Wait until the war is over,
and we’re both a little older
The unknown soldier – The Doors
El rasgo distintivo de los totalitarismos es, de base, que el poder se ejerza de manera unipersonal; que quien lo ejerce, posea los súper poderes de Veto y de Decreto (es decir, que pueda derogar o crear leyes a su arbitrio); y que quien lo ejerce cuente con el respaldo de las fuerzas armadas como parte de la base social de su proyecto político.
A partir de ahí, quien ejerce el poder de manera unipersonal, respaldado por las armas, y con la capacidad de facto para ponerse por encima de la legislación, de la fiscalización, y de los contrapesos, comienza a pontificar y a declarar anatemas: dicta lo que es correcto e incorrecto para el pueblo. Califica y pone lindes entre quienes están con él y quienes están en su contra. Homologa a su persona con su proyecto, y a éstos con la abstracción de “el pueblo”.
Por eso es necesario escribir, charlar, discutir, señalar, lo que ocurre actualmente en el país. En esta semana se hizo público un acuerdo entre las dependencias del ejecutivo para que las Fuerzas Armadas puedan construir obras (o ejecutar proyectos prioritarios del presidente, muchos de éstos de naturaleza civil, tales como telecomunicaciones, aduanas, fronteras, hidráulicas, medio ambiente, turísticas, salud, vías férreas y ferrocarriles) sin tener que transparentar la información sobre el ejercicio y gasto de presupuestos; igualmente, con la instrucción de tener -sin menoscabo- cualquier permiso, trámite, o licencia, que agilice las posibles trabas normativas, administrativas, y reglamentarias que tiene la función pública civil.
Esto ocurre en un contexto en el que se han revelado reportes periodísticos que señalan la existencia de contratos con las Fuerzas Armadas durante el proceso de construcción del Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en los que varias de las empresas beneficiadas o son fachadas de empresas “fantasma”, o no se encuentran en una situación del todo regular. En ese contexto, el ejecutivo ha blindado el actuar del ejército metido a proyectos civiles, al catalogar estos proyectos y estas formas, como de “seguridad nacional”.
Seguridad nacional. Catalogar así a los proyectos del presidente abre la puerta para que cualquier colegio, asociación, comunidad, bufete de peritos, activistas, o ciudadanos que cuestionen la viabilidad o pertinencia de los proyectos suscritos en esta categoría, o que se declaren opositores a alguno de éstos, sean tachados de “enemigos de la seguridad nacional”.
En ese cariz, los enemigos de la “seguridad nacional”, tal y como se ve en la perspectiva totalitaria del ejecutivo, pueden ser (y, de hecho, ya lo son) los órganos autónomos que no están en manos de sus incondicionales, las asociaciones civiles que le cuestionan, los colectivos de víctimas de la delincuencia o de pacientes maltratados por el sistema de salud, el árbitro electoral, el poder judicial, la prensa crítica, los grupos feministas o ambientalistas, los académicos e intelectuales, las comunidades de artistas y del sector cultural que no le aplauden.
Si faltara más pesadumbre al escenario, el pasado 20 de noviembre, durante el evento cívico por el aniversario de la guerra civil a la que llamamos “revolución mexicana”, el General Secretario de la Defensa Nacional, Luis Crescencio Sandoval, tomó el micrófono para hacer un exhorto de propaganda partidista: “Como mexicanos, es necesario estar unidos en el proyecto de nación que está en marcha; porque… nos une la historia… y la convicción de que solo trabajando en un mismo objetivo, podremos hacer que la realidad cada día sea más prometedora… Las fuerzas armadas y la Guardia Nacional vemos en la transformación que actualmente vive nuestro país el mismo propósito de las tres primeras transformaciones: el bien de la patria”.
La lealtad de las fuerzas armadas parece, alarmantemente, estar mudándose: de la preservación del Estado, a la preservación de un proyecto partidista. Justo como en las primeras décadas del siglo XX, en las que los “generalísimos” eran -a la vez- militares y militantes de las facciones políticas, en un episodio de la historia en el que los fusiles se imponían a las instituciones.
En la novela de George Orwell, Rebelión en la Granja, el cerdo Napoleón cría, alimenta, entrena, y mima, a una jauría de perros que le son leales. Así, el cerdo Napoleón muestra la más feroz de sus facetas: la del totalitarismo omnímodo y hegemónico. Ante eso, nadie se le puede oponer en la granja, so pena de ser considerado “enemigo”, para terminar aplastado entre las fauces de una jauría leal al poder que les da prebendas y privilegios.
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