En Falling man, Don DeLillo escribió “Estos son los días posteriores. Todo ahora se mide por el después”, esta novela del estadounidense es considerada una de sus obras maestras y en ella relata como a un concentrado grupo de personas la afecta la devastación provocada por el ataque terrorista del 11 de septiembre.
En la novela se plantea que, a partir de esa fecha, el mundo cambia para siempre, ya no hay un antes, sólo un después, tiempo que somos incapaces de imaginar. Se cumplieron 20 años de esa fecha, hemos tenido suficiente tiempo para pensar en el nuevo mundo. No conozco a nadie de mi generación que no tenga un vivo recuerdo de lo que estaba haciendo en el momento en que se enteró que una segunda nave se estrelló contra la Torre Sur del World Trade Center, confirmando que era un ataque terrorista. A lo largo de este tiempo hemos vivido las consecuencias de cómo se modificó el mundo en el que vivimos, no nos permitimos imaginarlo.
En la conmemoración de estos 20 años desde el ataque terrorista, algunos medios se han concentrado en cómo han cambiado los Estados Unidos, pero es el mundo el que fue afectado en su totalidad, nuestra concepción de vulnerabilidad es distinta, son nuevos los odios desarrollados hacia el pensamiento religioso del otro, las medidas de seguridad para los viajeros se modificaron, las relaciones entre los países comenzaron a cambiar a partir de ese momento, del desconcierto inicial ya pasaron dos décadas, y sólo nos hemos adaptado.
En el 2001, ante lo desconocido fuimos aceptando sin reclamos las modificaciones que los gobiernos hicieron en nombre de la seguridad de todos, ante el terror. “El terror es poder acumulado que de pronto se descarga y destruye todo lo que toca; el terror se manifiesta en el ataque y la reacción natural contra él es la huida o, si tenemos fuerzas y ánimo, la resistencia”, escribió Octavio Paz haciendo una distinción entre lo que provocan el terror y el horror. A partir de ese 11 de septiembre, nos movimos hacia la dirección que se nos señaló sin chistar, con la prisa que merece el escape, sin la oportunidad para imaginar.
A la generación que nació después del 11 de septiembre del 2001 le regalamos nuestra prisa, las reglas de un mundo modificado por el miedo, ellos no se cuestionarán jamás las razones de nuestra precaución actual, con esta reacción, les enseñamos que ante la emergencia lo mejor es huir y aceptar. Quienes vivimos y recordamos el momento exacto en que se modificó el mundo, todo el mundo, insisto, hoy enfrentamos una nueva emergencia, la pandemia de covid-19, no alcanzo a distinguir si el terror que urge a la huida o el terror que inmoviliza, pero al igual que en la crisis desatada por el terrorismo hace 20 años, está fallando la responsabilidad colectiva de pensar en el mundo que viene. Desde hace 20 años, estamos siendo reactivos, con brotes aislados de quejas y lamentos por los pequeños inconvenientes que nos provoca la catástrofe en nuestra vida diaria, en lo personal o lo íntimo, como colectivo, estamos muy lejos aún de propiciar el intercambio que nos lleve a pensar en qué mundo queremos.
La imaginación es la respuesta a toda catástrofe, íntima, personal o colectiva, pensar en uno y en el otro, pensarnos, en el futuro una vez que se sobrepasó el desastre, dónde queremos estar cuando pase todo esto, ¿lo estamos haciendo?
Coda. En otra novela de Don DeLillo, El silencio, Tessa Berens indica “Escribo, pienso, doy consejos, miro a la nada. ¿Es natural en un momento así estar pensando y hablando en términos filosóficos, como hemos estado haciendo? ¿O bien deberíamos ser prácticos? Comida, cobijo, amigos, tirar de la cadena del retrete si podemos… Atender a las cuestiones físicas más simples. Tocar, sentir, morder, masticar. El cuerpo tiene una mente propia”, quizá, hasta ahora, es una que se niega a imaginar.
@aldan