Para conseguir la auténtica felicidad, señalaba Bertrand Russell, es indispensable eludir la tiranía de la opinión pública, el filósofo británico se refería al comportamiento en sociedad, con especial énfasis en los jóvenes, quienes difícilmente pueden vivir su vida tranquilos si no cuentan con la aprobación de quienes los rodean. No muy diferente a la atención que dedica la clase política en estos tiempos, cuando sus aspiraciones a un cargo público las validan y sustentan en las simpatías que miden a través de encuestas, antes que la opinión que se tenga de sus ideas o los argumentos con que se postulan.
La tiranía a la que se refería Russell la caracterizaba así: “La opinión pública siempre es más tiránica con los que la temen obviamente que con los que se muestran indiferentes a ella. Los perros ladran más fuerte y están más dispuestos a morder a las personas que les tienen miedo que a los que los tratan con desprecio, y el rebaño humano es muy parecido en este aspecto. Si se nota que les tienes miedo, les estás prometiendo una buena cacería, pero si te muestras indiferente empiezan a dudar de su propia fuerza y por tanto tienden a dejarte en paz”; en tiempos donde prima la imagen por encima de cualquier cosa, cuando a lo que circula en redes sociales se le da preferencia a lo que se señale en cualquier otro medio, al aspirante político le debe resultar sumamente difícil encontrar alguna indiferencia posible, un espacio para deliberar consigo mismo y su equipo para elaborar un mensaje que lo represente como quien es y no como es juzgado.
En México, la opinión pública en el ámbito político todavía depende de los medios tradicionales, no para ser generada sino para conseguir legitimidad, es un círculo vicioso, en un intento por recuperar las audiencias que las redes sociales les arrebataban, los medios tradicionales comenzaron a generar “noticias” a partir de lo que se comentaba en las redes; no podemos responsabilizar sólo a esas audiencias de hacer famosa a gente estúpida, los medios juegan un papel relevante en esa acción. Un influencer genera una esfera de comunicación, que puede ser de miles, sin afectar a la opinión pública, los gamers son un ejemplo, quienes se dedican al unboxing de ciertos productos, o quienes generan contenido para públicos infantiles, son influyentes entre su audiencia, pero no inciden en quienes no comparten ese interés; eso cambia cuando se les presenta a través de los medios tradicionales.
Cada vez son más las notas informativas que revelan al mundo la existencia de un influencer, alguien que puede estar interactuando con millones de seguidores sin incidir en la opinión pública, y al presentarlo lo integran a una esfera distinta a donde era reconocido, lo convierten en fuente de información y así tenemos noticias de lo que un promotor de artículos de belleza opina acerca de algo que no conoce, no le incumbe y no sabe, pero se le pregunta porque quienes dirigen los medios tienen que llenar sus espacios informativos con ganchos para las audiencias que están perdiendo.
De un tiempo a la fecha, cada vez son más los influencers que se convierten en líderes de opinión, no necesariamente por las mejores razones y, lamentablemente, no por un comportamiento que pueda ser ejemplo de ciudadanía, simplemente porque formaron parte de un escándalo, desde quienes son acusados por algún delito hasta quienes se grabaron haciendo el ridículo… no importa, hay millones que los siguen y se vuelve necesario explotar esa fama para llamar la atención. Pendientes de la opinión pública, hay miles de políticos que quieren aprovecharse de esta situación, a los que no les importa fotografiarse o interactuar con esos influencers, porque lo que buscan es su audiencia, ser aprobados por ese sector de la población que no muestra interés en la política. Lo que podría ser una interacción benéfica por el intercambio de puntos de vista, regularmente se vuelve un fiasco, porque cuando el político se acerca, sólo lo hace para tomar una instantánea, no para convencer o argumentar, sólo para recoger algo del fulgor artificial con que brilla el influencer.
Al fenómeno de los candidatos que ganaron un cargo por el simple hecho de aparecer en una foto con Andrés Manuel López Obrador, siguieron unas elecciones donde al no poder usar esa imagen, perdieron; ¿cuántas elecciones hacen falta para demostrar a la clase política que el brillo ajeno no funciona?, todo indica que seguirán circulando en redes las fotos con influencers antes que los programas de trabajo.
Coda. En el ensayo que forma parte de La conquista de la felicidad, Bertrand Russell sentenció: “El miedo a la opinión pública, como cualquier otra modalidad de miedo, es opresivo y atrofia el desarrollo. Mientras este tipo de miedo siga teniendo fuerza, será difícil lograr nada verdaderamente importante”, a eso están condenados los politiquillos que basan su éxito en el número de fotos con famosos que suben a sus redes.
@aldan