…hubris among the winners and humiliation among the losers.
Michael J. Sandel, The Tyranny of Merit.
El 3 de enero la jefa de gobierno de la Ciudad de México, la doctora en ingeniería ambiental Claudia Sheinbaum, informó vía Twitter:
Antes, se daba un pequeño apoyo a estudiantes de más altos promedios y se les llamaba “niños talento”. Para nosotros, una calificación no define el talento y sólo genera desigualdades. Porque la educación es un derecho, creamos la beca universal del Bienestar para Niñas y Niños.
Por donde se vea, una buena nueva…, así que qué esperaban: el mensaje desató de inmediato un torrente de ofuscación desde los enfrascados conservas. La derecha se alebrestó a botepronto… Hubo quien, quizá atolondrado por la súbita muina, ni siquiera pudo armar una opinión mínimamente coherente sobre el asunto. Infaltable, López-Dóriga apenas pudo teclear cuatro palabras: “Qué error de tuit.” Supongo que el señor apodado Tícher quiso expresar su desacuerdo con una política pública impulsada por un gobierno democráticamente electo, pero para hacerlo no le alcanzó o el entendimiento o el lenguaje o ambos, así que se quedó en etiquetar como “error” al mensaje que la explicita. Hubo también otros que rezongaron de forma un poquito más elaborada; un tal Carlos Mota, por ejemplo, posteó:
Sra. Sheinbaum: atrás merecen quedar los flojos, perezosos y todos los que viven plácidamente del empeño puesto por otros. Es perverso aniquilar los incentivos al esfuerzo en aras de la igualdad. Su visión genera pobreza. Ni todos somos iguales, ni todos se esmeran por igual.
Ahí está: el mediocre alegato meritocrático. La cantaleta absurda de que se “premia” la mediocridad. Ideología pura: “Este tweet ejemplifica una de las variedades más peligrosas de demagogia y de populismo” (@marcoatorresm). ¡Zas! Y por supuesto, no faltaron los tuiteros iracundos que aderezaron sus prejuicios con descargas de fobia de la fea: “El culto a la ignorancia y al borreguismo de estos nietos de puta” (@Ymediterranea). Y otros en los que el aderezo prácticamente se llevó todo el plato:
Para que sobre el pueblo bueno, lleno de mediocres, reine López y sus complices [sic]. Borregada sin pensamiento propio es lo que busca la corcholata favorita del macuspano. (@SoyelDiegrosso)
La furiosa reacción incluyó al tropel de los que pescan al aire cualquier pronunciamiento del presidente o de la jefa del gobierno capitalino para mantener vivo el golpeteo político y sistemáticamente se oponen a todo, pero también a muchos que auténticamente viven creyéndose el cuento de que en esta sociedad triunfan quienes tienen el talento necesario y se ha esforzado lo suficiente para merecer las miles y los oros del éxito —ahí les encargo el libro The Tyranny of Merit: What’s Become of the Common Good? (2020), de Michael J. Sandel, profesor de la Universidad de Harvard y en 2018 Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales—. ¡Y bueno… ¿cómo querían que reaccionaran muchos de los privilegiados del status quo que en este país se pretende cambiar?! ¿Cómo no van a estar esforzándose por hacernos creer que el estado de las cosas conformaba el mejor de los mundos posibles? ¿Cómo no van a querer hacerte creer que si cambiamos será el acabóse? Entre los que han resultado privilegiados por en el status quo hay quienes auténticamente sienten que cambiar el orden de las cosas es descomponer el mundo, darle al traste: para ellos, las cosas no sólo son así, sino que así tienen que ser y así deberían mantenerse for ever and ever. De aquí a la violencia normativa, claro, no hay más que un suspiro, el suspiro que suele dar quien toma aire antes de espetar que las cosas son como tienen que ser y no hay de otra. ¡No jalen que descobijan! Y sí, todo status quo está en buena parte conformado por un montón de preceptos, leyes, reglas y demás instrumentos que establecen como deben ser las cosas…, pero —¡enorme pero!— todo eso es una creación humana, susceptible de ser modificada: puede cambiarse, de hecho, tiene que cambiarse para que el status quo cambie.
Así que en estos tiempos en los que muchos tapetes se están moviendo, bien vale la pena que uno recuerde que si le ha favorecido el status quo y le ha ido bien o más o menos bien en la vida, muy probablemente uno tenga arraigada firmemente la convicción de que eso está bien, es correcto, es justo…, porque, claro, uno se merece todo lo que tiene dado que uno es muy inteligente, tiene los talentos adecuados y ha trabajado duro y ha seguido las reglas del juego. Consecuentemente, but of course, es muy probable que se tenga la creencia de que a quienes no les ha ido bien no es porque el dichoso status quo esté mal, sino porque esas pobres gentes no se han esmerado lo suficiente, no le han echado tantas ganas como uno…, es más, hasta puede que nada más sea cosa de que no han tenido la buena suerte de la que uno goza…
Ante la posibilidad de cambio del status quo —ya no digamos ante las muestras palmarias de que efectivamente algo está sucediendo— trepida la conciencia práctica —concepto acuñado por el sociólogo Anthony Giddens (Londres, 1938) para mentar la acumulación de conductas aprendidas para navegar en automático por la vida— de mucha gente, no sólo de los privilegiados. ¿Y ahora cómo proceder? El status quo se integra no sólo de saberes y normas, de maneras de pensar y actuar, de habitus e identidades, también de palabras y prejuicios. Una función de la ideología dominante es pintarle la conciencia a las personas de ocre al 50%, ¡aguas!