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lunes, diciembre 15, 2025

AMLO, narcisista/ Por mis ovarios, bohemias 

Tania Magallanes
Tania Magallanes
Jefa de Redacción de LJA. Arma su columna Tres guineas. Fervorosa de lo mundano. Feminista.

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Un narcisista es aquel que necesita la admiración constante de las personas, que muestra nula empatía por el otro, un impulsivo, arrogante, irritable, un egoísta que se siente superior a los demás, uno que no tolera la crítica. Es alguien que no acepta nunca su responsabilidad, que sufre delirio de persecución y se victimiza, de agresor pasa a ser el agredido, y descalifica todo lo que no está de su lado. 

Andrés Manuel López Obrador es el perfecto narcisista. Llegó a la presidencia de México arropado por más de 30 millones de personas que votaron por él, hartos de las desigualdades y la corrupción, confiados en que sus vidas iban a transformarse apenas por ese discurso de honestidad, justicia y amor plasmado en una República Amorosa que nunca llegó a consolidarse. Y ahí siguen, deslumbrados por la manipulación de un hombre que deja ver los rasgos de un ególatra que adora hacerse la víctima, siempre hay una calumnia en su contra, siempre están los conservadores, siempre son los gobiernos anteriores, siempre están los que no quieren que se cumpla la transformación, nunca es su responsabilidad. López Obrador es un manipulador que utiliza el aparato del Estado para consolidar sus caprichos, sus embustes, lo que él llama su proyecto de transformación, a base de faltas de respeto, amenazas, calumnias, mentiras, aires de grandeza y superioridad moral. 

Un narcisista tiene mecanismos de defensa muy bien establecidos, parece que siempre está bromeando, le encanta la ironía y el sarcasmo, todo es motivo de burla, incluso las masacres, esas que no reconoce pero que suceden en Veracruz, Michoacán, Guerrero, Morelos, Sonora, Chihuahua, Oaxaca, Tamaulipas, Jalisco, Guanajuato o Zacatecas.

López Obrador prometió que sacaría al Ejército de las calles, ese Ejército de Calderón y de Peña que ha dejado miles de muertos, pero que ahora en lo que va del sexenio, tiene miles de millones de pesos y decenas de encargos. AMLO no escucha a los expertos, siempre tendrá otros datos para minimizar los daños, las lágrimas y el sufrimiento de las madres de desaparecidos, de las víctimas de desplazamientos forzados, de los más vulnerables que no serán escuchados, porque prácticamente no existen para él. 

Su país es otro, uno en el que cree que la gente es feliz, feliz, feliz, que está contenta, AMLO destacó la cifra del Inegi de la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado, pero no vio la otra cifra, ahí mismo, en esa misma encuesta, que indica que la población se siente insatisfecha por la inseguridad y la violencia. No ve el sufrimiento, no le importa, le entorpece la visión de sí mismo, de la imagen que tiene de él.

También goza de un estupendo sentido del humor. Se rio de unos memes “buenísimos”, alrededor de la polémica por el comunicado de respuesta al Parlamento europeo, en el que llamó borregos a los diputados, vio en “el face” unos “memes ingeniosos” que lo hicieron reír. López Obrador usa las bromas, las burlas y los sarcasmos como una forma de contener las críticas, pervierte el lenguaje para que se le reste credibilidad a todo lo que esté “en su contra”, no hay oportunidad de disenso; la risa, su remedio infalible para contener y denostar la crítica a su actuar. “Ya no me voy a reír porque dicen que es risa diabólica”, dice, entre risas.

Eso sí, las agresiones en las que incurre López Obrador están soterradas, no son abiertas, en su comunicación no verbal gesticula, se encoge de hombros, lanza miradas de desprecio, insinúa, tiene alusiones malintencionadas, pone en tela de juicio todo lo que las víctimas, estudiosos, activistas, todo aquel que se enfrente con pruebas a su mal gobierno, para, progresivamente, despreciar la competencia de los que nombra sus “adversarios”. Pero todo lo hará en un tono “sosegado”, hará que parezca neutral aunque termina mostrándose fuera de lugar, con comentarios que no vienen al caso, pero que lo ayudan a librar los señalamientos.

