Partamos de una premisa: la educación es el motor del desarrollo. Esto desde una doble perspectiva: la económica y la social. Desde el lado económico, la educación es la base formativa del capital humano necesario para la formación de procesos productivos que generen beneficios y bienestar. Desde el lado social, la educación es un pilar fundamental en el fortalecimiento de la cohesión, el emprendimiento, y el pensamiento crítico de las sociedades contemporáneas. Esto no se trata de elegir entre una perspectiva u otra. Se trata de reflexionar en torno a una visión articulada por una educación que aporte al desarrollo productivo, y una educación que fomente sociedades informadas y con criterio ético.
Existe una infinidad de países desarrollados que han articulado adecuadamente sus políticas educacionales, y que por ende han generado sociedades productivas y cohesionadas; no obstante, también existe una parte importante de países en el mundo que están rezagados, y que no han podido explotar a la educación como factor esencial para converger al desarrollo. Tal es el caso de los países de la región latinoamericana, y en especial de México.
En este sentido, las políticas educacionales deben atender dos tareas fundamentales para posicionar a la educación como motor del desarrollo económico y social: el acceso y la calidad. Respecto al acceso, en la región, incluyendo a México, se han implementado políticas que se pueden evaluar como exitosas, debido a que durante los últimos 15 o 20 años, más del 90 por ciento de los niños en edad para estudiar la educación básica, efectivamente, se encuentran haciéndolo. Sin embargo, respecto a calidad, el tema es distinto: gran cantidad de estudiantes abandonan las escuelas a la edad de 14 o 15 años, queda poco espacio para seguir aumentado la cantidad de recursos públicos a la educación, y subsisten problemas graves de equidad que afectan a las personas de estratos sociales más bajos; asimismo, las evaluaciones internacionales de resultados de aprendizaje revelan una brecha importante de los países de la región respecto a los países desarrollados, así como distribuciones socialmente desiguales.
En términos generales, actualmente el reto es que los gobiernos de la región generen políticas que contribuyan directamente a la calidad del sistema educativo, con el fin de cumplir con las exigencias globales del mercado laboral, y asimismo fortalecer la cohesión social. Sólo así estaremos hablando de sistemas que ofrecen una educación completa y ética.
Respecto a México, desafortunadamente el panorama de la calidad educativa no es muy alentador. El instrumento para tal afirmación descansa en las evaluaciones internacionales de resultados de aprendizaje que realiza la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). El propósito principal de estas evaluaciones es determinar la medida en que los estudiantes de 15 años, a punto de concluir o al terminar su educación obligatoria, adquirieron conocimientos y habilidades relevantes para participar activa y plenamente en la sociedad moderna. Tres son las áreas que generalmente se evalúan: lectura, matemáticas y ciencias. Los resultados globales, tanto de México como de la región, se encuentran estadísticamente por debajo del promedio que registran los países pertenecientes a la OCDE.
Asimismo, desde la primera evaluación que se realizó en el año 2000, a la última en el año 2009, las evaluaciones muestran que no se ha avanzado. Tampoco se ha retrocedido. Es decir, el sistema educativo en México está estancado debido a que no se han podido articular políticas que verdaderamente contribuyan al aumento en el logro de aprendizajes, y que por ende repercutan en la calidad sistémica de la educación. Como antecedente, lo anterior no es fácil. Los cambios importantes pueden llevar hasta más de una década, pues esto no se logra tan sólo inyectando recursos financieros al sistema, o mercantilizando la educación (por ejemplo, la adopción de beneficios fiscales por el pago de colegiaturas a escuelas privadas), sino que se deben modificar las prácticas escolares arraigadas así como los patrones culturales que prevalecen en las sociedades.
De tal forma, lo más difícil de una política educacional es llegar al núcleo del sistema educativo: el aula. En ésta reside la interacción más importante que determina el logro, el estancamiento o el deterioro del aprendizaje. Así es, estamos hablando de la interacción alumno-maestro. Es ahí en donde está el reto. La educación se hace en las escuelas y en las salas de clase, y es ahí el campo de batalla por la calidad educativa. Si no se generan contextos adecuados y estructuras fuertes que influyan directamente en la motivación profesional y ética de los profesores, así como en la capacidad receptora de conocimiento por parte de los alumnos, la educación, como un verdadero instrumento de política, continuará en su papel de tema de “presunta preocupación política”, pero no de factor de desarrollo.