En 1836, después de 15 años de haberse consumado la independencia de México y luego de un intento fallido de reconquista y múltiples planes para recuperar su preciado dominio ultramarino, finalmente la corona reconoció a México como una nación soberana, libre e independiente.
En los años que duró la insurrección armada de 1810, la corona española, empobrecida por las constantes guerras europeas, hizo lo posible por mantener a la colonia. Con apoyo de los comerciantes gaditanos, la Comisión de Reemplazos promovió y planificó la mayoría de las campañas militares en América, según Michael P. Costeloe en su libro Respuesta a la independencia. La España imperial y las revoluciones hispanoamericanas 1810-1840.
Bajo la idea de que los americanos aspiraban a ser gobernados por un monarca español, desde 1811 la corona había enviado una expedición a la Nueva España integrada por un buque de guerra y otras embarcaciones con cientos de hombres. Poco después, en 1814, con el retorno del rey Fernando al trono, éste autorizó una nueva expedición por Veracruz, que no pudo zarpar sino hasta 1816, encabezada por Pascual Liñán.
Ambos intentos fueron infructuosos. Sin embargo, la idea de la “pacificación” de la Nueva España por medios militares se sostuvo y en noviembre de 1821 se enviaron de nueva cuenta cuatro barcos de guerra a Veracruz, donde una guarnición española seguía en poder del estratégico puerto.
La llegada de las tropas españolas a la Nueva España se hacía por la isla cubana, la cual tuvo amplia importancia geoestratégica, ya que desde ahí se fraguaron múltiples planes militares de reconquista, como el de Miguel Domínguez de Gordillo, Pascual de Churruca, Francisco Xavier de Cérveriz, Francisco de Viado, Domingo Antonio Pita, Miguel Beruete y Abarca, Joaquín de Miranda y de Madariaga, Miguel de los Santos Álvarez y José Antonio Mejía, entre otros, como recoge el historiador Marco Antonio Landavazo en su texto “La reconquista, el príncipe y la isla: Gran Bretaña y el reconocimiento español de la independencia de México”.
Aunque existieron otras posturas entre los propios españoles, en 1828 las autoridades monárquicas volvieron a decantarse por un plan militar para recuperar la antigua posesión y luego de preparar la operación en Cuba en julio de 1829, un ejército de 4 mil hombres dirigidos por el brigadier Isidro Barradas desembarcó en Veracruz.
Poco después de un mes el brigadier fue derrotado y capturado por Antonio López de Santa Anna.
Para entonces los gobiernos de Estados Unidos y Gran Bretaña ya habían reconocido la independencia y soberanía de México bajo el interés de proteger la libertad de tráfico y las rutas marítimas, de primera importancia para el comercio transatlántico.
No fue sino hasta 1835 cuando el gobierno español expresó su disposición por entablar negociaciones con la diplomacia mexicana a través del ministro Miguel Santa María. Por breve tiempo se mantuvieron en suspenso al no llegar a un acuerdo sobre los aranceles comerciales y la situación de la deuda, pero se reanudaron en mayo de 1836.
El proceso negociador se interrumpió una vez más a causa del Motín de la Granja, que reinstauró la Constitución de 1812 en España. La llegada de los liberales al poder promovió positivamente las misiones diplomáticas en aras de reanudar el tráfico mercantil.
El 27 de agosto el Congreso mexicano autorizó el comercio con España y dos días después José María Calatrava, presidente del Consejo de Ministros, recibió al ministro Santa María para retomar los acuerdos.
En octubre volvieron a reunirse, pero la salud del ministro mexicano había decaído de forma dramática por lo que en ocasiones, su colaborador Ignacio Valdivieso se puso al frente de las negociaciones. Días después, a mediados de octubre, Valdivieso se reunió con el presidente del Consejo para discutir la cuestión arancelaria y aceptó renunciar a reclamaciones relacionadas con la deuda contraída antes de la Independencia.
En esos días fue redactado el preacuerdo y el 7 de noviembre Calatrava lo presentó ante a la Cámara, el cual fue turnado a una Comisión especial para su revisión. La Comisión dictaminó el acuerdo de forma positiva y solicitó a las Cortes que se facultara al gobierno a reconocer la independencia de las antiguas posesiones americanas, lo cual ocurrió el 4 de diciembre.
La única adición que se hizo al acuerdo fue la de una disposición secreta propuesta por Calatrava en la que el gobierno mexicano se comprometiera a evitar cualquier amenaza a los dominios españoles antillanos desde el territorio mexicano.
Los convenios concluyeron y el Tratado fue redactado de forma definitiva. El 28 de diciembre de 1836, junto a los sellos de lacre bermellón, Santa María y Calatrava firmaron el Tratado de Paz y Amistad entre México y España, que fue ratificado en México el 3 de mayo y en España el 20 de diciembre de 1837.