A principios de la crisis volví a leer las Meditaciones de Marco Aurelio, pero, por primera vez en mi vida, no como un ejercicio académico, ni por placer, sino con la misma actitud con que leo las instrucciones para ensamblar una mesa: necesitaba asideros prácticos.
Zadie Smith, Contemplaciones
Suelo olvidar los cumpleaños, incluso los de personas muy cercanas y a las que les tengo un inmenso aprecio. Mi cabeza casi siempre está de vacaciones. Quizá se deba a cierta deformación profesional: se cuenta que Tales, a quien se le suele considerar el primer filósofo en los manuales de la disciplina, caía mientras caminaba por ir mirando al cielo. No es una justificación: la mala memoria sobre eventos importantes no es socialmente bien vista (y, a veces, es moralmente reprensible). A pesar de mi débil memoria, nunca olvidaré el 11 de marzo de 2020. Recuerdo, como pocos días en mi vida, todo lo que pasó y con cierto detalle, desde que desperté hasta que fui a dormir. Ese día, por la noche, comenzó mi confinamiento obligatorio que se prolongó algunas semanas, la batalla por regresar a mi país y, sobre todo, el banderazo inicial, político y social, de la pandemia que nos azota a todas y todos desde hace ya mucho más de un año.
Al inicio de la pandemia busqué calmar mi renovada ansiedad buscando lecturas a las que asirme. Al inicio pensé que las novelas de largo aliento podrían proporcionarme espacios en los que mi imaginación vagara libre y despreocupada del virus, las estadísticas de los nuevos contagios y los datos de los decesos diarios. Lo cierto es que no pude avanzar más de la mitad de ninguna novela que inicié por aquel momento. Mi atención se extraviaba fácilmente mientras me hacía preguntas sobre las que no tenía respuestas. Las y los epidemiólogos tampoco las tenían. Quizá nunca habíamos sido conscientes de la naturaleza de la práctica y cambio científicos: lanzamos hipótesis como botellas al mar, esperando que al menos alguna llegue a su destino. El ensayo y el error en una emergencia sanitaria cobran vidas en el camino. A pesar de todo ello, hoy se ve la luz al final del túnel: gracias a miles de mujeres y hombres extraordinarios para los que no hubo descanso, fueran del personal de salud, fueran investigadoras e investigadores a quienes debemos el pronto desarrollo de las vacunas hoy disponibles. De cualquier forma, desde el inicio y hasta el día de hoy siguen persiguiéndome preguntas y busco respuestas. Entendí que no necesitaba libros que me hicieran escapar de la realidad, sino lecturas que me insertaran de lleno en el problema.
Así, mis lecturas prioritarias fueron de divulgación científica. El conocimiento agobia y libera: menuda paradoja. Aunque suelo pensar que tengo una formación científica buena (quizá sólo regular, pero me autoengaño), saber mucho más de los detalles de la situación en la que vivimos me sitúo, aunque hacía (y hace) que mis diálogos al respecto con la gente se vuelvan de sordos. La gente (incluido yo, sin duda) siempre tiene una opinión, y más si es sobre temas de relativa actualidad, y sus opiniones por lo general carecen de fundamentos científicos. Saber más puede inquietar y puede entorpecer nuestras relaciones sociales. No obstante, recomiendo a quienes como yo encontramos cierta calma en la búsqueda de conocimiento, los siguientes libros: No tocar: Ciencia contra la desinformación en la pandemia de COVID-19 de Deborah García Bello, Un día en la vida de un virus. Del ADN a la pandemia de Miguel Pita, Contagio. La evolución de las pandemias de David Quammen, y Lecciones de una pandemia. Ideas para enfrentarse a los retos de la salud planetaria de Salvador Macip. Sobre el caso mexicano, dos libros me parecen imprescindibles: Un daño irreparable: La criminal gestión de la pandemia en México de Laurie Ann Ximénez Fyvie, y Salud: Focos rojos: Retroceso en los tiempos de la pandemia de Julio Frenk, Octavio Gómez Felicia M. Knaul, y Héctor Arreola. El primero recibió una andanada de improperios por parte de los feligreses de la cuarta transformación, el segundo es una radiografía precisa de los problemas pasados y actuales del sistema de salud mexicano.
En un segundo momento, mis lecturas transitaron de la divulgación hacia otro tipo de lugares: reflexiones más o menos circunstanciales, muchas de las cuales buscaban avanzar sus agendas ideológicas, académicas y personales tomando como pretexto a la pandemia. De esos libros menciono tres: Pandemia. La covid-19 estremece al mundo de Slavoj Zizek, La sociedad paliativa de Byung-Chul Han, y ¿En qué punto estamos?: La epidemia como política de Giorgio Agamben. Sólo recomiendo el primero, y hasta cierto punto, pues, aunque no me parece extraño (incluso me parece necesario) que algunas y algunos sugieran que debemos hacernos preguntas políticas y sociales relevantes que la pandemia trajo al foco de reflexión y deliberación (e.g., ¿de qué manera el capitalismo global está afectando a nuestras sociedades?), la mayoría de las reflexiones de este género hacen gala de una inquietante falta de conocimientos científicos básicos y de un simplismo recurrente en el género de la crítica cultural.
Por último, hace un par de días descubrí otro género de las letras pandémicas: la meditación fenomenológica. Cuando es llevada a cabo con la maestría e inteligencia de la narradora y ensayista Zadie Smith, refleja todo lo que deseaba desde el inicio de la crisis: un lugar del cual asirme y encontrar un poco de paz melancólica y reflexiva. Contemplaciones es un libro que contiene seis brevísimos ensayos que ya he leído un par de veces y volveré sin duda a hacerlo algunas veces más. Es un libro de pandémica cabecera. Smith tiene un oído interno finísimo que es filtrado por una sutil y profunda inteligencia.
Hasta aquí con las letras pandémicas. ¿A ustedes qué lecturas les brindaron un hogar temporal durante esta crisis?