700 años México-Tenochtitlán/ Esencias viajeras  - LJA Aguascalientes
03/12/2024

 Porque allí verás el águila erguida,

ahí va a estar la ciudad, porque en tanto dure el mundo,

no acabará, no terminará, la gloria de México-Tenochtitlan.

Escrito Azteca

 

Este año se conmemoraron 700 años de la fundación de lo que fuera la ciudad más majestuosa de América, urbe del poderoso imperio Mexica, cuna de su civilización llena de esplendor y belleza, ombligo del mundo en su cosmovisión indígena y epicentro del poder político, religioso y militar. Pero como toda gran obra del esfuerzo del ser humano está nacería de una mítica epifanía, después de dos siglos de peregrinación desde Aztlán -en las costas del océano pacifico- el pueblo azteca encuentra el lugar exacto donde el dios Huitzilopochtli les había indicado que deberían asentarse y fundar su pueblo, la señal sería; un águila posada sobre un nopal devorando una serpiente en mitad de un lago. Así se fundaría Tenochtitlan, hoy la Ciudad de México con más de nueve millones de habitantes y veintidós millones con su zona conurbada. La profética imagen dada por su dios es hoy el símbolo que agrupa una nación y que concentra en él la iconicidad de un lenguaje indígena y el sueño de un pueblo.

Tenochtitlan asentada en un lago envuelta entre una cadena de montañas que forman una cuenca desde donde se divisan los volcanes Iztaccíhuatl y Popocatépetl contaría con casi un centenar de edificios, así como adoratorios dedicados a sus dioses entre acueductos, calzadas y chinampas -método de agricultura para ampliar la superficie de siembra en lagos y lagunas- en sus calles y mercados se daba el trueque de los más diversos productos como el oro, el jade y la obsidiana, textiles como las tilmas y el huipil, frutos, legumbres, el cacao, el chile, los frijoles y el maíz con sus decenas de variedades, animales como xoloitzcuintles, venados y jaguares, hasta aves magníficas como el quetzal cuyo plumaje adornaba los penachos de la elites gobernantes y relacionado con Quetzalcóatl, “la serpiente emplumada”, que sería uno de los dioses más importantes para las culturas mesoamericanas, también el pájaro cenzontle, quien para el poeta Netzahualcóyotl escribiría; “Amo el canto del cenzontle, pájaro de cuatrocientas voces. Amo el color del jade y el enervante perfume de las flores, pero más amo a mi hermano; el hombre”.

Una ciudad de bullicio constante con decenas de lenguas indígenas, corazón multiétnico donde la lengua Náhuatl resonaba entre sacerdotes, guerreros y el pueblo quienes tendrían en comunión su punto más sagrado en el Templo Mayor, símbolo de la concepción del mundo, sitio consagrado para descender al inframundo y ascender a los niveles celestiales, el centro fundamental. El templo representaría la dualidad, la visión cosmológica de oposiciones coincidentes; el cielo y la tierra, la lluvia y la sequía, el sol y la luna, y en su última y definitiva expresión; la vida y la muerte. El Templo símbolo del poder civilizatorio de los aztecas estaría dedicado a Tláloc, dios de la lluvia y la fertilidad, y a Huitzilopochtli, dios de la guerra, en su parte superior dos imponentes adoratorios para cada uno coronaban una edificación magnífica y única en la historia de la humanidad, con una base cuadrangular de más 400 metros y desde su altura de 45 metros se podía observar toda la gran ciudad del Valle de México, desde los más alto del teocalli se oficiaban los ritos sagrados, mediante sacrificio se ofrendaba el corazón aún palpitante y la sangre a los dioses como rito de correspondencia entre el cosmos, la tierra y el hombre. En la cosmovisión azteca ofrecer la sangre como lo más precioso era continuar el ciclo vital y el orden natural. Al morir las víctimas se convertirían en colibríes para poder volar hacia los seis rumbos del universo.

Casi doscientos años después de ser fundada Tenochtitlan recibiría en 1519 a las tropas españolas encabezadas por Hernán Cortés, en un encuentro único que cambiaría el mundo, donde el tlatoani azteca Moctezuma máximo líder militar y religioso recibiría a Cortés, y con ese encuentro la gran ciudad-estado se transformaría para siempre.


El Gobierno de la Ciudad de México decidió este 2021 conmemorar siete siglos de una ciudad que sigue vibrando y siendo centro del poder político, religioso y popular del país, también se ha instalado en el debate histórico la Conquista de México, visibilizar y hablar de la resistencia de los Pueblos Originarios, su cultura, sus lenguas, sus tradiciones, su manera de entender el mundo mediante sus expresiones, reconociendo y afirmando el carácter de país multiétnico lleno de tradición, diversidad y riqueza cultural. Diferentes eventos acontecieron a lo largo de la historia en lo que sería el bastión más importante para la conquista, defendida con heroísmo y dramatismo, llena de historias crueles y luminosas que surgirían a través de los siglos para lo que hoy es la capital de México, el más reciente fue la maqueta representación del Templo Mayor en pleno Zócalo de la ciudad, a unos metros de su ubicación original -y en donde se encuentra el Museo del Templo Mayor y las ruinas originales de este- el cual fue demolido por los españoles para edificar la actual Catedral Metropolitana y el Palacio Nacional entre otros edificios novohispanos en donde aún se pueden apreciar las tallas indígenas mezcladas con la arquitectura española de la época, una simbiosis hasta en los cimientos mismos de los edificios más significativos del país. El espectáculo central de esta conmemoración llamado “Memoria Luminosa” fue un mapping de luz y sonido que reivindica la memoria milenaria, la resistencia y la tradición indígena como herencia de la grandeza cultural para los mexicanos.

Los 700 años de la fundación de Tenochtitlan y los 500 años de su caída por la conquista española coinciden con los 200 años de la Consumación de la Independencia, y hasta en esto el simbolismo permanece como lo hiciera en lo más alto del Valle el antiguo y majestuoso templo, con la tragedia y la celebración, la caída y el surgimiento, la identidad y la búsqueda, la historia y el futuro, la dualidad como parte central del eje místico de un pueblo que sigue en pie en una de las ciudades más hermosas del mundo. 


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