La pirotecnia es un elemento que por muchos años ha acompañado nuestras celebraciones religiosas, cívicas y culturales más importantes. No obstante, en un contexto de vulnerabilidad de los ecosistemas, de la mala calidad del aire que caracteriza a nuestras ciudades y de la alta prevalencia de enfermedades respiratorias, su práctica debería ponerse en duda.
La cultura de la pirotecnia ha desarrollado una serie de ingenios explosivos de diferentes magnitudes, que brindan asombrosos espectáculos de luces, chispas, llamas y colores en los cielos nocturnos. Se trata de una actividad económica que acapara 45% del mercado de explosivos en el mundo. En México reporta un ingreso de siete mil millones de pesos anuales, tan solo enfocado en la pirotecnia espectacular, es decir sin considerar la pirotecnia de consumo[i]. Santa María Tultepec es considerada la capital mexicana de la pirotecnia, pues más de la mitad de su población se emplea en esta actividad y fabrica 80% de la producción nacional.
Sin embargo, esta actividad económica también ha dejado profundos impactos colaterales: pérdidas de patrimonios por incendios así como altos costos humanos entre quienes fabrican, almacenan y comercializan estos productos. En la última década, el Centro Nacional de Prevención de Desastres (CENAPRED) registró 348 accidentes relevantes en México, en los que perdieron la vida 136 personas y 701 resultaron heridas[ii]. Además el uso de pirotecnia de juguetería produce accidentes que provocan quemaduras y mutilaciones corporales. El CENAPRED también reporta que en diciembre la atención médica aumenta 300% por esta causa, cuyas lesiones más comunes se presentan en miembros superiores, ojos, cabeza y cuello.
En el ámbito de los impactos ambientales es posible afirmar que sus consecuencias son graves.
Para la fabricación de los fuegos artificiales se requieren compuestos químicos oxidantes como cloratos de potasio, bario, sodio y estroncio; percloratos de potasio, amonio y bario; y nitratos de estroncio, potasio y sodio; además de compuestos combustibles como el magnesio y sus aleaciones, aluminio y fósforo. Todos ellos recursos naturales no renovables extraídos por la minería, que de suyo tiene cuestionamientos graves, los cuales se despilfarran en unos minutos de algarabía.
La fabricación de pirotecnia no sólo es una actividad de alto riesgo, sino que los talleres artesanales donde se elabora, muchos clandestinos, son una caja negra en materia de evaluación y monitoreo de impacto ambiental; por ejemplo no hay registros del consumo de agua, energía y combustible en estas instalaciones, tampoco hay bitácoras de control que informen de lo que ocurre con sus residuos peligrosos, ni evidencia de que cuenten con planes de manejo de residuos. Es cierto que hay reglamentaciones para la industria de la pirotecnia, pero están más orientadas a disminuir siniestros que a prevenir la contaminación.
No obstante, es durante el uso de los fuegos artificiales cuando se expresan mayoritariamente sus daños, pues dichos explosivos liberan gases tóxicos, como el monóxido de carbono y una gran cantidad de partículas provenientes de las sustancias químicas que los conforman, tan pequeñas que pueden permanecer suspendidas en el aire y llegar a nuestros pulmones, otras caen y contaminan los suelos y las fuentes de agua, lo que significa que afectan a todo el ecosistema, como veremos más adelante.
Dicho sea de paso, no tenemos una norma oficial mexicana para medir las emisiones por el uso de la pirotecnia y una vez que los fuegos artificiales se prenden, dejan residuos que nadie recoge y que se suman a las miles de toneladas de basura que se producen adicionalmente en esta temporada.
¡Una vez al año, no hace daño! ¿Qué tanto es tantito?
No es tantito. Millones de personas queman cientos de toneladas de pólvora, durante por lo menos quince días en la temporada decembrina, lo que provoca afectaciones para todos.
Los artificios pirotécnicos afectan a los animales, principalmente su sistema nervioso, ya que los estruendos de los explosivos generan en perros y gatos estrés acústico, aturdimiento, taquicardia y temblores; en aves, abandono de nidos, alteración del periodo reproductivo y paros cardiacos; y diversos problemas en los animales silvestres.
La contaminación química provocada por la pirotecnia no es trivial, especialmente cuando el perclorato de sodio alcanza los cuerpos de agua. Análisis realizados en los Estados Unidos[iii] mostraron que la concentración de perclorato, en un lago adyacente a un sitio de exhibiciones de fuegos artificiales, 14 horas después de su utilización, osciló entre 24 y 1028 veces el valor inicial medio y disminuyó hacia el nivel de fondo entre 20 y 80 días después. Esto es grave, pues se sabe que la vía de acceso del perclorato al cuerpo humano es justamente por la ingesta de agua y alimentos y que niveles altos de percloratos pueden afectar la glándula tiroides ([iv]). Pero el perclorato no es el único mal, lo mismo ocurre con los metales utilizados que caen en la tierra bajo la forma de aerosoles sólidos y contaminan los suelos.
En el plano de la salud, también hay preocupación porque la exposición recurrente a estos tóxicos provoca afectaciones. Todos hemos detectado esa contaminación incluso a muchos metros de distancia, lo que llega a nuestra nariz es una mezcla tóxica de sulfatos, nitratos y percloratos, que irrita la mucosa de las vías respiratorias, facilita la proliferación de bacterias y provoca infecciones, y cuya inhalación es especialmente dañina porque esas partículas finas pueden llegar a lo más profundo de nuestros pulmones.
Adicionalmente, algunas personas registran problemas auditivos, principalmente quienes padecen trastorno del espectro autista, y aunque entre la población en general dichas afectaciones no van más allá de un dolor de tímpanos, o un zumbido en el oído que se calma luego de algunas horas, otras pueden desarrollar hipoacusia, que es un daño en el oído interno, pues aunque nuestro oído tolera 90 decibeles y activa en 10 centésimas de segundo una protección contra sonidos fuertes, algunos explosivos pirotécnicos alcanzan entre 150 y 175 decibeles y tienen una duración de apenas una centésima de segundo.
¿Aún con dudas? Basta recordar que la contaminación del aire juega en nuestra contra e incrementa el riesgo de sufrir enfermedades cardiacas y accidentes cerebro-vasculares, aumentar las emisiones a la atmósfera justo en la época del año en que padecemos inversión térmica y la dispersión del aire se dificulta, no parece muy sensato.
Es oportuno reflexionar hasta dónde vale la pena un momento de diversión y un espectáculo tan costoso en términos de los accidentes que provoca, de los impactos a la salud que genera y los daños al medioambiente que reporta y preguntarnos si ¿es posible celebrar de una forma menos dañina para todos? En todo caso, los tiempos actuales reclaman movilizar nuestras capacidades para transformar esta costumbre de verter sustancias tóxicas sobre nuestra familia y el medioambiente.
[i] Instituto Mexiquense de la Pirotecnia (s/f) “Importancia social y económica de la pirotecnia en México”. Ponencia presentada por Juan Ignacio Rodarte Cordero.
[ii] CENAPRED (2020), citado en “Reducción de accidentes por manejo de artificios pirotécnicos” Gobierno del Estado de Veracruz (2021).
[iii] Richard T. Wilkin, Dennis D. Fine, and Nicole G. Burnett (2007) Perchlorate Behavior in a Municipal Lake Following Fireworks Displays. Environmental Science and Technology, 41, 11, 3966-3971.
[iv] Agencia para sustancias tóxicas y registro de enfermedades. Percloratos. https://www.atsdr.cdc.gov/es/toxfaqs/es_tfacts162.html