La tristeza nos hace palidecer, provoca que la sangre vaya a lugares lejos del rostro, el miedo provoca una reacción similar, por eso la palabra tiricia se emplea para describir cualquiera de estas dos condiciones, cuando se extraña en extremo a alguien o cuando nos embarga la pereza. Tiricia es una deformación de la voz ictericia, un aumento desmedido de bilirrubina en la sangre que se manifiesta en la piel tornándola de color amarillento; el presidente Andrés Manuel López Obrador usó esa palabra para caracterizar la pereza de la comunidad universitaria.
En una nueva andanada contra la UNAM, López Obrador también acusó a la universidad de ubicarse a la derecha del espectro político, dijo en su conferencia matutina: “Lo sostengo: claro que se derechizó en el periodo neoliberal porque no dijeron nada durante el saqueo más grande en la historia de México, nada”, en la limitada visión del presidente ser de derecha equivale a ser un conservador, y diagnosticó que el conservadurismo genera una especie de “tiricia política”, por eso demandó a la comunidad universitaria que hiciera algo, cualquier cosa, aunque sea una marcha en su contra, “Ojalá y lo hagan, aunque sea para marchar en contra de nosotros pero que hagan algo porque se hamburguesaron”.
No vale la pena centrar la atención en los lapsus linguae de López Obrador, no faltará el tetratransformista que festeje el tropiezo presidencial de confundir hamburguesa y burgués, ni el maromero trasnochado que aplauda la ignorancia o falta de atención como una forma de vincularse con el pueblo bueno, allá ellos. Atender la provocación hacia la comunidad universitaria también es absolutamente inútil, ya generó la distracción suficiente, ya se gastaron miles de minutos y hojas en respuesta a la necedad de un gobernante incapaz de generar empatía alguna con cualquier propósito que no se alinee a su obsesión de “transformar” a México, cualquier cosa que eso signifique para él. Las formas del discurso son a las que ya nos tiene acostumbrados, un resentido que no desaprovecha la tribuna para descargar sus frustraciones.
Para quien se presenta como un luchador social que llegó a la presidencia y está empeñado en no pasar a la historia como un mediocre en ese cargo, su bravata sí es lamentable, porque lo que indica el fondo de su bravata exhibe su incapacidad ejecutiva, para López Obrador hacer algo, atender una causa, para resolver un conflicto, basta organizar una marcha, manifestarse en las calles, fuera de los cauces institucionales que establecen el diálogo como punto de partida para la elaboración de una política pública.
Antes que cualquier acción ejecutiva al presidente le importan las formas, lo que se puede ver antes que los motivos; en la misma conferencia, para atizarle a la UNAM solicitó ayuda para encontrar los libros con que esa universidad cuestionó al periodo neoliberal, “ensayos sobre la corrupción, cuántos tratados, libros, ensayos sobre la entrega de bienes a la nación a particulares en el gobierno de Salinas” y aseguró que no van a encontrar muchos porque Carlos Salinas de Gortari cooptó a la mayoría de los intelectuales y catedráticos, López Obrador sentenció que “no hay nada”, efectivamente, no hay nada que el presidente no quiera ver, de ahí que sea lamentable su llamado a una marcha, a una manifestación, porque cuando la protesta se organiza para salir a las calles tiene como propósito hacerse visible, y si el destinatario de la queja cierra los ojos y la ignora, el objetivo principal no se cumple.
A las marchas de las mujeres organizadas, de los familiares de los desaparecidos o las víctimas de la delincuencia organizada las han considerado como la manifestación de la rabia justa, motivos que López Obrador ignora y demerita al reducirlas a expresiones en su contra, la tiricia presidencial condena todo movimiento que no le rinda pleitesía al olvido. Lamentable, de pena ajena.
Coda. De Walking around, de Pablo Neruda:
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas moradas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
no quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos,
aterido, muriéndome de pena.
@aldan