Esta semana tuve la oportunidad de leer dos textos, a propósito de la revocación de mandato, que me parecieron muy interesantes. Uno del maestro José Antonio Crespo y el otro del periodista Víctor Sánchez Baños. Ambos, aunque con sus diferentes interpretaciones particulares, coinciden en que la revocación no es más que otra estrategia propagandística de López Obrador.
En lo personal, creo que además de propagada, es un ejercicio con el cual el presidente busca medir su fuerza electoral de cara a la segunda fase de su sexenio. Como sea, se trata de una trampa en la que, ni ciudadanos, ni fuerzas de oposición debemos caer.
Esta semana, por ejemplo, y a pesar de las presiones del titular del Ejecutivo sobre el coordinador de Morena en el Senado de la República, Ricardo Monreal, para sacar adelante un extraordinario en el que se pudiera revisar la figura de la revocación de mandato, gracias a un milagro no se alcanzó la mayoría en la Comisión Permanente para cumplir el capricho de Andrés de Manuel. Y digo gracias a un milagro, porque sólo faltó un voto para sacar adelante dicho periodo.
La premura del presidente es entendible, pero no aceptable. A López Obrador le urge el tema de la revocación porque sabe que la conformación de las fuerzas políticas en el Congreso de la Unión cambiará en breve, pero está vez no será a su favor.
Acostumbrado a tratar el resto de los Poderes como ventanillas de trámite, el tabasqueño presionó y presionó, sin tener éxito. Es posible y muy probable, que el presidente haya enfurecido ante el fracaso legislativo.
Pero más allá de la “intentona” para sacar al vapor la Ley Federal de Revocación de Mandato, la Ley Federal de Juicio Político y Declaración de Procedencia, y la Ley Orgánica de la Armada de México, la pregunta inmediata que salta a la vista es ¿por qué el presidente concentra su energía en estos temas, cuando existen por lo menos cinco más que ameritan la atención inmediata de su gobierno? El presidente, creo yo, sabe que ha dejado en el tintero muchas de sus promesas y que muchas otras tampoco las cumplirá en lo que resta de su sexenio. No porque no quiera, sino porque se ha dado cuenta que es imposible resolverlas en seis años. La violencia y la falta de Estado de Derecho, y la corrupción, son dos de éstas. A López Obrador se le han salido de las manos varios temas y su gobierno simplemente es (y será, porque así lo ha demostrado) incapaz de plantear estrategias de fondo para hacerles frente.
Por el contrario, su último recurso es echar toda la carne al asador en cuestión de propaganda, para tomar un aire que le permita cierta gobernabilidad en los últimos tres años de su periodo. Los mexicanos estamos molestos y decepcionados por la falta de resultados, pero de eso a querer un vacío en el poder que pudiera poner en riesgo la gobernabilidad entera del país, nadie.
Como los otros presidentes, Andrés Manuel debe terminar su encargo y entregar las cuentas por sus decisiones y sus omisiones. La historia y varias generaciones de mexicanos lo juzgarán. Lo grave es que, mientras no se deje ayudar y continúe con las mentiras de que “todo va bien”, el país está retrocediendo décadas enteras en todos los aspectos de su vida pública.
La trampa de la revocación está ahí, a un paso. De nosotros depende caer o no.