box | del inglés box ‘caja, compartimiento’
y este del latín buxis, buxidis ‘cajita’.
En el cuento tradicional árabe Simbad el Marino sufre un naufragio, llega a una isla paradisiaca, con sus compañeros se dedica a pasear por las maravillas del lugar, al encender una hoguera para asar el alimento cazado la superficie bajo sus pies se mueve abruptamente, la vegetación se disipa. La isla no es tal, es el lomo de un enorme monstruo marino que al descansar pacíficamente durante siglos formó un paraíso sobre él. El calor del fuego, las voces, las pisadas, alteran al monstruo, que se sumerge en el mar. Simbad y sus compañeros vuelven a ser náufragos.
La Isla de Holbox, localizada al norte de la península de Yucatán, en el estado de Quintana Roo, en los últimos años ha cobrado gran notoriedad turística, las agencias de viajes, los paquetes vacacionales y los portales de internet la describen como; “acogedora y pequeña isla del Caribe Mexicano, con inigualables playas de exótica belleza y un mar cristalino, de coloridas casas de madera y calles de arena. Un verdadero paraíso de tranquilidad, refugio en sus increíbles manglares de gran variedad de flora y fauna. Podrás nadar al lado del majestuoso tiburón ballena y pasar una noche sublime observando sus bioluminiscencias”. Las descripciones la mayoría de las veces empatan con la realidad, en otras se quedan cortas, pero en poco tiempo estos retratos serán anecdóticos, solo quedará la impostura, su imagen digital y el posterior olvido. Las hordas de turistas han tomado el paraíso por asalto.
Acceder a la Isla solo es posible por embarcación, aunque la palabra embarcación queda empequeñecida para describir a los Ferrys (del inglés ferry, acortamiento de ferryboat, compuesto de to ferry ‘transportar’ y boat ‘barco’) con gran capacidad de tripulantes, pantallas planas y aire acondicionado, estos zarpan de Chiquilá un pequeño pueblo convertido en estacionamiento, en una central de pasajeros, lugar transitorio donde el récord de estadía de los turistas no llega a más de un par de horas. Sus habitantes ejercen los nobles oficios de trapito, taxista en triciclo, mototaxi o chofer de Van, según se ascienda en la escala laboral, los otros más en aparcadores, “parking all day” gritan con esmero a los autos, sus tripulantes lo único que ansían es abandonar esta antesala para capturar cuanto antes el paisaje prometido de millones de likes. Arribar a Holbox es muy similar al desembarco de Normandía, decenas de personas bajan maletas de variados tamaños y colores, apresuradamente abandonan el muelle para perderse por sus calles, vehículos de todo tipo sirven para aquellos a los que el equipaje les excede o para quienes caminar algunas cuadras no resulta práctico. Estos desembarques se suceden puntualmente cada hora, solo la noche interrumpe la repetición.
La invasión incesante ha venido para inquietar a los habitantes de la Isla, antiguas amas de casa, lancheros, pescadores, gente del pueblo, convertidos ahora en agent touristique (del francés ‘agente turístico‘) su vida en los últimos años muto para siempre, la ama de casa ahora trabaja –o además trabaja- de motoquera, llevando-trayendo alimentos y bebidas, es una delivery, en su teléfono inteligente maneja con asombrosa destreza mas de media docena de apps que no dejan de sonar apenas amanece. Los antiguos lancheros siguen llegando a sus precarios hogares igual que antes al atardecer, solo que ahora en lugar de la ropa húmeda por agua marina la empapa el sudor después de ocho horas de trabajo en las construcciones inmobiliarias de cabañas, hostales, hoteles boutique y beach club que surgen cada día, cambiaron el agua y la arena por el cemento y la graba, no por elección. Algunos lancheros y pescadores han corrido con otra suerte, siguen ejerciendo su oficio, el oficio de sus padres y sus abuelos cuando la Isla no se posteaba en Facebook o en Youtube con reseñas de “jóvenes influencers”. Pero ahora ellos se han convertido en “lancheros turísticos” que pescan caucásicos de un metro noventa.
