Frente al discurso oficial, el que se emite desde cualquier nivel de gobierno, resulta indispensable verificar la información, contar con la mayor cantidad de datos, acudir a diversas fuentes para comparar y cotejar, en beneficio del público, de los lectores, para aportar lo necesarios y sean ellos quienes saquen sus propias conclusiones.
A la redacción de este medio, diariamente llegan los comunicados oficiales llenos de adjetivos que ensalzan a los funcionarios y su actividad antes que informar sobre las tareas de gobierno, una actitud editorial responsable con el lector consiste en eliminar la maleza de la adulación para destacar los hechos, se eliminan las calificaciones y se deja la tarea concreta, lo realizado. La tarea de todos los días es enfrentar los viejos rituales y eliminar sus excesos.
De nada sirve, insisto, para los lectores, sumarse a la polarización, olvidar los matices y elevar a niveles de epopeya cualquier acción política, transformar en batalla la crítica y pelear, en nombre del público, con los actores en el poder; porque eso justifica un deseo personal (o empresarial) de establecer una postura ante una posible negociación, antes que cumplir con la función social que como medio se tiene.
Ante el tercer informe de Andrés Manuel López Obrador, lo ideal sería contrastar los datos del presidente con los de otras fuentes, presentarlos al lector y dejar, de nuevo, que sean ellos quienes saquen las conclusiones, tarea que se hace todos los días, de ahí que considere irrelevante el diálogo como lo plantea la oposición sin imaginación. ¿El presidente miente? No. El presidente sabe a quién le está hablando, a su pueblo, de ahí el “tengan para que aprendan”, un gesto para la tribuna, no para el análisis, una expresión que le vitorearán los suyos y que quienes se le oponen toman como afrenta para entrar, otra vez, en el juego de descalificaciones que nada aporta a la discusión de políticas públicas y formas de gobierno.
El análisis del discurso de López Obrador se ha realizado desde la crítica a las viejas ceremonias de un país presidencialista, dejando a un lado que se requieren nuevas herramientas para contrastar entre los dichos y los hechos; una vez más, caímos en el juego de la polarización, no aprendemos nada, cada grupo, a favor o en contra de la Cuarta Transformación, se mantuvo en su trinchera, buscando el aplauso de sus huestes, sin nada que aportar para la deliberación.
Tristemente, continuamos en un diálogo de sordos que intenta convencer antes que dialogar.
Coda. En “Gabo cambia de oficio”, Gabriel García Márquez escribió que “En un buen reportaje puede no haber buenos ni malos, sino hechos concretos para que el lector saque sus conclusiones”, para llegar a ese punto se requiere emplear nuevas herramientas que nos saquen de la polarización y, de una vez por todas, dialogar antes que arrasar.
@aldan