La historia y Fuentes - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Con el sensible fallecimiento de Carlos Fuentes, quienes hemos gozado al internarnos en los fecundos senderos de su palabra, deploramos hoy una gran pérdida. Fuentes, el eterno enamorado de México, de esa hembra a quien desnuda, enfrenta y despedaza, al tiempo que ésta lo seduce y lo sublima, encuentra su pasión y su inagotable manantial de inspiración en la esencia de lo humano; de lo humano mexicano. Con un espíritu crítico, revolucionario y antipatriotero, su obra traspasa los límites del tiempo y el espacio. La historia de México -pero no la oficial- es germen de su iluminación. A ella la traduce a través de los vocablos que captan y se apoderan de los rasgos más íntimos de la personalidad e identidad nacionales, haciéndonos penetrar por senderos aún no desbrozados hasta el insondable fondo del espíritu del mexicano. Su lenguaje prolífico, preciso y colorido nos impregna de los aromas de las regiones del país por donde nos conduce, de las brisas del pasado y del presente que se atropellan en tiempos verbales, y de las sensaciones y las pasiones que se desgastan en el empeño de los adjetivos.

Y es que para Fuentes, nos dice Octavio Paz, “los individuos, las clases sociales, las épocas históricas, las ciudades, los desiertos, son lenguajes […] una enorme, gozosa, dolorosa, delirante materia verbal”. Fuentes recoge, en sus obras, todo lo que ve y aprehende: desde la vida sencilla del hombre de campo y la superficie del maizal hasta el olor a la cocina de antaño y los excrementos; desde el encuentro con el mito prehispánico y el cacique revolucionario hasta la teorización del desarrollo y la industrialización; desde las niñas bien, la hechicería y el erotismo hasta las viejas moralidades.  Su obra, que ha sido traducida a más de treinta idiomas y publicada por todo el orbe, ha dejado manifiesta una presencia y una voz que claman desde el silencio y el olvido: “Sentimos [dice Fuentes] que tenemos que darle voz a un pasado que está allí, inerte, yerto, esperando a que se le reconozca. La historia de la América española es la historia de un gran silencio… Tenemos que rescatar el pasado, contestar a través de la literatura al silencio y a las mentiras de la historia”.

Resulta interesante, entonces, cuestionarse por qué este apasionado, exagerado, contradictorio e irreverente autor sentía tal fascinación por la historia; por qué, si ésta no es otra cosa –dicen algunos- que un artículo de lujo (o de anticuario) para ser mirada desde lejos y por unos cuantos desenterradores de fósiles (no sea que por mala fortuna su olor a naftalina provoque retraso en la convulsionada marcha hacia el desarrollo y el progreso…). Y la respuesta fluye sencilla, clara y diáfana como agua de manantial que se filtra por la roca: Fuentes comprendió –como Nietzsche- que la historia sirve en tanto que está al servicio de la vida. No sirve aquella historia monumental que engrandece o mitifica héroes o periodos para que, tomando ese ejemplo, se repitan acciones o se legitimen causas; ni aquella otra historia anticuaria que valora y destaca sólo las tradiciones y estructuras antiguas y descalifica cualquier creación, idea o propuesta novedosa. Fuentes amaba la historia que recrea el sentir humano y la que descubre que “las pasiones humanas son iguales o semejantes, con los mismos colores, las mismas tesituras, las mismas histerias, los mismos goces, donde el hombre es los hombres, y donde nada más cambian los nombres, las circunstancias, los tiempos, los lugares, las lenguas para decirlo”. De ahí que “necesitamos la historia para la vida y para la acción, no para apartarnos cómodamente de la vida y la acción” -como agrega Nietzsche- “y menos para encubrir la vida egoísta y la acción vil y cobarde. Tan sólo en cuanto la historia está al servicio de la vida queremos servir a la historia”. Es decir, una historia incluyente del vasto mosaico étnico y cultural en nuestro país, que no olvide la diversidad, que no excluya al indígena, al mestizo ni al occidental, que precise la importancia de la toma de conciencia a través de la educación para todos, que implique la aceptación del aprendizaje individual y del trabajo compartido, que mueva conciencias y provoque la reflexión crítica y propositiva, que estimule la opinión pública y la participación social y política bajo ópticas cuestionadoras, que sancione la dominación de unos sobre otros, que recupere tradiciones oprimidas y resarza justicias olvidadas, que promueva acciones y explore realidades, que afiance identidades.

Fuentes nos dejó un legado activo, cual periplo itinerante. Los desafíos de nuestro tiempo mexicano exigen una vuelta a las raíces para motivar la acción con rumbo positivo. El corazón de México está allí, en la obra de Fuentes y en la historia; su futuro.

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