El modesto centro del pueblo es la Torre de Babel, se puede encontrar cualquier nacionalidad que se desee o casi cualquiera, los más visibles son aquellos que se caracterizan por portar como distintivo el euro (€) y/o su pertenencia como ciudadanos al G-7. El paraíso impone peaje, sólo los bienaventurados acceden, aunque siempre alguno que otro visitante periférico se escabulle dentro de él. A los visitantes hegemónicos es fácil reconocerles, más allá de sus características económicas o físicas, los denota una actitud ambivalente; les hablan a los perros de la calle en francés, regatean el precio de las artesanías, meditan en la playa con TikTok, atiborran los bares y les encantan las margaritas, acuden en numerosos grupos a clases de yoga, hacen Snapchat con los taqueros y FaceTime a los vendedores de mango, expresan libertad y soltura pero se ponen nerviosos y de un pésimo humor si “se va” el internet, das Wifi ist scheiße (del alemán ‘el Wifi es una mierda‘) aseguran que vienen a conectarse necesitando en todo momento conectividad ilimitada. La Isla atrae al turista “bohemio” que al pisarla ejerce su arquetipo, principalmente basado en reconocerse como no local. El turista europeo –sobre todo joven- tiene una visión romántica del lugar, soñadora, asume la identidad del sitio casi propia, idealiza la estadía y la prolonga todo lo posible, fantasea con una simbiosis, aunque con el tiempo cuando descubre las condiciones de trabajo y el salario en pesos termina por desencantarse regresando a su país. Por otra parte está el turista estadounidense –de cualquier edad- desea ante todo la comodidad, es su principal –y única- exigencia, la naturaleza, la cultura, el folclor local ni siquiera son planteados, su moneda le otorga la satisfacción de su deseo, en algún punto todo lo somete. Lo que unifica a uno y otro modelo de turista es que para ambos la noción de libertad es la noción de consumo.
Estos personajes son exponentes fidedignos del digitaal toerisme (del holandés ‘turismo digital‘) donde la “experiencia” debe ser ejercida por el solo hecho de llevarla a cabo, un lugar, una Isla que les permite “ser” más que “tener”, ejercen el yo soy, buscan reafirmarse, encontrarse lejos de su identidad, de su país de origen, no por el descubrimiento del sitio que visitan y su cultura o el contacto estrecho con la gente local sino por la experiencia de poder hacerlo sin consecuencias significativas que alteren sus estilos de vida, en sus verdaderas vidas, en sus verdaderos lugares. En la mayoría de los casos la experiencia es anecdótica, no transformadora. Pocos son los que se dejan ir. La Isla y toda la Riviera se han convertido en una especie de peregrinación, de “Camino de Santiago”, por supuesto lejos de toda manifestación de fervor religioso, en este caso se hace para cumplir con un cronograma turístico impuesto, similar a llenar un álbum de estampitas, aunque lejos se está de la imagen del álbum, las stories, los live, el twitch dan cuenta al otro de estar viviendo. El ego se ensancha en el recorrido, la posibilidad de hacer se supera por la posibilidad de mostrar lo que se hace, la exhibición como forma de viaje, el mandato que las redes sociales han determinado y son híper-alimentadas de información con un mismo estereotipo, un círculo de monotonía imaginativa.
En algún punto –no muy lejano- todo lo anterior se intensificará, menos la belleza natural de la Isla y la particularidad de sus rasgos, su sustentabilidad, su hábitat. El español se escuchara como un eco del pasado, ya que no será el idioma de la transacción monetaria, sino del servicio abnegado, se utilizará solo entre aquellos que construyen o en los murmullos de las cocinas y el aseo de las habitaciones. La casi nula organización comunitaria es un caldo de cultivo para el libre mercado, donde valga la analogía el pescado más grande se come al chico. En la Isla de bohemios idealistas que adoran la brisa, el mar y la madre tierra, solo hay un horizonte venturoso, siempre y cuando esté regulado para ellos por las leyes de Adam Smith. La cultura y la naturaleza están al servicio del capital, la identidad del pueblo es explotada, storytelling en las plataformas digitales, la identidad se trastoca, la Isla se presenta como marca rentable, se convierte en mercancía y ante ello la destrucción y el fin de la comunidad.
Igual que en Simbad la noción de lugar paradisiaco se perderá inevitablemente, solo es cuestión de tiempo para el naufragio, la Isla se volverá un holbox (del maya “agujero negro”) no importa en cuanto tiempo, el ímpetu del turismo instagram acabara con milenios de naturaleza y siglos de identidad cultural. En este tipo de modelo económico y de pensamiento, solo importa la inmediatez y no la trascendencia.