En uno de los ensayos incluidos en La conquista de la felicidad, Bertrand Russell analiza cómo la dependencia de la aprobación de los otros mina nuestra capacidad de ser felices, el rechazo a nuestras creencias o forma de vida, cotejado a cada instante en la mirada de los otros, nos hace olvidar que las diferencias de criterio, gustos y convicciones siempre deben estar contextualizadas.
El ensayo de Russell fue publicado en 1930, el premio Nobel de Literatura no se imaginaba la vida actual, inmersos en las redes sociales y, sin embargo, parece que describe las actitudes paranoicas con que nos rendimos a la opinión de los otros con tal de ganar su aprobación, ser marcados con un like o un Me encorazona. La aprobación ya no es resultado de un análisis de las variables y se descontextualiza al creer que todos somos iguales por el simple hecho de compartir un espacio en una aplicación o contar con un smartphone.
Si en la vida del ciudadano común esta búsqueda de aprobación es ya un infierno y provoca consecuencias que aún no hemos dimensionado, el traslado de esta búsqueda de aprobación en el ámbito político ha sido igual de catastrófico, porque ahí la aprobación se confunde con popularidad. En la búsqueda por ganar esos concursos, los partidos políticos no han tenido la menor vergüenza en reducir el voto a una simplísima expresión del gusto, sin argumentos, sin ideas, sin diálogo; con tal de ganar el poder o mantenerlo, los grupos políticos tampoco han dudado en dejar a un lado sus procesos internos en la elección de candidatos para rendirse ante quienes tienen buena imagen, a quienes mejor retratan, a los que les brillan más los ojos o más amplia la sonrisa.
Mucho se critica a los partidos políticos por abrir sus puertas a los miembros de la farándula, sin embargo, los señalamientos se hacen desde la misma banalidad que se juzga, se censura a la persona por su profesión (actor, cantante, cómico) antes que por las ideas que presenta, como si un cargo de representación popular estuviera negado a quien forma parte de los espectáculos; lo que no se atiende, es que hemos permitido que la política se vuelva un concurso de popularidad, y que los aspirantes a esos cargos, antes que prepararse para desempeñarse como funcionarios o tener vocación de servicio, se postulan para ganar la aprobación más preocupados por su imagen que por lo que son o pueden hacer.
No faltan los aspirantes que con tal de ganar el concurso de popularidad y llevarse la candidatura, ofrezcan demostraciones de músculo público juntando a las masas, entre más cerca se encuentre el proceso de selección, mayor es el número de eventos en los que el que desea reúne multitudes y difunde las imágenes donde se le ve rodeado de sus seguidores, fotos y videos donde se le echan porras, lo piropean o alaban descaradamente, todo con tal de demostrar su capacidad de reunir gente afín a su persona, no necesariamente a sus ideas.
En las redes es peor, no importa la estupidez que publiquen, la ausencia de contenido no es cuestionada, lo que se presume es la acumulación de Me gusta, el número que impacta sin importar que el origen sea comprado.
Estas prácticas no son nuevas, lo terrible es que al convertir la política en un concurso de popularidad, los aspirantes no se dan cuenta que están realizando las peores prácticas del corporativismo, que si bien ahora es a través, el acarreo no deja de serlo por mostrarse en un like, lo mismo que la compra de conciencias, el acarreo y todo eso que, en México, se supone se iba a quedar atrás una vez que se fuera el PRI de la Presidencia.
Los payasos han tomado la tribuna para convertirla en pasarela.
Coda. Del mismo libro de Bertrand Russell: “La opinión pública siempre es más tiránica con los que la temen obviamente que con los que se muestran indiferentes a ella. Los perros ladran más fuerte y están más dispuestos a morder a las personas que les tienen miedo que a los que los tratan con desprecio, y el rebaño humano es muy parecido en este aspecto. Si se nota que les tienes miedo, les estás prometiendo una buena cacería, pero si te muestras indiferente empiezan a dudar de su propia fuerza y por tanto tienden a dejarte en paz”. Entonces sí hay una solución, pero, todo indica que la adicción a la aprobación es más fuerte.
@aldan