En estas agresiones verbales, en estas burlas y en este cinismo hay un juego, tal pareciera que a AMLO le gusta la controversia. Un día tendrá un punto de vista y al siguiente dirá lo contrario. Un día llamó sumiso a Peña Nieto ante Trump, al siguiente, se hace amigo del republicano como para sellar un “pacto de silencio” respecto al muro fronterizo. Un día AMLO condena los sobornos de Emilio Lozoya, al otro, justifica que su hermano Pío recibió dinero, son “aportaciones”, no corrupción. Un día, AMLO critica el uso del Ejército para labores de seguridad social, al otro, crea la Guardia Nacional y le inyecta miles de millones al Ejército.

Con todo esto, el discurso de este narcisista encontró una audiencia, una a la que sedujo, a pesar de la indolencia, de la poca capacidad de contener la violencia: las mujeres de la Cuarta Transformación. AMLO es el presidente más feminista de la historia, dijo Irma Eréndira Sandoval, exsecretaria de la Función Pública;  la Cuarta Transformación es feminista, dijo la también exsecretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero; la jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, asegura que el gobierno del presidente tiene un compromiso con fortalecer el derecho a las mujeres; Layda Sansores, gobernadora de Campeche, no tiene empacho en demostrar su rendición ante su amo: “Siempre fuiste para nosotros el guía, el líder, el libro, el poema, el que siempre marca la ruta y vamos a seguir cumpliendo con tu ley: no mentir, no robar, siempre la verdad”; la presidenta del Inmujeres México, Nadine Gasman, asegura que el Gobierno Federal está del lado de las mujeres; las mujeres de la Cuarta Transformación han acuerpado a López Obrador, se toman fotos con él, lo arropan con rendición y ternura. Mientras, López Obrador ejecuta con su encanto y seducción la orden de desaparecer las Escuelas de Tiempo Completo, que perjudica a infancias y condena a las mujeres a las sombras de la casa; mientras, denuesta y dice desconfiar de la autenticidad de las protestas de mujeres que porque hacen uso de la violencia, además de atreverse a calificar las marchas como movimientos “conservadores” que buscan perjudicar a su gobierno, siempre se trata de él; mientras, pretendió una consulta pública para que la sociedad decidiera por la legalización del aborto, y ante la pregunta de cuál era su postura al respecto, el líder de la “izquierda” de la que surgió el feminismo, según Claudia Sheinbaum dijo “soy dueño de mi silencio”. Mientras, sobre las denuncias penales por violación sexual contra Félix Salgado Macedonio, López Obrador las despreció para remitirse a un “Y a dije que son tiempos de elecciones y hay acusaciones de todo tipo”; mientras, llamó “tribunales como los de la Inquisición”, conservadoras y fachas a las mujeres que señalaron a Pedro Salmerón de acoso sexual. Mientras, AMLO les pide a las feministas, “con todo respeto, que no nos pinten las puertas, las paredes, que estamos trabajando para que no haya feminicidios”. Mientras, AMLO no rompe el pacto patriarcal, porque no sabe qué es. 

Porque le sale bien a AMLO burlarse de las convicciones de otros, de sus ideas políticas, gusta de ridiculizar en público, de ofender, de cerrar las puertas a la libertad de expresión, de minimizar la violencia, incluso de justificarla, de hacer mofa de los puntos débiles, de poner en tela de juicio las capacidades de los demás, de sus opositores. 

AMLO es un narcisista, sabe la manera de desestabilizar al otro, al país. Contra los periodistas, contra las infancias, las mujeres, minimizando el covid, la violencia, denostando académicos, exacerbando la inseguridad. Sólo hay una manera de protegerse de narcisistas como AMLO: la ciudadanía organizada debe defenderse desde la legalidad, y alejarse de él, de su retórica, de su labia, de sus manipulaciones, de su manera de distraer al país de la gravedad de sus decisiones.

 

@negramagallanes

 

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