidado. Para ello nos anuncia desde el inicio del poemario que lo hará en voz baja, en un tono confesional y también, generando un ambiente propicio para la intimidad, pues en la vida hay cosas que deben de gritarse y otras que requieren de los susurros que surgen del corazón con su dosis de dulzura para que no terminen por matar. Mediante este tenue canto se rescata la experiencia del génesis que conlleva la llegada a este mundo y con el cual se va tejiendo la propia autobiografía.
Así, García Bergua lleva su mirada hacia atrás, revisa lo sucedido, ordena piezas difíciles de integrar. ¿Cómo hablar de sí misma si el exilio de sus padres siempre fue el tema, la piedra angular sobre la que se trazó la trama? El exilio acaba siendo una flecha de dos puntas, las dos orillas de un río interminable, un paisaje nublado que por más tiempo que pase no termina de clarear. De este modo, transcurre la existencia: “como habitando un sueño / del que nunca despierto por completo”, afirma la autora mientras continúa transitando una de las etapas más difíciles de la historia de España: la Guerra Civil, la cual marcó la vida no solo de los que la vivieron sino de sus descendientes, ubicados en diversos territorios. Los sobrevivientes, por lo general, no acostumbraban a hablar del tema. Por eso, no es de extrañar que para acudir a las diversas aristas que envuelve este tema se haga a media voz, rompiendo el silencio, poderosamente, como se hace cuando se canta una canción de cuna.
La distancia y el tiempo marcan estos poemas que destilan añoranza. Todo exilio conlleva una separación de la tierra natal y, de alguna forma, el país de acogida va a generar un choque cultural y una crisis de identidad para quien está recién llegado. Sabemos que las consecuencias del exilio a causa de una dictadura, no concluyen con el retorno. Los estragos emocionales ocasionados afectan no sólo a quien de forma directa lo ha vivido sino también abarcan al grupo familiar. En muchas ocasiones los hijos de los exiliados viven procesos muy difíciles y no siempre se logra una buena digestión. Sin embargo, Alicia García Bergua con total determinación abre la herida, la limpia y, amorosamente, canta. A través de las palabras viaja, convoca, reencuentra, se transforma y se reúne con sus seres queridos, aquellos de los que fue separada. Para vencer esta ruptura, se vuelve ellos. Y, por ejemplo, al rememorar a su abuela, nuestra autora nos dice: “Escribo como si fuera ella, / tomando mi café, atisbando la calle”. De forma magistral, García Bergua que escribe esto desde otro continente, disuelve la distancia, y la calle en la que ella se encuentra se vuelve la misma calle por la que algún día caminó la abuela, permitiendo al lector atestiguar esa mirada “atisbando la calle”, y contagiándose de inmediato de una profunda necesidad de unión.
Al llevarnos de niños por la calle
nuestra madre iba absorta
sin ponderar el suelo que pisaba
y casi sin mirar alrededor.
Apretaba nuestras manos fuertemente
transmitiendo su miedo de exiliada,
de estar perdida en la ciudad ajena
Escribe Alicia y sin remedio como su lectora me contagio de un nudo en la garganta por lo que con más ahínco celebro estos versos tan difíciles de escribir. Sin dificultad alguna, puedo imaginar a Alicia García Bergua sumergiéndose en el mar hasta llegar al fondo donde existe un arca de donde extrae preciosas joyas y tras subir a la superficie las coloca en los versos para que brillen llenos de dignidad. Con un lenguaje sencillo logra elevarnos a un estado de conciencia donde se reviven las memorias corporales y el lector es contagiado por las sensaciones que provocan las imágenes que cita en el poema titulado “Mi hermano”:
Lo tenía que cuidar más que a mí misma.
Éramos tímidos como nuestra madre
que al sonreír desviaba la mirada
y parecía estar en otra parte.
Y me pregunto: “¿Será que en el exilio se puede estar sin estar en otra parte? ¿Será que en en la postguerra existe alguien que haya vivido lo que se denomina infancia?”
En la segunda parte del libro la autora recorre la vida de otra manera: nombra al cuerpo desde diversas perspectivas, pero sobre todo lo hace como un ancla para continuar en la vida. Aún así, también en este apartado nos comparte otras confesiones: “Desde que mi marido murió / he ido recuperando poco a poco ese cuerpo / que dejaba en sus brazos por momentos”. Si bien en la primera parte, García Bergua navega por las difíciles mareas de la orfandad, en esta segunda parte, canta a partir de la experiencia de haber enviudado. Llama la atención que en este poema repite la misma estrategia de sobreviviente:
Ahora que atiendo sus mínimos achaques
y camino con él todos los días
sin que ya nadie lo vea o tome en cuenta,
lo empiezo a disfrutar como cuando corría largos trechos
regresando de la secundaria.
Me despedía de él en ese entonces,
ahora lo sé, y ahora lo reencuentro.
Él es el misterio final para el que siempre estaré ciega,
él es yo y lo veo solamente al pasar.
De nuevo, nuestra querida autora se reúne con el objeto amado al escribir: “él es yo”, venciendo por completo la ilusión de la separación. Asimismo, de la primera parte se desprenden los silencios silvestres que brotan del exilio y en la segunda parte surgen los paisajes silenciosos de la viudez. Muchos son los muertos que hablan a través de García Bergua. Pero mucha también es la vida que porta en sus palabras, las cuales desembocan en la tercera parte del libro que en sí misma es una primavera. “Prístina luz la de nuestras cabezas / que engendra nuevas hojas / sin saberse las rutas ni los ríos”, “Hoy bendigo a estos fresnos / porque me atan aquí tal como soy, febril y olvidadiza” escribe García Bergua mientras afirma haber vivido creyendo que no tenía un lugar. Estoy segura que el lugar que ocupa dentro de la poesía es un lugar significativo y diáfano donde las preguntas se abren como flores, todas las que se merece esta autora que tanto ha dado a la literatura mexicana. Pero más allá de lo que he dicho, celebro rotundamente que Alicia haya tenido la valentía de haber escrito este libro que, en lo particular, me trastoca la mente con otras imágenes porque tiene el gran poder de convocar la memoria histórica de esa colectividad que ha logrado sobrevivir en medio de una contienda que aún no acaba. Gracias por estas Canciones en voz baja tan potentes como sanadoras que, al menos a mí, me arroparán a la hora de dormir, a la hora de caminar, a la hora de desconocerme y a la hora de descubrirme diciendo: yo soy tú.