La continua descalificación a través del insulto es una pulsión autoritaria, autocrática, intolerante, abusiva y asimétrica, estableció Enrique Krauze en una entrevista con Carlos Loret de Mola para referir por qué considera indigno que Andrés Manuel López Obrador utilice el púlpito presidencial para descalificar y atacar a sus críticos. En otro momento de esa conversación, le piden al historiador que diga si el presidente miente, y Krauze, antes que arremeter en contra de López Obrador, elige señalar que suele faltar a la verdad.
La respuesta de Enrique Krauze no sólo es elegante por inteligente, da pistas sobre una cualidad que desde mucho hace falta en la conversación pública: la mesura. Un presidente incapaz de controlar su ira con el pretexto de que su pecho no es bodega, está lejos de toda moderación.
La polarización que promueve el presidente desde su conferencia matutina, ha vuelto costumbre que la conversación pública, antes que un intercambio de ideas, implique un trueque de insultos. Si López Obrador asumiera que la investidura lo obliga a desarrollar ciertas virtudes, quizá el presidente podría dar un giro a su discurso y dar un ejemplo distinto a los millones de fanáticos que convierten cualquier crítica en un ataque y responden descalificando a quienes se atreven a cualquier señalamiento.
Lamentablemente, la mesura no parece ser considerada una virtud, a lo largo de tres años de gobierno, lo que López Obrador ha dejado establecido es que el papel de víctima le ajusta a la perfección, le gana la simpatía y el cariño de sus fieles, por lo que moderarse sería considerado como una derrota, nada vende mejor al pueblo que mostrarse como centro de las conspiraciones, el objetivo de los ataques de las fuerzas del mal, el hombre que tras tres campañas logra erguirse victorioso ante la adversidad; ese es el modelo de héroe que López Obrador ha proyectado desde que asumió la presidencia, el tozudo al que sólo le importa salirse con la suya.
Insisto, la moderación es una virtud, implica cordura, sensatez, templanza en las palabras y acciones, cualidades que a cualquiera le gustaría reconocer en su presidente.
Coda. Un personaje que concentra todas las cualidades de la mesura como virtud, es el Mio Cid, con estas palabras sale Rodrigo Díaz de Vivar al destierro:
Con lágrimas en los ojos, muy fuertemente llorando,
la cabeza atrás volvía y quedábase mirándolos.
Y vio las puertas abiertas, y cerrojos quebrantados,
y vacías las alcándaras sin las pieles, sin los mantos,
sin sus pájaros halcones, sin los azores mudados.
Suspiró entonces el Cid, que eran grandes sus cuidados.
Habló allí como solía, tan bien y tan mesurado:
-Gracias a ti, Señor Padre, Tú que estás en lo más
los que así mi vida han vuelto, mis enemigos son, malos.
@aldan